Asier Villalibre (Gernika, 30-9-1997) brindó una magnífica actuación el pasado sábado. Aspira a que sea el preámbulo de una campaña exitosa en el plano personal, gracias a la evolución que ha experimentado a raíz de su cesión al Alavés. Cuenta que se siente confiado en sus posibilidades, espoleado por un inconformismo que acaso no supo cultivar en el pasado. Quiere jugar, convertirse en el delantero del equipo, confirmar cuanto apuntaba siendo un chaval.
La respuesta es previsible, pero ¿cómo se siente?
—Bien y esta semana en concreto, mejor. Después de un partido como el del Cádiz, el ánimo sube y además estoy con ganas de que llegue el próximo partido para poder volver a Mendizorrotza.
El sábado le salió todo perfecto, cuando no suele ser sencillo rendir así saltando al campo a 25 minutos del final.
—No, no es fácil cuando tienes ese tiempo para jugar y encima en los partidos anteriores había participado poco. En situaciones así no es normal que las cosas salgan como salieron. Un gol y un pase de gol, ganar el partido y vivir el ambiente de alegría que hubo en San Mamés. Salió redondo.
Se hallaba en la banda a punto de salir y el compañero al que iba a sustituir marcó. ¿No temió que el entrenador cambiase de opinión?
—A lo mejor con 0-0 el entrenador tiene un planteamiento, una opinión de lo que está pasando y puede suceder que con 1-0 su idea cambie. Sí que lo pensé, pero quedó claro que él estaba decidido que saliese a jugar. A veces pasan cosas así en el fútbol, que el que va a retirarse mete la última pelota que toca y el que entra al campo mete la primera que tiene.
Bueno, habrá que ver si esa actuación suya conlleva alguna consecuencia, si empieza a contar más.
—Esto es muy largo. El año pasado no jugaba y lo pasé mal. Pero sentí algo diferente. Cambié de representante porque veía que necesitaba algo nuevo, hablamos de lo que me estaba pasando y empecé a tener una perspectiva diferente. En este sentido, la cesión al Alavés me sentó muy bien. Fue una decisión acertada.
Desde luego, seguir aquí sin apenas oportunidades no era muy sugerente, pero tampoco era la primera vez que hacía las maletas.
—Reconozco que salir me daba cierto miedo porque las cesiones anteriores no fueron bien, pero ahora puedo decir que ir al Alavés me ha valido para crecer, tanto en lo personal como futbolísticamente. El hecho de que estuviese etiquetado como un futbolista que debe hacer determinadas cosas en el campo me estaba perjudicando. Sin darte cuenta acabas interiorizando eso que dicen o esperan de ti, y en mi caso esto supuso un problema. Daba la sensación de que era un jugador que tenía que vivir en el área cuando yo sé que puedo aportar otro tipo de cosas al equipo. Siempre he creído que podía ayudar haciendo movimientos más variados, corriendo al espacio, cayendo para recibir, etc. Logré convencerme de ello y poco a poco fui dando pasos hacia adelante en el Alavés. Así que cuando llegó la hora de volver a Lezama, vine convencido de que puedo jugar aquí y espero que así sea. Quizás se haya producido en mí un cambio de mentalidad, ahora me enfado cuando no juego. Sobre todo, me enfado conmigo mismo, que conste.
Desde la lejanía dio la impresión de que su estancia en el Alavés tampoco fue un camino de rosas. Hubo fases de la temporada en que no fue titular o solo jugaba ratos sueltos.
—Los números pueden inducir a engaño. Metí dos goles en el primer partido y marqué otro en el segundo, pero es normal que luego estés varias jornadas sin ver portería. Pero te puedo decir que mis sensaciones al principio eran peores. Fui mejorando de forma paulatina, subiendo peldaños poco a poco. Trabajé mucho el aspecto mental y para cuando disputamos el play-off de ascenso había conseguido una gran conexión con los compañeros y con el entrenador.
O sea, nada que ver con las etapas en el Valladolid o en el Lorca.
—Nada que ver. Aquellas cesiones me fueron mal. Para empezar, en el Alavés tuve un recibimiento que no esperaba; luego vi que jugaba, que tenía protagonismo y que iba evolucionando. Más no se puede pedir y el final fue como el de una película donde uno mismo firma el guion. Yo soy del Athletic, esto nunca va a cambiar, pero tengo que admitir que en adelante también llevaré dentro de mí al Alavés y a la ciudad de Gasteiz.
