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Una vida a prueba de golpes

El escolta Scott Bamforth vive en Sevilla su primera experiencia profesional

Una vida a prueba de golpesFoto: Diario de Sevilla

bilbao

LA formación personal influye de manera importante en la carrera de un jugador. Sin duda, ayuda mucho ser duro y ambicioso para alcanzar cotas altas y parece que Bamforth ha sabido superar momentos difíciles en su vida". Así hablaba Aíto García Reneses, currículo extraordinario y maestro a la hora da pulir y apostar por jóvenes valores, el día que su Cajasol hizo oficial la contratación de Scott Bamforth (12-VIII-1989, Albuquerque), un escolta tirador de 1,88 que este curso vive en Sevilla su primera experiencia profesional tras completar su periplo universitario en Weber State, donde el último año promedió 14 puntos con un más que notable 45,6% en triples. Hablaba Aíto de momentos difíciles, de dureza y superación, y lo cierto es que la vida Bamforth ha sido un cúmulo de todo ello, no ya para convertirse en jugador de baloncesto sino simplemente para salir adelante.

"Muchas veces se me ha pasado por la cabeza dejarlo todo. He pensado que nada importa, que no tengo nada por lo que vivir e incluso he pensado en hacer algo al respecto, aunque siempre he tenido alguien a mi alrededor para decirme que hay motivos para vivir". Así hablaba Bamforth a los 16 años en una entrevista en el Albuquerque Tribune resumiendo el estado de ánimo de un chaval al que la vida ya se había encargado de golpear con crudeza. A los 12 años, encontró a su padre, John, muerto en la cama víctima de un infarto una mañana de mayo. En la noche anterior, ambos habían visto por la tele, sentados en el sofá, un partido de béisbol después de uno de sus habituales duelos de softball en el jardín. La tragedia no solo le golpeó a él, sino también a su madre, Elizabeth, que cayó en las garras del alcohol. Hubo épocas en las que Scott tuvo que dejar de ir al colegio para hacerse cargo de ella. Incluso tuvo que vivir solo cuando su madre se fue a casa de su abuela para tratar de rehabilitarse, pero fue en vano, pues acabó falleciendo dos años y medio después que John por los daños que la bebida había causado en su hígado. Según el Albuquerque Tribune, Bamforth la encontró sin vida en la misma cama que a su padre.

Con 15 años, se vio solo en la vida. Huérfano, deprimido, con sombrías ideas pasando por su cabeza. Ante sí, una vida que reordenar en el ámbito personal y muchas obligaciones que cumplir en lo material. Hipoteca, seguros, conseguir dinero para comer... Demasiado para un adolescente al que el mundo se le había caído encima. Pese a reconocer que pensó en abandonarlo todo -con la crudeza que eso conlleva-, Bamforth salió adelante. Entre el subsidio por la muerte de sus padres, la ayuda de un tío y los 300 dólares que le pagaban dos compañeros de equipo y su hermanastro en concepto de alquiler, pudo mantener la casa familiar. El baloncesto le sirvió como válvula de escape. Sus compañeros en Del Norte High recuerdan que tenía altibajos, rachas en las que el dolor y los problemas le sobrepasaban, pero en 2007 acabó siendo elegido mejor jugador de instituto de Nuevo México.

Recaló en un Junior College (Western Nebraska) y tras una buena temporada se perdió su curso sophomore por una lesión de hombro. En 2010 pasó a Weber State y en su año junior la vida le volvió a poner a prueba. A su mujer, embarazada, le diagnosticaron preeclampsia, lo que ponía en peligro tanto su vida como la del bebé que estaba por nacer. Hubo parto prematuro y cuando todo parecía haber salido bien el pequeño Kingzton dejó de respirar y a ponerse de color morado. "Creí que iba a perderles a los dos, que me volvía a quedar solo", recuerda. La rápida intervención médica sirvió para reanimar al bebé, que tras varias semanas entubado logró salir adelante. La vida a prueba de golpes de Scott Bamforth merecía un final feliz.