bilbao - Roger Grimau quería despedirse como es debido, vestido de corto, de la afición de Miribilla y lo que vivió ayer en el Bilbao Arena superó con creces sus expectativas. El alero catalán regresará hoy a Barcelona con la enorme satisfacción del reconocimiento general que se llevó por sus tres temporadas de aportación al conjunto bilbaino. Grimau siempre ha presumido de dejarlo todo en la cancha, al margen de su aportación numérica, y los seguidores del Bilbao Basket se lo reconocieron desde el primer momento que puso los pies de nuevo en la capital vizcaina.

Los mensajes por las redes sociales habían ido preparando el terreno y el jugador fue haciéndose a la idea de que iba a ser un día emocionante para él. En el momento del calentamiento, Roger Grimau ya fue aplaudido y saludado por los pocos espectadores que aún estaban en el recinto. Lo mejor llegó después. Durante la presentación de los equipos, en la que el alero barcelonés salió el último de su equipo con su eterno dorsal 44, el público prorrumpió en una larga ovación que hizo emocionarse a Grimau, que no daba abasto para saludar a todos los rincones del Bilbao Arena, donde un par de pancartas agradecían los servicios prestados.

Lo mismo hizo el club que, por medio de su vicepresidente Iñaki Calvo, entregó una camiseta enmarcada al jugador, que la exhibió con orgullo en el centro de una cancha en la que vivió todo tipo de emociones mientras se coreaba su nombre: “Roger, Roger, Roger...”. “Estas cosas engrandecen a las aficiones y a los clubes”, destacó Pedro Martínez, el técnico visitante.

tragar la emoción Había que hacer de tripas corazón, digerir la emoción, para que no afectara al rendimiento deportivo. Grimau salió desde el banquillo para poder asimilar todo lo que estaba viviendo y, al final, acabó participando durante 21 minutos y medio en los que sumó dos canastas, ambas aplaudidas por el público, y un par de tiros libres.

Una vez acabado el partido, abrazó y felicitó a sus excompañeros, asumió una derrota que seguramente le dolió menos que ninguna, y fue requerido por la televisión, lo que le permitió disfrutar en solitario de la última ovación de Miribilla, aquella que llevaba esperando desde la temporada pasada. Después, ya en la calle, firmó autógrafos, se hizo fotos como si siguiera siendo un hombre de negro, que en el fondo lo es, y se perdió en la ciudad como un bilbaino más.