Tan enchufado está el Athletic que, exagerando un poquito, podría afirmarse que este sábado fue el único equipo que compareció en San Mamés. Rubricó una actuación plena de energía y acierto con cuatro goles como cuatro soles bajo el encapotado cielo bilbaino. Una muesca más en su camino hacia el ansiado objetivo y otra celebración de las gradas, encantadas con lo que se desarrolló delante de sus ojos. Qué menos cuando todo fluye sobre la hierba y deriva en un meneo en toda regla, en este caso a un Rayo que exhibía unas estadísticas envidiables lejos de Madrid. Hasta este sábado. El resultado destrozó cualquier pretensión del conjunto que dirige Francisco, para la hora el asunto estuvo completamente liquidado.

No hubo color, ni emoción, solo un alarde de poderío del anfitrión, algo poco común en un campeonato supuestamente presidido por la igualdad de fuerzas, lo que induce a los entrenadores a ponderar cada semana la dificultad que entraña gestionar con éxito cada compromiso. Esta vez no dio tal sensación. El Athletic mandó, ordenó, golpeó, prácticamente no recibió un rasguño. Se lo pasó en grande, dando rienda suelta a su estilo futbolístico de rompe y rasga.

Hubo una cortísima fase de tanteo previa a que el Athletic estableciese la pauta del juego. Apenas unos minutos para ubicarse e ir paulatinamente elevando las revoluciones, empujando al Rayo hacia su área, amenazando. Primero con un servicio muy comprometedor de Iñaki Williams abortado al límite por Mumin, seguido de un robo tras mal pase de Espino que acabó con la pelota en la red, impulsada por Guruzeta. La acción queda anulada por fuera de juego de Nico Williams. No así la siguiente, de nuevo pérdida visitante en zona prohibida, Sancet reacciona veloz para dejar en ventaja a Guruzeta frente a Dimitrievski, que nada puede oponer al remate raso del ariete. Séptimo de su cuenta personal.

Quedaba por delante la mitad del primer acto y no volvió a haber nada destacable en ataque. Nada del Athletic, pese a que retuvo la iniciativa, amasó posesión y buscó la profundidad, siempre bajo la batuta de un Sancet omnipresente que se hartó de realizar sus controles característicos y repartir pases con una pasmosa facilidad. Sin duda que el rival ajustó mejor en la contención para evitar más sobresaltos, pero a eso se redujo su propuesta. En la faceta creativa se mostró inoperante, en lo que influyó claramente el habitual tesón de los rojiblancos para presionar al unísono, no perder el sitio y evitar la cesión de metros. La mayor parte de lo que sucedió antes del descanso se produjo en terreno madrileño.

Los habitualmente afilados extremos Isi y Álvaro prácticamente ni aparecieron, huérfanos de suministro. La transición con balón se convirtió en un problema insalvable para el Rayo. Fue significativo que desde la zaga buscasen con lanzamientos en largo a Camello, impotente por motivos obvios para pleitear con la envergadura de los centrales. La paupérrima creatividad visitante fue consecuencia directa de la claridad de ideas de un Athletic al que el físico le acompaña para ahogar al adversario y hacerle incurrir en imprecisiones que además castiga con una verticalidad extrema.

Esta fue la clave del triunfo, la formidable intensidad del conjunto, que no se conformó con obstaculizar las maniobras del rival, sino que transforma cada recuperación en un avance a toda mecha, sin necesidad de elaborar en exceso, con Sancet introduciendo una falsa pausa y los demás ganando metros con decisión.

Este guion alcanzó una plasmación casi perfecta en la reanudación. El Rayo quiso de entrada irse para arriba en pos del empate y lo pagó carísimo. El Athletic siguió a lo suyo y encontró espacios más amplios para gustarse y acreditar su ambición con tres goles más en cuestión de poco más de un cuarto de hora. Después de un pequeño susto a cargo de Unai López, que se benefició de sendos despejes defectuosos de Simón y Vivian, abrió la fiesta Iñaki Williams. Con fortuna, es cierto, pues su intento de pase lo desvió Espino descolocando al portero.

A partir de aquí se asistió a un goteo de aproximaciones que anunciaban paliza. El mayor de los Williams participó en un par, pero no se quedó quieto y cumplida la hora remató a placer un pase raso de Guruzeta, inmejorable, que cruzó el área de lado a lado a la espalda de los defensas y fuera de la órbita de Dimitrievski. También él acumula siete tantos. En el cuarto, nacido de otro robo, Lekue interpretó correctamente el movimiento hacia dentro de Nico Williams, le dejó en ventaja y este enganchó una rosca que se coló tras tocar en el palo opuesto.

Iba desatado el Athletic, los tres cambios que con 2-0 introdujo Francisco de golpe no modificaron el partido en lo sustancial, si bien a raíz del cuarto gol, instintivamente los de Valverde dejaron de pisar el acelerador. Tampoco se trataba de machacar a un enemigo desnortado, bastaba con preservar la concentración y el sitio. Como de costumbre, pero con la particularidad de que el pescado estaba vendido y se antojaba una ocasión ideal para repartir minutos, Valverde tardó en agitar su banquillo.

En primera instancia, a un cuarto de hora de la conclusión, ordenó la reaparición de Yuri y otorgó un rato al capitán Muniain, desaparecido desde hace semanas. Aún esperó más para conceder un respiro a Iñaki Williams y Galarreta, relevados por Berenguer, que dejó algún detalle, y Prados. El cupo lo cerró Nolaskoain, en la posición de Vivian en el 84. Quizá este apartado se pueda valorar como irrelevante en el marco de un encuentro notable, culminado con una goleada inhabitual, pero confirma una manera de entender la dimensión de la plantilla. El broche de la tarde corrió a cargo de Simón, quien en el último minuto sacó una mano de hierro para neutralizar el único remate peligroso que anotó el Rayo, obra del veterano Falcao. Una simple anécdota en el vendaval rojiblanco.