Escoger un calificativo para la campaña del Athletic no requiere un gran esfuerzo. Existe un amplio abanico a mano que sintetizaría el rendimiento y sus frutos con asombrosa fidelidad y ninguno de signo positivo. Hasta valdría alguno de los empleados estos años atrás, dado que a grandes rasgos se ajustarían a lo que ha sido una trayectoria similar. Idénticas ilusiones en torno a una meta invariable, un recorrido plagado de vaivenes y, al final, el mismo regusto, ese amargor por lo que podría haber sido y no se ha concretado. Decepcionante encaja como un guante y, lo que es peor, emitiendo síntomas que auguran un futuro inquietante.

En esta oportunidad tampoco falta la versión institucional, tendente a compensar las sensaciones negativas que han ido ganando terreno en la calle. A expensas de lo que vaya a dar de sí la rueda de prensa pendiente de Jon Uriarte, merecen atención los mensajes de la dirección técnica y del propio presidente. Es la voz de los responsables de que no se haya percibido un avance en relación a la dinámica que engloba el lustro anterior.

Apellidar de “magnífica” la temporada de haber entrado en Europa, como dijo Uriarte, ilustra la desconexión con la realidad en que está sumida la directiva. Aunque más grave parece que un profesional contrastado que cumple su tercera etapa en la entidad nos cuente que es “un éxito que el Athletic pelee por ir a Europa hasta la última jornada”. La afirmación carece de base sólida porque el comportamiento del equipo la desmiente de raíz. Si además se analiza con un mínimo de perspectiva lo barato que ha estado colarse en el cuadro de honor, esas palabras pierden todo su significado.

El año se resume muy fácil: el equipo que contaba con 24 puntos al cabo de las primeras catorce jornadas y era cuarto, ha acabado octavo con 51 puntos. O sea, casi sumó lo mismo en el primer tercio del calendario que en los dos tercios posteriores. Aquí no hay trampa ni cartón. Son números que describen con elocuencia un proceso decadente. El Athletic fue perdiendo gas desde diciembre para llegar con la lengua fuera y tarde al reparto de premios. Ganando cinco puntos de 24 posibles en el esprint final, es improcedente jactarse de que se ha estado en la pelea hasta la jornada de cierre del campeonato.

Que Valverde haya defendido semejante apreciación sin que se le moviese un músculo de la cara, obedece a algo ya comentado: Europa ha estado de rebajas. De lo contrario hubiese sido inviable que el Athletic, con sus vaivenes y un acopio de puntos tan discreto, habitase en la séptima posición durante casi toda la segunda vuelta.

El año anterior Marcelino se desgañitaba pidiendo regularidad a su tropa, en vano. También el asturiano dejó al equipo octavo, con cuatro puntos más, y alcanzó la semifinal copera, donde cayó con el Valencia. Con aquellos 55 puntos hubiera sobrado en esta ocasión; sin embargo, el equipo ha caído en una involución detectable recurriendo a otro parámetro: cuatro veces se ha medido el Athletic a Osasuna y de todas ha salido trasquilado.

En liga se tuvo que conformar con un punto de seis y, mira por dónde, Osasuna le arrebata la séptima posición. En la Copa, igual: una derrota y un empate en una semifinal que era un bombón, al eludir en el sorteo a Madrid y Barcelona y disputar el segundo asalto en San Mamés. Que el proyecto de Jagoba Arrasate prevalezca en ambos frentes no puede por menos que inducir a una reflexión seria. Vale que una Real con posibles haya dado un salto cualitativo en tiempos recientes y viva en un escalón superior, pero que un club modesto como el navarro, que en una década nunca ha sido competencia directa, entre otras cuestiones porque anduvo cuatro años en Segunda, haya desbancado al Athletic deslegitima las valoraciones salidas de Ibaigane y de Lezama.

En la hora de las explicaciones y descrito a grandes rasgos el itinerario trazado desde agosto, con el paréntesis del Mundial por medio, el declive paulatino que arranca en diciembre y persiste hasta el final responde a una gestión errónea de los activos que ofrece la plantilla. De entrada, los refuerzos acometidos por la directiva son un fracaso. Se libra Guruzeta, un delantero trabajador que aprueba en su estreno en la élite, pero lo de Herrera y Capa…. Nadie sabe quién pidió la repesca del lateral, desde luego no tiene pinta de que fuese el técnico. Y en lo de Herrera la culpa está repartida. No está capacitado para soportar el ritmo del resto, había informes que lo advertían y se han confirmado con seis lesiones musculares y más de 120 días de baja. Ello no ha impedido que Valverde le hiciese un hueco a la mínima, obviando que es una sombra del futbolista que en su día fue.

Tampoco cabe pasar por alto la gestión, la distribución de minutos, similar a la de entrenadores anteriores: ante la duda, apuesta decidida por los veteranos, que son un montón en un plantel que en teoría promociona el producto fresco de su cantera. Los casos concretos de Vencedor, borrado del mapa, y Zarraga, que menos apoyo ha recibido de todo, son los máximos exponentes de un criterio cortoplacista que está conduciendo al club hacia un callejón sin salida.

Unos por defecto y otros por exceso, apartado este donde figuraría Nico Williams, al que le han sobrado tres meses a causa de un minutaje exagerado para alguien aún muy tierno. Él abre un listado de gente a la que la campaña se le ha hecho larga. Alguno lo ha pagado con la enfermería (Yeray), otros bajando sus prestaciones en la segunda mitad del calendario o en diversos tramos: Vesga, Berenguer, Sancet, Yuri, Muniain, Vivian o De Marcos. Demasiados altibajos en el plano individual sin apelar a alternativas, lo que ha derivado en un desgaste que se ha notado en exceso.