Ni a la cuarta. En el día más trascendental de este final de calendario, tampoco pudo el Athletic doblegar a Osasuna. Ni en los dos duelos de Copa ni en los dos de liga ha podido someter al conjunto de Jagoba Arrasate. El desolador balance culminó este jueves en un marcador concluyente que cuestiona gravemente sus opciones de colarse en Europa. Por de pronto, Osasuna se adueña de la séptima plaza, con los mismos puntos, pero con el golaverage de su lado. Le basta con mantener dicha igualdad en las dos jornadas restantes. Todo es posible aún, pero la tesitura no invita al optimismo precisamente. Visto lo visto en El Sadar, se diría que el Athletic lleva camino de reeditar el frustrante colofón que ha presidido cada una de las campañas previas. Ha llegado a la fase clave del campeonato sin la energía que el objetivo requería. Este encuentro no es sino una muestra más.

Pudo pensarse otra cosa. Pareció por momentos, hasta el descanso al menos, que el Athletic estaba en condiciones de hacer valer su repertorio y aspirar a la victoria. La puesta en escena fue correcta, el rival vivió muy pendiente de lo que proponían los de Valverde, agarrotado, acaso temeroso o presionado por la responsabilidad, pero el primer error importante registrado en los dominios de Agirrezabala trajo un vuelco. Osasuna se lo creyó y el Athletic no se repuso. Le costó un mundo gobernar la contienda y se quedó muy lejos de apurar su suerte. En desventaja afloraron sus limitaciones, convirtiendo la remontada en una quimera.

Valverde estaba forzado a introducir alguna novedad de inicio y fueron tres. La presencia de Vesga, dosificado en las últimas citas, estaba cantada por la lesión de Dani García, no así las de Agirrezabala y Zarraga. Lo de alternar porteros ya no es noticia, pero no deja de sorprender, aunque no tanto como que de repente apostase por un medio infrautilizado en los dos últimos meses o que escogiese a Muniain en vez de a Sancet. La conveniencia de disponer de un centro del campo más trabajador a fin de paliar la ausencia de la pareja de centrales titulares explicaría lo primero; lo otro acaso obedeciese a que el técnico preveía una batalla muy larga y prefiriese guardar para la segunda mitad la baza de su hombre más desequilibrante en la creación.

Pese a que Osasuna entró con mayor decisión al encuentro, el suyo fue un ímpetu gaseoso. No tardó el Athletic en ajustar posiciones, se asentó y durante la mayor parte del tiempo controló la situación con cierta suficiencia. Tuvo más argumentos para llevar la iniciativa y generar llegadas. Ni una sola se anotó el cuadro local, mientras que en el área opuesta se contabilizaron tres. Nico Williams, a quien se le buscó con frecuencia, estrelló el primer remate en el lateral de la red. Su hermano se mostró más peligroso. En dos acciones de similar factura, sendos pases al espacio de Paredes y Zarraga, se plantó en ventaja ante Aitor, capaz de repeler la pelota, en una con la colaboración de Peña.

Aunque se trató de acciones aisladas, reflejaban la comodidad con la que se desenvolvían los rojiblancos. Sólidos sin balón, impidiendo que Abde, asimismo muy solicitado por los suyos, profundizase, dificultando cualquier maniobra ofensiva. Resultó ilustrativo que Osasuna reiterase los pases de seguridad en torno a la divisoria, no quería arriesgar y menos aún conceder. Esto es, permitir que las transiciones le pillasen descolocado con tipos tan veloces como los que protagonizaron las jugadas más señaladas.

Fue un pulso, acaso, sin la pimienta que cabría esperar, pero el Athletic mostraba mayor cuajo, una seguridad en lo que hacía que no se apreciaba en las filas locales. Pese a estas buenas sensaciones, el derbi saltó por los aires de manera inopinada en otro arranque poderoso de Osasuna en la reanudación. El Athletic, sobrio, firme, pagó carísima su primera desatención en la zona más delicada del campo. Los centrales no calcularon la dirección del centro templado desde la banda por Moncayola y Budimir cabeceó sin oposición. Tampoco Agirrezabala estuvo muy afortunado en su intento de despeje, la verdad.

El gol aceleró de golpe el ritmo y la respuesta corrió a cargo de Zarraga: trazó un desmarque vertical y su chut lo desbarató al límite, con un pie, Aitor. De inmediato, Valverde realizó dos cambios, reclamaba más dinamismo, pero la estructura se resintió. En buena medida porque Osasuna aceptó el reto, no se achicó, logró equipararse en intensidad y exhibió entonces su mejor versión. Como consecuencia de ello fue capaz de incrementar su ventaja. Abde provocó una falta en la frontal, la ejecutó con veneno, respondió con una gran estirada el portero, pero el rechace lo volvió a meter en el área Moncayola, donde Oroz aguantó de espaldas al marco para servir a Torró, que resolvió. De nuevo el rematador no tuvo nadie al lado que le importunase.

Volvió a agitar el banquillo Valverde, metió cuantas piezas le quedaban de ataque, en vano. Osasuna se sabía ganador y se negó a ceder un metro. Agarrado a la impecable aportación de Aridane y David García desplegó un esfuerzo colectivo que minimizó la desesperada y desangelada ofensiva rojiblanca. Un golpe franco de Berenguer en el añadido fue la única acción que exigió a Aitor. Muy poco para pretender una hazaña. Doblegar a Osasuna se ha revelado como un imposible para un Athletic que amagó, al igual que en los derbis anteriores con el equipo navarro, para terminar con un palmo de narices. Europa ya no le pertenece, ha desaprovechado la ventaja que atesoraba. Ahora debe sumar los seis puntos restantes y confiar en que Osasuna se equivoque.

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