La cotización del Athletic continúa al alza. Que el de ayer fuese el clásico compromiso donde partía como favorito y no solo por ejercer de anfitrión, en absoluto resta valor a la actuación que ofreció. Al contrario, sirve para confirmar que el equipo de Ernesto Valverde se encuentra en la línea correcta. Ello explicaría que obtuviese un marcador elocuente, fiel reflejo del modo en que gobernó el partido ante un Cádiz que vivió siempre a expensas del fútbol rojiblanco. Pese a que los goles se hiciesen de rogar en exceso, acabaron cayendo por pura inercia, aunque sería más correcto decir que el triunfo fue consecuencia del espíritu combativo de los jugadores locales, de su perseverancia, virtud que acabó minando la áspera resistencia planteada por el cuadro andaluz.

Es a cuanto pudo aspirar un Cádiz laborioso, a aguantar las embestidas y sobrevivir contando, eso sí, con grandes dosis de fortuna. Es posible que por momentos volviesen a la memoria esas ocasiones tan habituales en San Mamés, por ejemplo a lo largo del curso anterior, con el Athletic asumiendo la iniciativa, percutiendo una, diez y veinte veces sin recompensa alguna. Partidos de ganar que se convertían en un monumento a la impotencia, en una exhibición de impericia rematadora que generaba un profundo sentimiento de decepción. No fue el caso, pero quien más quien menos evocó en su mente esa frustración hasta que el fútbol quiso ser justo.

Para el descanso, el asunto debió estar liquidado o como mínimo orientado favorablemente. Los dos intentos de Sancet repelidos por la madera constituían un bagaje más que suficiente para otorgar a cada contendiente lo que merecía. Se trató de acciones muy claras que dejaron retratada a la zaga gaditana, ambas bien construidas y podría añadirse que correctamente ejecutadas por el autor de los remates. El cómputo de oportunidades fue más amplio, sin alardes, pero no es normal que el infortunio influya de manera tan cruel para arruinar las maniobras de Sancet, una de las piezas más desequilibrantes en un ramillete que englobaría a Iñaki Williams, a Galarreta y a los dos jugadores que ocuparon la posición de ariete.

Sin embargo, el Cádiz alcanzó el intermedio con la impresión de haber desarrollado un trabajo muy digno. Enfocó su esfuerzo a poner trabas y no le fue mal. Sergio González ha diseñado una formación dispuesta a fajarse cuando enfrente aparece un enemigo con más argumentos. Replegado en su terreno, no tuvo reparos en interrumpir el juego a fin de cortar el ritmo de un Athletic que necesitó veinte minutos para coger los mandos y dar sentido a su dominio, hasta entonces exento de precisión, con varios elementos muy desacertados en el manejo. Las veinte faltas señaladas en el primer tiempo, dos de cada tres a cargo de los visitantes, dan una idea de por dónde fueron los tiros.

Pero a raíz de que Guruzeta dispusiera del primer balón franco para marcar, en un saque de falta templado por un Galarreta muy activo, la cosa fue inclinándose sin remisión hacia el área del poco ortodoxo Ledesma, que lo mismo realiza paradas inverosímiles que reparte anchoas con label. Guruzeta protagonizó un nuevo cabezazo y seguido Berenguer sirvió para que Sancet, sin oposición, cabecease al larguero. No era cuestión de lamentarse todavía, pero las vibraciones negativas se activaron cuando cerca del descanso Sancet, después de un control deficiente se rehízo y chutó lejos del alcance del meta con idéntico destino, el larguero. Berenguer cazó el rechace y Ledesma replicó con no se sabe qué parte del cuerpo.

Nada tocó Valverde para afrontar el segundo acto. El equipo había sabido sobreponerse a las dificultades, estaba sumando créditos para adquirir ventaja. La tónica no registró novedades significativas, salvo por el hecho de que el gol se intuía más y más próximo a cada minuto. Tercer remate de Sancet, Ledesma repele y Guruzeta fusila dentro del área. La pierna de Iza sobre la línea evitaba la materialización del premio. Sergio no aguantó más, también el veía llegar el gol del Athletic y refrescó su ataque. El Cádiz no podía seguir viviendo en torno a su área, pensaría.

Y fue entonces cuando los caprichos del destino confluyeron. Por fin el Cádiz se pasó a saludar a Simón. Maxi dispuso de un tiro sencillo, a servicio de Navarro, pero envió un churro. Se diría que la reacción del banquillo andaluz empezaba a cundir, pero solo un minuto más tarde entre De Marcos, que la puso de cine en el segundo palo, Guruzeta que le tomó la espalda a su par y Ledesma, que salió del marco a coger flores, fabricaron el 1-0.

Ya estaban en la banda Villalibre y Yeray preparados para saltar y Valverde retiró al goleador y a Paredes, que tenía tarjeta. Carrera de Williams, que martirizó sin piedad a su par, centro defectuoso y peor despeje de Escalante que habilitó a Villalibre, quien con serenidad colocó su cabezazo en el lado desguarnecido de la portería. Era la primera que tocaba el ariete, que asimismo colaboró en el 3-0, dejando completamente solo a Williams, para que este cruzase con suavidad ante un portero vendido. Esto tuvo lugar en el añadido, pero en los veinte minutos consumidos entre el segundo y el tercero, abundaron las situaciones de peligro y además en las dos porterías. Simón realizó su particular aportación al triunfo, con tres intervenciones sobrias y complicadas a tiros de Hernández, Iza y Negredo.

Ledesma no se quedó atrás, especialmente para desviar un pepinazo de Williams y un zurdazo del extremo a dejada de Villalibre, preámbulo del tanto que cerró la cuenta. Total que, asegurado el botín, el espectáculo no decayó, solo se diversificó con el Cádiz tirando de orgullo y el Athletic abriendo auténticos boquetes en cada arrancada.

La grada acumuló razones para irse satisfecha. Había que ganar, sí, y el Athletic supo administrar el desgaste y hallar la luz precisa para que le compensara. Tres goles, tres puntos. Poco más cabía pedir, a lo sumo que el acierto hubiese asomado un rato antes, por ejemplo cuando Sancet estuvo cara a cara con Ledesma.