A su regreso no sé si estaba acordado que se quedaría en la plantilla de Valverde o existía otra opción.
—Cuando volví, el club me dijo que me iba a quedar y yo, por mi parte, era lo único que contemplaba. Incluso sabiendo que tendría una dura competencia en el grupo para jugar.
Hace un año hizo cinco goles en pretemporada y cabía prever que eso le abriría puertas para actuar con cierta asiduidad, pero esto no ocurrió.
—Esto de las pretemporadas es como lo de los números que decía antes. Sí, hice cinco goles, pero este verano me he sentido mucho más cómodo a la hora de jugar, como si estuviese más integrado en el equipo. En mi cabeza ya no está el jugar veinte minutos y a ver qué tal, sino que quiero jugar más, jugar desde el inicio. Todavía esto no ha pasado, pero quedan muchos meses.
Pues muy contento no puede estar.
—Estoy contento con las sensaciones que tengo. Vamos a esperar a lo que pase en estos tres partidos que van a ser muy seguidos. Estoy contento, pero no con mi situación porque quiero tener muchos más minutos. Es lo que tengo en mente y trabajo para que se cumpla.
Inconformismo, se llama eso.
—Ya digo que lo veo de otra forma. Cuando eres más joven puede ser que te conformes con un rato cada dos o tres partidos. Ahora espero que se pueda ver mi mejor versión, por eso me rebelo, porque hoy tengo claro que puedo jugar aquí y ofrecer buenos momentos.
Es su séptima temporada en el Athletic, casi ninguna demasiado satisfactoria.
—Es posible que antes no lo tuviese tan claro y eso inconscientemente te lleva a acomodarte. Y está el tema de la confianza, si no la tienes hay otros que te toman la delantera. Puede que también antes dijese que me sentía capaz de jugar mucho en el Athletic y quizá no era del todo cierto. Ahora estoy convencido.
Este tipo de confesiones no son muy comunes entre los futbolistas.
—Ha llegado un momento en el fútbol en que todos decimos lo mismo y a mí no me gusta, me cansa eso de tirar de tópicos cada vez que hablas con la prensa. Antes que eso prefiero decir lo que pienso de verdad, me quedo más a gusto abriéndome y diciendo lo que siento. No me gusta hablar como si fuera un robot. Es más enriquecedor para mí, para ti y para el aficionado, hablar menos y cuando lo haces soltar lo que llevas dentro.
Pese a no tener continuidad, el club no le ha escatimado los contratos.
—A ver, renové para cuatro temporadas después de una gran campaña en el Bilbao Athletic y el año pasado volví a renovar, hasta 2025. Es verdad que en ese sentido el club me ha transmitido confianza no siendo un jugador con un papel importante.
Será por algo.
—Desde fuera no se ve todo, solo que unos juegan más y otros menos, pero desde dentro el punto de vista es distinto.
Será consciente de que un sector de la afición está pendiente de usted, de que al margen de las simpatías que despierte espera mucho de sus cualidades futbolísticas. ¿Siente esa presión?
—La presión te puede afectar independientemente de la edad que tengas. Poco a poco he ido controlando esa presión, no creo que ya me influya como en el pasado. El apoyo que percibo es muy de agradecer. Te diré también que a los comentarios negativos no les hago ningún caso. Sé quién soy y lo que puedo dar. En el deporte de élite siempre existe una presión social muy fuerte que no es fácil de gestionar.
Antes se refería a la faceta mental. ¿Hay que entender de sus palabras que ha buscado ayuda profesional?
—El psicólogo de Lezama me ayudó a enfocar todo mejor y aparte, aunque no diría que los problemas que haya tenido fuesen serios ni nada por el estilo, he solido acudir a una psicóloga. Ahora voy, pero con menor frecuencia que antes. Soy alguien de guardarse las cosas y de buscar estar solo, pero tener ayuda de fuera es importante.
Una de sus virtudes radica en el uso indistinto, o casi, de las dos piernas.
—Me lo han dicho. Mira el partido contra el Levante, cuando el Alavés ascendió, me vino el portero y me dijo, como sorprendido, que le había chutado el penalti con la izquierda. Y le dije que claro, porque soy zurdo.
