La suspensión del entrenamiento previsto para la tarde de ayer a causa de una tormenta de arena, fenómeno común en latitudes castigadas por la sequía, como la que acoge la Supercopa 2022, trajo de inmediato a la mente la expresión "tormenta perfecta". Término aplicable a lo que el Athletic pretende redondear mañana en la final del torneo con el Real Madrid: evento de magnitud inusual fruto de una extraña combinación de circunstancias.La magnitud viene dada por la identidad de los tres conjuntos que, junto al rojiblanco, viajaron a Arabia Saudita, en teoría los más potentes de la liga española. Lo de inusual corre por cuenta del Athletic, lógicamente, puesto que cualquier resultado a su favor contradice el pronóstico y merece por tanto el calificativo de sorpresa. ¿Qué circunstancias concurren para que sea posible lo que, de momento, lleva camino de justificar lo de "perfecta"? Aquí ya habría que hablar de diferentes factores, siendo el principal el ansia de triunfo mostrada por el más modesto de los contendientes, su afán por revertir previsiones y torpedear el desarrollo de una competición creada expresamente para el lucimiento de Atlético de Madrid, Barcelona y Real Madrid, preferentemente de los dos citados en último lugar.

Ni siquiera la condición de vigente campeón que ostenta el Athletic ha merecido un tratamiento adecuado en los prolegómenos. En el ánimo de la Federación Española y de los dirigentes saudíes, el título conquistado doce meses atrás a costa de Madrid y Barcelona no trascendía la categoría de anécdota. De accidente sin posibilidades reales de repetirse, por supuesto. Tampoco el equipo de Simeone reparó en exceso en el precedente o esa sensación desprendió con un fútbol de pan y melón, funcionarial que diría alguno. Su entrenador diseñó un once blindado con tres centrales, no exento sin embargo de piezas incisivas para aspirar a la victoria. Incluso sobre la marcha, con 0-0 y 1-0, recurrió a hombres que deberían elevar el nivel de peligrosidad del bloque. Pero los futbolistas no ejecutaron el plan y en la recta final, con todo de su parte, se dejaron avasallar por un Athletic que sí apretó y supo rentabilizar el punto extra de agresividad que imprimió a sus evoluciones, previamente igual de intrascendentes que las del Atlético.

Ahora, únicamente queda por comprobar si el Madrid ha escarmentado en cabeza ajena. Desde luego, cuesta imaginar a Ancelotti dejándose llevar y, visto lo visto en la otra semifinal, permitiendo que su tropa caiga en el exceso de confianza. El italiano no intervino en la anterior edición de la Supercopa, era Zidane quien dirigía a los blancos, pero por algo hoy es él quien ocupa ese banquillo. Por algo tiene al equipo destacado en la cabeza de la tabla liguera y acaba de apear al Barcelona invirtiendo un enorme esfuerzo en 120 minutos de intercambio de golpes. De todos los candidatos a títulos, ninguno ha exhibido desde verano la solidez y regularidad del Madrid. No será brillante, no enamorará, pero su eficacia está contrastada. El Athletic puede dar fe de ello después de dos derrotas muy seguidas que apenas le otorgaron el consuelo de haber cumplido con creces su parte.

Puede que lo de "tormenta perfecta" termine siendo el apellido por el que se conozca al Athletic. De ello le separa un partido que afrontará desprovisto de complejos y presiones. Ha demostrado que puede, que poco importan las limitaciones que con cierta frecuencia le penalizan en situaciones cotidianas, léase jornadas del campeonato de liga. Cuando encara compromisos a vida o muerte es un Athletic distinto. En los duelos sin margen para la enmienda, normalmente responde, saca una versión muy competitiva. De otro modo, hubiese sido inviable colarse consecutivamente en dos finales de Copa, o el título del pasado enero en La Cartuja o lo que hizo el jueves en el King Fahd Stadium. Este repaso que arrojaría un balance ideal si no fuese por los fiascos que protagonizó en las finales coperas, sin duda refleja una tendencia. Y además, no se adivinan razones por las que el equipo de Marcelino deba asumir mañana la imperiosa obligación de ser campeón. Le basta con salir e intentarlo. Ante el peor enemigo posible se valora la voluntad, la ambición, el atrevimiento.