Dentro de una semana habrá ocasión de comprobar cuáles son los beneficios derivados de la llegada de Ernesto Valverde al banquillo de San Mamés. Tras seis semanas de trabajo y ocho ensayos, el nuevo responsable y su equipo se someterán a su primer examen en campo propio y frente al Mallorca, un rival de nivel inferior al propio. Cuanto ha ocurrido en la pretemporada permite afirmar que el Athletic ha entrado en una fase distinta. Las directrices marcan una distancia respecto a lo presenciado durante la estancia de año y medio de Marcelino García, así como en relación a la etapa de Gaizka Garitano, pero aún es pronto para saber su alcance. Se necesita un margen de tiempo, cierto recorrido en la competición para obtener una impresión fiable de lo que es o quiere ser el Athletic de Valverde.

Sin novedades significativas en forma de fichajes o bajas, el factor clave a la hora de analizar el proyecto debe ser la mano del entrenador. La dirección de Valverde aparece como determinante en la orientación de un grupo con virtudes y carencias bien conocidas. El hecho de que cuente con la misma materia prima aconseja claramente la toma de decisiones que favorezcan un cambio de rumbo. Esto es, no cabe aspirar a una evolución si no acomete una revisión de la jerarquía que ha estado vigente en la plantilla. Dicho en términos más llanos: si continúa dando carrete a los futbolistas que han formado el once tipo, Valverde reeditará los resultados que se han repetido en el último lustro.

No se trata solo de agitar el vestuario, Valverde tiene su propia concepción del fútbol que debe desarrollar el Athletic y, según lo visto hasta hoy, existen aspectos que la distancian de modelos previos. Por tanto, el objetivo del técnico pasa por convencer a los protagonistas de la conveniencia de realizar otra clase de juego y de dar con las piezas que mejor se amoldan al estilo que pretende implantar.

En los amistosos ha habido la oportunidad de ver un bloque menos contenido, no tan obsesionado con protegerse, que intenta ser más dinámico y variado en la construcción; que otorga un gran valor a la agresividad sin pelota, especialmente en terreno rival, pero que está más armado en la franja central, donde reúne a tres hombres. Una explicación simple de lo anterior señalaría que se pasa del 4-4-2 al 4-2-3-1, aunque en realidad el dibujo se asemeja más a un 4-3-3.

En dicha apuesta destaca la colocación de los centrocampistas y sus perfiles. Ya no hay dos medios de contención que se mueven a la misma altura y un falso punta por detrás del ariete que se retrasa para labores de enganche. Ahora, el trío de medios se compone de un ancla y dos interiores; un medio de cierre más próximo a la zaga y una pareja que colabora en tareas destructivas y se proyecta en ataque, con llegada a zona de remate. Puede que se asuma una mayor cuota de riesgo sin la posesión o cuando toca recular, pero se facilita la conexión con los jugadores más avanzados, una elaboración más rica y fluida, menos previsible, más profunda.

Apuestas

En el apartado de los nombres y a expensas de lo que luego dicte el campeonato, Valverde ha exhibido el atrevimiento que se demandaba a sus antecesores. La temporada es muy larga y cada aportación es valiosa, el avance apuntado no consiste en apartar a quienes eran fijos, como tampoco ayuda tener a los suplentes amarrados al banquillo. La tan manida renovación del equipo sigue siendo una asignatura pendiente y se materializará cuando suba la cuota de jóvenes con una participación real en el once. Más que una asignatura, que ya se ha suspendido antes sin que haya habido consecuencias graves pese a la frustración acumulada, apostar por los valores salidos de Lezama en estos años es una obligación, la única vía transitable si se aspira a superar el rol de frustrado opositor a plaza continental.

Gradual sí, pero valiente, que el reparto de minutos no sea de cara a la galería y la vieja guardia acapare foco por decreto, en las citas cumbre y en muchas más simplemente porque posee oficio y en teoría eso implica fiabilidad. Esto ha sido la tónica a lo largo de varios cursos y se diría que Valverde es partidario de acelerar la transición. Al menos, así lo sugieren sus primeras alineaciones.

Y ese giro se ha traducido en sensaciones que invitan al optimismo, a la esperanza. Todavía no pasa de ser algo incipiente que precisa de rodaje y ajustes, pero es relevante que se aprecie una voluntad de evolucionar y dejar atrás experiencias que se han revelado agotadas.

En el capítulo individual, acaso lo más llamativo sea el grado de confianza que Valverde ha depositado en la fórmula que reúne a Zarraga y Sancet en la construcción, así como que no haya dudado un instante en elegir a Vesga, o que baraje la recolocación de Iñaki Williams en la banda, retoque que rompe con una tónica perjudicial para el colectivo y para el jugador. Los números son más que elocuentes en este tema concreto. La incertidumbre que rodea al futuro de Iñigo Martínez aparece como el contrapunto negativo del verano.