A proximidad del final de la competición y de las elecciones a la presidencia viene agitando el ambiente. Sin profundizar en las circunstancias concretas son argumentos potentes, que generan expectación, concitan una atención especial. Ambos van a marcar el porvenir y se trata de escenarios muy abiertos, sumidos todavía en la indefinición, por tanto terreno abonado para la especulación y la incertidumbre. Y en este doble embrollo aparece constantemente Marcelino García en el centro de la noticia.

Su nombre está en boca de todo el mundo. Al margen de responder por su desempeño con la plantilla, lleva meses capeando el tema de su futuro, lógicamente conectado al relevo que se producirá en Ibaigane. Es posible que fuese algo ineludible, pero el inoportuno empeño en renovarle aireado por Aitor Elizegi desde muchos meses atrás ha tenido un efecto de desgaste personal para el técnico, reactivado ahora con la aparición de socios (dos que se sepa, pero dicen que hay un tercero) dispuestos a tomar las riendas del club. Con abril a la vuelta de la esquina, el panorama electoral no tardará en perfilarse.

Y Marcelino intenta escabullirse esgrimiendo dos razones de puro sentido común: soy ajeno a lo que se esté cociendo en la carrera presidencial y en mayo se conocerá el balance de mi gestión. Ahí se ha plantado. Al principio, con un discurso prudente; pero últimamente más explícito, transmitiendo incluso cierta incomodidad, lo que no es de extrañar. Dejó sentado que si ha de resolver su vinculación con el Athletic será con la persona que esté al mando en junio y afirma que ninguno de los precandidatos le ha contactado.

Acaso no sea plato de buen gusto verse envuelto en una problemática que en ningún instante ha alentado, con la particularidad de que el contexto cada vez le es menos favorable: cómo obviar el golpe sufrido en la Copa o los resultados más recientes en liga, donde el margen de error se ha agotado. Seguro que su posición sería bien distinta si el equipo hubiese prolongado el nivel exhibido en enero y febrero y si estuviese citado para la final de La Cartuja del mes que viene. Frustrado el principal reclamo y ante el incierto desenlace liguero, resulta comprensible que la idoneidad de Marcelino como baza electoral se debilite, en el supuesto de que alguien la contemple.

El hecho de que los jugadores salgan en su defensa y se atrevan a pronunciarse sobre su continuidad, aparte de enredar más la madeja, tampoco le beneficia. Es cuestionable que la caseta opine no siendo de su competencia, pues el técnico se elige en Ibaigane, no en Lezama. Y habría tanto que hablar de las adhesiones incondicionales al míster de turno, tras lo vivido, por ejemplo, en las semanas previas al despido de Berizzo.

Si lo expuesto no constituyese un factor de tensión extra para Marcelino, encima sale publicado el montante de su ficha, que no es modesta precisamente. Y viene a la cabeza que el Athletic recurrió a sus servicios cuando acumulaba año y medio en el paro. Destituido de mala manera en el Valencia y, pese a que se rumoreó el interés del Inter, la verdad es que el asturiano acumulaba demasiado tiempo fuera de circulación. Él declaró que barajaba salir al extranjero, pero era evidente que tenía complicado buscar un destino de su gusto en la liga española tras su paso por Sevilla, Villarreal y Valencia. La jugosa oferta de Elizegi le convenció enseguida, más allá de que el Athletic era el pretendiente que mejor encajaba con su trayectoria: más alto no podía picar.

Esto no ha cambiado. De modo que sería entendible que apurase sus opciones de seguir en Bilbao y permaneciese a la espera. Sus logros en el Athletic reflejan que se ha quedado a medio camino. El termómetro de la liga, el más fiable siempre, lo certifica. Quince victorias en cincuenta jornadas es un registro elocuente cuando la victoria vale tres puntos. Esto y los veintiún empates obtenidos sugieren que su método no ha terminado de cuajar.