Bilbao

dicen que el trago en copa sabe mejor: se degusta con mayor precisión la bebida, que llega al paladar con ese toque de finura que deja el afilado cristal. Así quiso catar la parroquia bilbaina desplazada hasta el BEC de Barakaldo, hasta sus entrañas, hasta el Bizkaia Arena, centro neurálgico de Copa, hogar para el récord de asistencia de la Copa con 14.417 almas. En frente, la armada gasteiztarra.

Con el metro partía el jolgorio. Allí, enclaustradas las emociones en el suburbano, nadie podía reprimirse, indiferentemente del equipo al que se defendiera. Era convoy con destino a la gloria. Cero incertidumbre y mucho convencimiento por ambas partes. Unos apoyados por la lógica de cuando pelean mayor contra menor; los demás, inspirados por la inercia más reciente. "Sin Splitter en el campo, ganamos". Causa y efecto. El optimismo viajaba de equipaje con la afición del Bizkaia Bilbao Basket, a nadie se le escapaba el pasado triunfo ante el Madrid, fresco aún en la retina.

Al llegar al coloso del espectáculo comenzó la batalla entre dos púgiles mayúsculos, con un músculo compuesto por miles de aficionados. Descomunal fortaleza. Arrancaba así la batalla de los decibelios. "Patatero el que no bote", por un lado; "bilbaino el que no bote", por el otro. Una bonita y sana competencia que se veía materializada en los dos fondos de la cancha. Uno completamente negro y el otro, rojo. Así lo decidió la ACB. En medio, la cancha y sus protagonistas, al principio, en segundo plano. El papel principal era para las gradas, que arrancaban desde su más profundo interior, dentro de cada una de las personas, hasta el último soplido de aliento. Especial ocasión la que se vivía. Entrañable para quienes ya la conocían, la experiencia de mojar los labios de Copa.

Pitidos versus aplausos al estallar la vorágine de la competición para los hombres de negro. Una trifulca divertida que siempre tenía por objeto acallar los gritos de ánimo de los seguidores enfrentados. Saltos en la grada y agitación de banderas como principales señas de identidad, con decorado multicolor. Preciosa estampa. Los oídos pedían silencio desde su sorda posición. Era el delirio de la fiebre copera.

Con cinco minutos de juego, el Caja Laboral tomaba una ventaja que la afición bilbaina interpretó viniéndose momentáneamente abajo, pegando el trasero en sus asientos. Los baskonistas empezaban a ejercer presión, enrocados en sus localidades y despegando las nalgas para celebrar cada una de las canastas visitantes o errores locales. El intercambio de golpes fue de ida y vuelta. Cantar era provocación.

Antes de finalizar la primera mitad del partido, los hombres de negro acortaron diferencias y fue acicate para la gente de casa, que se vio envalentonada. Los seguidores recuperaban los grados de temperatura perdidos a base de puntos en contra.

Con la llegada del tercer cuarto vino la desesperación bilbaina. El Caja Laboral se iba en el marcador y con ellos se exiliaban las esperanzas locales. El silencio invadió a la hinchada del Bizkaia BB, que se vio sombreada por la alegría de los gasteiztarras, mucho más activos desde entonces y hasta el final del partido, alimentados, claro, por la resaca del resultado. Y así se llegó al final, con derrota. Queda, al menos, el consuelo de haber sido en Copa, algo difícil de olvidar, por eso del buen gusto.