Dentro del pomposo universo de la NBA, no hay franquicia que represente mejor lo glamuroso, lo exquisito, que Los Angeles Lakers. Poco importa que la franquicia californiana no atraviese por su mejor momento deportivo -cero victorias y tres derrotas en el arranque de curso-, ya que su nombre hace pensar de manera instintiva en Hollywood, en lujo, en sol, playa y buena vida. En ese vestuario, junto a LeBron James, Anthony Davis o el ahora discutidísimo Russell Westbrook, cumple su sueño de ser jugador de la NBA Matt Ryan.

A sus 25 años, este alero especialista en el tiro de tres puntos vive sobre el alambre de ser uno de esos jugadores de fondo de armario con contrato no garantizado que en cualquier momento pueden verse fuera de la mejor competición del mundo, pero para alguien con su complicada trayectoria vital verse rodeado por la élite mundial del deporte de la canasta hubiese sido absolutamente impensable hace apenas año y medio. Porque por aquel entonces, Ryan se ganaba la vida en un oficio que probablemente representa la antítesis de lo exquisito y lo refinado: trabajaba en un cementerio.

Tres universidades en cinco años

Antes de que la pandemia del covid paralizara el planeta en marzo de 2020, Ryan era un jugador de clase media en la NCAA que tenía claro que su futuro inmediato en el baloncesto pasaba por arrancar su carrera profesional en Europa o en la Liga de Desarrollo. Su nombre estaba lejos del radar de la NBA. Jugando en la modestísima Universidad de Chattanooga, su tercer conjunto universitario en cinco años tras gozar de poco protagonismo en Notre Dame y Vanderbilt, había promediado 15,4 puntos y sus porcentajes tampoco eran como para echar cohetes: 42,3% en tiros de campo y 35,9 en triples.

Pero con la irrupción del coronavirus, no solo se cancelaron y retrasaron las competiciones, sino también los entrenamientos ante los ojeadores de las franquicias profesionales, la Summer League... Ryan se quedó sin escaparate en el que darse a conocer. Con el gimnasio de su universidad también clausurado, no le quedó más remedio que ir a un Walmart, comprar una canasta de exterior y colocarla en la plaza de aparcamiento de su apartamento. Ese fue su lugar de entrenamiento durante dos meses.

Cuando el mundo fue poco a poco recuperando su normalidad, Ryan tuvo que enfrentarse a una disyuntiva. Ni siquiera había sido invitado a la 'miniburbuja' en la que la Liga de Desarrollo volvió a echar a andar, no tenía ofertas del extranjero y necesitaba ganarse la vida. Con una licenciatura en Económicas debajo del brazo -estaba trabajando en la obtención del MBA-, tenía una oferta de trabajo en una importante firma financiera de Nueva York, su estado natal, pero eso le obligaba a olvidarse del mundo de la canasta. Decidió no renunciar a su sueño. Su abuelo le consiguió a principios del 2021 un trabajo en la empresa de jardinería que se encargaba del mantenimiento en el cementerio de St. Joseph, en Yonkers, que le permitía horarios flexibles para sus entrenamientos en solitario. Allí acudía a diario con su bolsa de deporte.

“Empezaba a las 7.00 horas de la mañana y hubo días que trabajábamos a diez grados bajo cero, llevaba ocho capas de ropa. Al principio mi trabajo consistió en quitar las coronas navideñas de las lápidas y posteriormente pasé a cortar el césped, recoger residuos, rastrillar hojas, sembrar, colocar tierra fresca cerca de las tumbas”, apuntó en una entrevista en The Athletic. Ganaba un dinero extra como repartidor de UberEats y DoorDash, entrenó a un equipo infantil e intentaba sacar cuatro horas diarias para trabajar en solitario en el gimnasio de un instituto cercano, donde tenía que marcar la distancia triple con tiras hechas a partir de una esterilla de yoga.

La oportunidad

Cuando llevaba casi año y medio alejado del baloncesto de competición y ya veía incluso complicado que le llegara una oferta del extranjero, su vida cambió en julio de 2021. Los Cleveland Cavaliers necesitaban un especialista en el triple para su equipo de la Summer League. Promedió 11,3 puntos con un 13 de 27 desde la larga distancia y su nombre regresó a la rueda. Los Denver Nuggets le contrataron para su 'training camp', pero le cortaron justo antes del arranque de curso.

Todo ello le valió para hacerse con un hueco en los Gran Rapids Gold de la Liga de Desarrollo y su sueño se convirtió en realidad cuando el pasado 28 de febrero firmó un contrato dual con los Boston Celtics, con los que solo jugó un partido (tres puntos en cinco minutos) pero vivió en primera línea el viaje de los verdes hasta la final de la NBA. “Tres universidades en cinco años, un año y medio fuera del baloncesto y ahora puedo ganar un anillo. ¡Es una locura! Yo estaba completamente preparado para estar en el otro lado del mundo en este momento, jugando en Dios sabe qué liga. No sé, la forma en la que han caído las fichas de dominó este año... Tiene que haber un Dios”, dijo en plena lucha por el último título de la NBA, en la que su equipo acabó cayendo ante los Golden State Warriors.

Este verano, tras una buena pretemporada (37,5% desde la larga distancia), ha firmado con los Lakers un contrato no garantizado. De momento ha jugado los dos primeros partidos (tres puntos contra los Warriors, cinco contra los Clippers) y mantiene vivo el sueño de aquel joven que hace año y medio trabajaba en un cementerio.