Ernesto Valverde se hace cargo de un equipo con aspiraciones fundadas. El Athletic no vive alejado del éxito, de hecho suele acariciarlo con asiduidad, pero es incapaz de agarrarlo. Si se exceptúa la conquista de la Supercopa en 2021, sorprendente por cuanto Marcelino García Toral acababa de aterrizar en Bilbao, apenas había trabajado con la plantilla y fue preciso derrotar en solo tres días a Madrid y Barcelona, la historia del último lustro se escribe como una sucesión de intentos a los que siempre les faltó algo. Valentía, convencimiento, quizás un punto de calidad para gestionar esos compromisos determinantes en la Copa o las fechas clave del campeonato de liga, aquellas que son innegociables si se trata de opositar a plaza europea de verdad.

La tarea del nuevo técnico pasa por dar con las claves que permitan superar los límites que impiden al Athletic instalarse en un nivel más agradecido. Valverde necesita acertar, para lo que debe probar cosas distintas a las que han marcado la pauta de las campañas en las que ha estado ausente, las cinco más recientes. Sin cambiar algún concepto del juego realizado a las órdenes de Gaizka Garitano y de Marcelino, así como la identidad de alguno de los futbolistas que han formado parte de la alineación tipo de los técnicos citados, cuesta imaginar siquiera que el equipo vaya a experimentar una mejoría en sus prestaciones y pueda adquirir la fiabilidad o regularidad que se le demanda.

La teoría del crecimiento se apoya en metas muy elementales, pero el quid del asunto es la práctica, la forma de hacerlas viables. Por supuesto, sería estupendo ganar un mayor número de partidos o sumar más remates certeros. En ambos aspectos, que suelen ir de la mano, el Athletic de la anterior etapa de Valverde aventajó con claridad al Athletic más reciente. Entonces, la cifra de victorias en liga rondaba la veintena, no quedaba tan cerca de la decena como ha venido siendo norma últimamente; mientras que el registro de la puntería resultaba incomparable, con diferencias respecto a estos años de diez, quince y hasta veinte goles.

Nico Williams se ejercita ante la mirada de Valverde Oskar González

Lo que sí va a heredar Valverde es un conjunto bien estructurado en el plano defensivo. Los que él dirigió entre 2013 y 2017 recibían más goles que en el período que se repartieron Garitano y Marcelino. Un detalle del que se beneficiará, pero está demostrado que las opciones de llegar a los objetivos no están tan supeditadas al blindaje de la portería propia como podía creerse viendo el fútbol del Athletic desde la destitución de Eduardo Berizzo. La garantía radica en habituarse a sumar de tres en tres con una frecuencia más elevada, reto que reclama efectividad en la portería ajena.

Así que parece que a Valverde le toca analizar vicios y carencias que han conducido al equipo a una frustración que, dicho sea de paso, se le está haciendo larga a la institución y al aficionado. Le toca introducir correcciones, desarrollar propuestas que le hagan revivir. En el fondo, a nadie con un mínimo de perspectiva se le escapa que el Athletic pide a gritos que de una vez se apueste por una regeneración de su columna vertebral.

Línea conservadora

Al margen de señalar tal o cual demarcación, hay que admitir que ya es hora de abordar un proceso al que en campañas pasadas no se le hincó el diente con convicción. Se ha asistido a un sí pero no, un amago de promoción de jóvenes entre los que se iban repartiendo minutos, pero sin que ello afectase al estatus de los jugadores más curtidos, los que acumulan un carro de encuentros y/o años en el carnet de identidad. Los veteranos no han dejado de acaparar responsabilidades y las promesas se han tenido que acostumbrar a que su participación coincida con las segundas partes. Sobre todo con ocasión de las citas señaladas, ahí es cuando se ha redoblado la apuesta por la experiencia, con los resultados conocidos por cierto, pero en líneas generales la tendencia ha sido más proteccionista con la gente que ya tiene sitio que con los que buscan el suyo.

El repaso de alineaciones y estadísticas es revelador en este sentido, pero qué decir de la política de renovación de contratos. El club no ha puesto la más mínima pega a ampliar el vínculo de quienes se hallan en la treintena, en algunos casos con ofertas para dos temporadas: Raúl García, Dani García, Balenziaga, De Marcos, Yuri. En estas operaciones el denominador común ha sido el visto bueno expresado por un entrenador que por diversas circunstancias ni siquiera va a gestionar la plantilla. Idéntica observación es aplicable a la directiva de Aitor Elizegi.

Y lo de dar cuerda a la vieja guardia, en los despachos y en el campo, es un mensaje que cala en las generaciones que pretenden asentarse en el primer equipo. No pasa desapercibido para chavales que acceden a la titularidad, por ejemplo, para que el colectivo de los fijos se tome un respiro; que se tiran meses con el culo pegado al banquillo, entrenar sin competir; que son conscientes de que el rendimiento no es un aval para repetir en la alineación; que la meritocracia no influye en sus probabilidades y tampoco, pero justo por el motivo opuesto, en las de quienes suman minutos como por un tubo porque su presencia responde a una inercia.

Aunque su compromiso con el club por un solo año no sería la premisa ideal, porque es su turno y sus antecesores no se atrevieron a ejecutar la regeneración del equipo, a Valverde le corresponde la misión de confiar, y no solo de palabra, en la savia nueva o no tan nueva y desaprovechada, con miras a que el Athletic reaccione y deje atrás una dinámica competitiva de acreditada ineficacia.