Andaba despistado el hombre.
—Prefiero utilizar la izquierda porque le doy más fuerza y mejor dirección, pero tengo confianza para conducir con la derecha, no pierdo tiempo buscando posturas, juego con la pierna a la que cae el balón.
¿Puede contar la historia de ese famoso penalti?
—El míster tenía una lista de lanzadores: Salva, Jason y yo. Salva no estaba y cuando intervino el VAR ya veías que el árbitro iba a dar penalti. El tema estaba entre Rioja, Moya y yo, uno de los tres iba a tirar. Lo hablamos entre nosotros y yo les dije que lo iba a meter. Se me quedaron mirando y Rioja dijo que ya se quedaba él con el balón para que yo estuviese tranquilo. A él le asaron, le dijeron de todo, hasta el entrenador de porteros del Levante le fue a intimidar. Y en el último momento me pasó el balón. Por un segundo pensé que si fallaba… Luego me esforcé en concentrarme en cómo tirar y lo hice mirando al portero. En cuanto se movió a un lado, pude tirar seguro.
Es su modo de chutar un penalti.
—Lo solía practicar con Iru en Lezama después de los entrenamientos. Salió bien. Luego, al día siguiente en casa, sí que le di vueltas. Era una gran responsabilidad, si llego a fallar todo hubiese cambiado.
Otro episodio especial será la Supercopa, con un gol suyo en la semifinal.
—Es el mejor momento en el Athletic. Todos de pequeños queremos jugar en el Athletic, lo sueñas, pero ganar un título y además meter un gol es el no va más. Sin embargo, no lo viví tan plenamente porque fue en la pandemia y no se pudo celebrar con nuestra gente. Justo al revés de lo que pasó con el ascenso del Alavés. No poder compartir el éxito con la afición fue una pena. Parecerá que es una tontería, pero no lo es para mí.
Cumple 26 años en cuestión de días, ya no es el chavalito que viene de abajo, la novedad. Le va mucho en esta temporada.
—Entiendo lo que dices. Por eso salí al Alavés, para tener minutos, volver y dar un golpe en la mesa, con ambición y confianza en ser el delantero del Athletic. Este año es muy importante para demostrarme a mí mismo que eso es así. Si tienes dudas, malo.
¿Puede explicar su relación con Raúl García?
—Pasamos mucho tiempo juntos. Tengo una buena conexión con él. Compartimos mucho en el día a día. Es una relación estrecha, siempre le he tenido cerca, es una gran persona.
Y un competidor directo.
—Sí, también. Pero hay que saber distinguir. Por encima de todo somos personas. Me enfado si sale él y yo no, pero no con él sino con la situación. Nada más.
Y tiene a Guruzeta por delante.
—Hemos coincidido mucho en categorías inferiores y jugamos juntos a menudo. Somos complementarios.
Cuartos en la tabla. Un buen comienzo.
—Va bien por ahora. Si tienes un mal día es mejor que sea contra el Madrid o el Barcelona. Después de los tres próximos partidos, en función de los resultados, se podrá saber mejor cómo estamos.
Y, para variar, Europa en el horizonte. Lo tuvieron bastante asequible el año anterior.
—Se fueron muchos puntos de San Mamés y el Athletic ha sido siempre un equipo fuerte en casa. Ahora llevamos dos victorias, estamos más inspirados.
Uno de los goles con su firma. Describa la jugada.
—Fui al segundo palo pensando que Iñaki centraría ahí, pero lo hizo para atrás y un defensa despejó fatal y me cayó el balón. No lo pensé, le cogí al portero a contrapié y en un instante me quedé con la duda de si pegaría en el larguero, pero salió bien dirigido.
Abrió los brazos y se quedó quieto, con un semblante serio.
—No pienso en las celebraciones. Según el día te sale de una manera o de otra. Lo que salga.
En medio de la euforia de los compañeros y de la grada, usted parecía muy tranquilo, calmado, como si tuviese controlado el momento.
—Puede ser que pareciera eso, la verdad es que te sientes liberado. Recuerdo haber hecho lo mismo en un gol en Mendizorrotza. Lo metí en el lado del fondo donde está la gente de Iraultza y vi a toda la tribuna como loca, como si quisieran abrazarme y yo, igual por eso, abrí los brazos para que entrasen todos.