En un partido que reflejó los porqués de las rachas negativas de ambos conjuntos, el Athletic superó al Celta. Su triunfo por la mínima se produjo casi por inercia, pues se benefició claramente de las dos ventajas de que dispuso y que supusieron que prácticamente a lo largo de toda la tarde estuviese por delante en el marcador. Estrenó su cuenta en la primera aproximación al área e invalidó casi de inmediato el empate gallego. Cuatro minutos duraron las tablas tras el tanto de Strand Larsen, nueve en total si se contabiliza el tiempo que aguantó el 0-0 antes de que Iñaki Williams abriese la cuenta. Dicha circunstancia resultó clave para entender el desenlace. No solo facilitó la tarea a los hombres de Ernesto Valverde, también sacó a relucir en toda su crudeza la pobreza argumental de un Celta flojo en todas sus líneas.

El espectáculo brilló por su ausencia. Demasiadas urgencias para que se soltasen los futbolistas, en general agarrotados, faltos de confianza. Salvo media docena de acciones aisladas, el juego apenas ofreció aspectos reseñables en la creación. El apartado de errores penalizó las intenciones de unos y otros. Quizá la diferencia estuvo en que mientras en el Athletic pesó la responsabilidad y funcionó como si tuviese el freno de mano echado, en el bando rival sencillamente no supieron proponer algo de fundamento que plantease problemas serios al cuadro local.

Cuanto de mérito realizó el Celta fue la combinación que su ariete transformó en gol. Hasta cuatro hombres participaron en un avance que pilló a contrapié a la zaga de Unai Simón, que nada pudo oponer al cabezazo en parábola de un Strand Larsen que no sabe si realmente remató con esa intención o conectó de manera fallida el centro de Miguel. Lo cierto que el gol dejó helado a San Mamés: además de que no cabía preverlo dada la inoperancia gallega, planteaba un escenario inquietante. Sin embargo, el susto no pasó de sustito, gracias a lo poco que necesitó el Athletic para regresar a la senda de la victoria.

En el siguiente ataque del anfitrión, se sucedieron hasta tres opciones de gol, el balón atravesó en dos ocasiones el área sin que nadie acertase y entonces Berenguer pensó que, en vez de lanzar otro centro, merecía la pena intentarlo en solitario. Gracias a la pasividad de la zaga, en especial de su par, Mingueza, el extremo pudo buscar el perfil adecuado para chutar con rosca al palo más alejado, imposible para Villar.

El breve lapso de tiempo que duró la zozobra rojiblanca resume las facilidades que recibió. El propio Berenguer estuvo cerca de garantizar la suma de los tres puntos con un derechazo lejano que repelió el larguero y aún dispuso Vesga de un balón, templado por Zarraga, para evitar cualquier sobresalto. El centrocampista, más solo que la una, cabeceó a la grada a dos metros de la portería. Esto tuvo lugar ya en el añadido. Seguía sin haber noticias del Celta en ataque. Por más que Carvalhal cargó la mano en las posiciones ofensivas, su equipo hizo gala de una inoperancia increíble.

En ello influyó sin duda que el Athletic permaneció firme en tareas de contención. No le importó ceder metros, pues el adversario nunca encontró resquicios para progresar. Más o menos igual que sucedió en la primera mitad. Tampoco es que el área visitante registrase gran actividad. Sancet, Muniain y los tres de arriba decepcionaron, les costó un mundo provocar desequilibrios en una estructura sujeta con alfileres. La lesión antes de la media hora de Beltrán, el medio de cierre, no hizo sino debilitar más a un conjunto tan voluntarioso como inseguro. Sin embargo, el Athletic apenas lo rentabilizó.

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Lo curioso es que en un contexto presidido por los nervios de unos y otros, el gol de Iñaki Williams, un cabezazo a servicio de De Marcos que dejó en evidencia a Aidoo, era una auténtica bicoca. Qué más se podía pedir para gestionar cita de semejante transcendencia. Pues no, el 1-0 no tuvo el efecto previsto. El nivel del fútbol fue decayendo sin que nadie saliese al rescate. A ratos incluso puso interpretarse que el Athletic, que con razón se sentía seguro, renunciaba a exponerse lo más mínimo. Para encontrar algo que alterase la sucesión de transiciones frustradas, en un sentido y en el contrario, hubo que esperar a la ejecución de un córner a escasos segundos del descanso: Yuri se anticipó a Nuñez y su cabezazo lo desvío Villar, en lo que más pareció una palomita que una intervención comprometida.

Carvalhal quiso forzar una reacción con dos relevos. Llegó rápidamente el empate, tanto como el 2-1 y en adelante todo siguió por los derroteros del aburrimiento, las pifias y las interrupciones. A falta de inspiración, los jugadores se enzarzaron en una sucesión de disputas que reclamaron el protagonismo del árbitro. Melero López, en su sitio, impidió que la cosa se saliese de madre, pero el afán por derribar al adversario persistió para vulgarizar por completo el partido. La verdad es que, una vez reestablecido el control del marcador por el Athletic, se confirmó que ni habiendo agotado de golpe el cupo de sustituciones hubiera el Celta evitado la derrota.

De modo que sin hacer nada del otro jueves, el Athletic condujo el duelo a su conveniencia. Las lesiones de Herrera, que estuvo un cuarto de hora sobre el césped, y Dani García fueron las notas desgraciadas, si bien en absoluto alteraron una dinámica en verdad difícil de asimilar. La espesura se adueñó del choque, pero los intereses del cuadro local permanecieron a salvo y en definitiva de eso se trataba. De cortar la nefasta racha de las jornadas previas y revitalizar así las posibilidades de engancharse a plaza europea. A expensas de lo que hagan Sevilla, Osasuna y Rayo en las próximas horas, los de Valverde cumplieron con su parte ante una afición consciente de que el jueves en El Sadar el equipo deberá elevar sus prestaciones para mantener viva la esperanza.

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