EN el momento de la coronación se desmoronó. "Me fui de la cancha, necesitaba un minuto para mí bajo la ducha, lloré un poco", reconoció luego Dirk Nowitzki mientras Bill Rusell le entregaba el trofeo MVP y su equipo manoseaba el que acreditaba a Dallas Mavericks campeón de la NBA por vez primera en su historia tras vengar la final que en 2006 perdieron, precisamente, ante Miami. Otros Heat, poco que ver con el acaudalado proyecto liderado por The Big three, y que acabó cediendo 95-105 en el sexto partido (2-4).
Trece temporadas han transcurrido desde que un joven rubio aterrizara procedente de la Segunda alemana, el Würzburg de su pueblo, para tocar el cielo desde su elevada estatura antes de cumplir el próximo domingo 33 años. Milwaukee lo eligió en el puesto nueve del draft de 1998, pero quien estaba en verdad interesado era Don Nelson, entrenador entonces de Dallas que logró alistarlo. Sus inicios no fueron fáciles: en su primera campaña se produjo un cierre patronal similar al que puede avecinarse, y después arrastró su carencia física respecto a sus rivales. Pensó en volver a su país pero resistió. Fue en el curso 1999-2000 cuando se produjo un hecho crucial: el multimillonario Marc Cuban compró la franquicia y el gigante germano progresó a zancadas junto a Nash y Finley. Desde 2001, Mavericks siempre ha estado en los play-offs.
lebron, gran derrotado La afrenta de hace un lustro dejó una cuenta pendiente. Dirk, junto a los Terry, Stackhouse y Howard, vencían 2-0 y dominaban la tercera cita, pero se hundieron ante el conjunto de Wade y O'Neal. Como si ese percance les hubiese maniatado, Dallas se despidió en tres de los últimos cuatro años a las primeras de cambio, y el germano fue tachado de blando. Cuando nadie lo esperaba la historia ha cambiado, y Nowitzki se ha erigido en el jugador franquicia de un equipo campeón, más allá de la trascendencia de Kukoc, Parker o Gasol en sus respectivos clubes. Lo ha conseguido superando también al dolor al padecer una lesión en el dedo de la mano izquierda, un golpe en la pierna y fiebre de hasta 39 grados centígrados. Wade y LeBron, gran derrotado, se habían jactado de él imitando su tos y gestos envueltos en una toalla. "Es una chiquillada propia de ignorantes", dijo Dirk, que se ha desquitado el cliché de perdedor que le propinó también la final del Europeo de 2005 ante Grecia. Mientras tanto, LeBron James, a sus 26 años, cae en su segunda final y continúa a la búsqueda de un primer anillo, su única motivación y la razón por la que el pasado verano abandonó los Cleveland para fichar por Miami.
La felicidad alcanza también a Rick Carlisle, que se convierte en la duodécima persona en lograr al menos un campeonato como entrenador y otro como jugador, sucediendo a Phil Jackson. El técnico neoyorquino, de 51 años, triunfó con los míticos Boston Celtics de Bird, McHale y Parish en la temporada 1985-86, y ahora está a la altura de grandísimos campeones como Cunningham, Heinsohn, Holzman, Jeannette, Jones, Rusell, Senesky, Sharman y Costello. Quizás la culpa la tenga un profético tatuaje, el de Jason Terry, el sexto jugador perfecto, que relanzó en ataque a los suyos: sus 27 puntos, incluidos tres triples de siete intentos, rompieron por completo la defensa de Miami. El jugador se tatuó el trofeo en el bíceps derecho el día antes de comenzar la pretemporada aprovechando una reunión de grupo en casa de su compañero DeShawn Stevenson. "Todos se rieron entonces y cuando lo hice se quedaron alucinados. Desde ese instante solo hemos hablado de llegar a este punto", recuerda él. Carlisle refrenda la química del vestuario: "Este es un grupo de veteranos que no corrieron muy rápido, ni saltaron muy alto, pero se apoyaron en todo momento unos a otros... Y confiaron en el pase", consideró, agradeciendo el respaldo recibido desde todas las esquinas de Estados Unidos en parte por el odio que trasladó Miami por su política de concentrar a grandes estrellas para derrocar a Los Ángeles Lakers. Ni uno ni otro.
terry y barea, de lujo La victoria definitiva tuvo de nuevo como protagonistas, además de a Nowitzki y Terry, al base puertorriqueño Barea. El alemán no estuvo inspirado en los tres primeros cuartos al quedarse con 11 puntos pero resurgió en el tramo clave con 10 puntos. El control del balón, la combatividad bajo tablero de Chandler y la aportación del banquillo fueron básicos para que, por ejemplo, gente como Jason Kidd, de 38 años, respirara aliviada tras haber agachado la cabeza en las finales de 2002 y 2003 con los New Jersey Nets. Miami, el equipo de la capital del sol, se nubló en la hora de la verdad ante la franquicia que devastó y que ahora es un campeón de novela idóneo para el celuloide bajo el título de La venganza de Texas o El gran golpe. No tiene a JR Ewing en el papel de actor principal, pero sí a DN, el Robin Hood de Dallas, con sitio en el panteón de los campeones.