En la esperanza de que en mayo, cuando llegue el momento de hacer balance, no haya que acordarse del empate de Los Cármenes, lo que ahora prevalece es un viscoso regusto a derrota. El juicio unánime culpabiliza al Athletic por malgastar una de esas ocasiones que en el curso de una temporada son excepcionales. Pero tampoco merece la pena cargar las tintas porque nadie está a salvo de tener un mal día, que afinando un poco ni siquiera llegó a eso, pues la bajada de tensión colectiva únicamente asomó en la segunda mitad del encuentro.

Lo que molesta, o puede irritar a alguno, es precisamente que en los 45 minutos previos, el equipo de Ernesto Valverde ejecutase con buen estilo el plan al que habitualmente se atiene, para luego transformarse en una auténtica medianía. Cuesta encajar que un grupo con la autoestima por las nubes, con una personalidad perfectamente definida, falle con estrépito justo ante el prototipo de adversario birrioso, absolutamente desbordado por la caída en picado que protagoniza desde el comienzo del campeonato. Pero, suele pasar.

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La reanudación del Granada-Athletic, en imágenes Agencias

Y como pasó, quizá convenga tomárselo con filosofía. A lo mejor, hasta no viene mal en una trayectoria sostenida que, de repente, se intercale un episodio desconcertante. No se obtiene ganancia de mortificarse por mucho que no sea ni medio normal ofrecer dos versiones sin punto de comparación en un mismo encuentro. Como mínimo, servirá de advertencia: los enemigos pequeños existen, pero ninguno se deja y conviene por ello no tentar la suerte.

El principal pecado que cometió el Athletic no fue la “desconexión”, término empleado por Iñaki Williams para describir el desarrollo de la fase posterior al descanso. La clave radicó en la nula efectividad en ataque previa al descanso. Cuatro estupendas situaciones para marcar se fueron al limbo y si una sola hubiera subido al marcador, al Granada no le salva ni un milagro. La reacción nazarí se cimentó exclusivamente en la exigua ventaja rojiblanca, un salvavidas al que aferrarse en medio del temporal.

Ocurre que el acierto no siempre acompaña, la puntería a veces no se corresponde con los méritos. El Athletic lo sabe, pues ha sido su cruz en campañas anteriores. Los entrenadores, el actual y otros, se han hartado de lamentar la mediocre efectividad de un conjunto pleno de vigor, capaz de percutir en el área rival con una constancia encomiable y al mismo tiempo frustrante, casi enternecedora. Intentarlo sin desmayo para extraer un beneficio ridículo, sin correspondencia con el número de centros, remates, balones parados, dominio y desgaste. Una tónica que este curso ha mutado en insospechada solvencia: en la mayoría de las jornadas no ha precisado insistir como solía para engordar su casillero e ir asentándose en la parte noble.

Bueno, pues en Los Cármenes se volvió a las andadas. Lo dicho, un mal día, puesto que la calidad de las aproximaciones a la portería andaluza no admite discusión. Y no cabe apelar a la cantidad, por defecto, para censurar la producción ofensiva. Con cuatro en media hora va que arde, a sabiendas de que todas no van a computar en el desenlace. Colando una sola, hoy la resaca sería feliz.

En el plano individual, resaltar el descubrimiento de un centrocampista competente. Da para reflexionar que haya que esperar cuatro meses para ver en acción a un canterano desenvolverse como un asiduo en las alineaciones. Cuatro meses y una carambola múltiple: la indisponibilidad de dos hombres, Vesga y Dani García, así como la incógnita permanente que representa Ander Herrera.

Solo esta especie de conjunción astral ha propiciado que Beñat Prados juegue de titular en la liga y lo haga, encima, en su demarcación, en el puesto donde puede desplegar los argumentos que le han hecho acreedor a un hueco. Un partido no es concluyente, aunque cuando un futbolista lastrado por la ausencia de oportunidades y, por tanto, carente del ritmo propio de la categoría más exigente, aporta lo que él en la doble función de contener al adversario y conectar líneas con la pelota, el arqueo de cejas es inevitable.

En las citas inminentes, además de permanecer atento al rendimiento colectivo, el personal dispone de un aliciente extra: comprobar el tratamiento que recibe el tal Prados.