Hacer un drama de lo del martes sería tan absurdo como creer que las cinco jornadas previas daban derecho a soñar despierto. Salvo quien pensara que el Athletic, cualquiera admitirá que la posibilidad de sufrir un revés crecía según avanzaba la competición. Era una simple cuestión de tiempo, aunque quizá generase cierta desazón que se produjese en San Mamés y ante un recién ascendido. Era más asumible de haber tenido lugar en el Metropolitano el sábado pasado o acaso el que viene en Mestalla.

A la hora de desmenuzar el cruce con el Rayo Vallecano existirá un amplio consenso al estimar que el Athletic Perder fue una consecuencia directa del nivel que se dio, aunque la afirmación de que el empate hubiera reflejado con mayor fidelidad lo ocurrido contaría con la adhesión general. Puede que utilizando la jerga boxística se deba otorgar al rival más méritos para aspirar a la victoria, pero sobre todo lo llamativo fue el nivel ofrecido por el Athletic, por decepcionante.

De entrada, dado que hablamos del conjunto más fiable del campeonato en la contención, subrayar que dos errores evitables significaron recibir sendos goles. Hombre, para ser justos, el que subió al marcador del Athletic fue otro error. Un par de goles en contra, uno demasiado rápido y el otro sin margen para reaccionar, suelen ser suficientes para irse de vacío, máxime cuando las ocasiones propias, ni por calidad ni por número, son el rasgo distintivo del juego que se practica.

La clave de la trayectoria previa a este último compromiso descansa en el balance defensivo. Esta apreciación también goza de unanimidad: el Athletic es un muro y de ello se valió para sumar en cinco citas consecutivas. Proteger su área con tesón y orden le ha permitido enlazar dos triunfos y tres empates. Los adalides del resultado, aquellos que cuando hay puntos contantes y sonantes no se paran a analizar cómo se obtienen y cuáles son los aspectos que reclaman una revisión, una mejoría, o qué cuestiones se sacrifican por dedicarse a secar a los adversarios, vivían felices hasta que el Rayo vino a Bilbao.

No repararon, por ejemplo, en el flojo comportamiento de la visita al Elche, donde fue el peor contendiente; tampoco cayeron en la cuenta de que contra el Mallorca los rojiblancos solo sacaron la cabeza a raíz del 1-0 y se tiraron los 68 minutos anteriores sin alterar el pulso de otro recién ascendido; celebrarían jubilosos el rácano proceder en Balaídos, donde rentabilizaron un regalo y nada más, pues no hubo una sola acción más reseñable de medio campo hacia adelante; incluso se consolaron con las dos nítidas ocasiones malgastadas frente al vigente campeón, baza que a su juicio contribuye a dar por muy bueno el empate cuando la realidad es que será difícil pillar otra vez a un Atlético tan desangelado.

Este repaso puede parecer muy severo hasta que pasa lo del martes, un día más sin que en el equipo brinde algo de fuste con la pelota. Y tuvo noventa minutos para proponer fútbol, los que van desde el 0-1 hasta el 1-2. En vano. De repente las lustrosas estadísticas se resienten y queda una impresión de vacío porque el equipo es muy limitado para atacar. Sus bazas ofensivas se reducen a explotar fallos ajenos y acertar en la estrategia, así es como ha disimulado carencias y exprimido a tope su eficacia destructiva.

una temeridad

Pero situar en el mismo plano las cinco primeras jornadas y la sexta equivale a cerrar los ojos. Es de una simpleza apabullante obviar que el revés con el Rayo solo se puede valorar con ecuanimidad reparando en que un factor extra mediatizó de cabo a rabo la actuación del Athletic. ¿Cuál? La alineación diseñada por Marcelino, quien parece confundir rotar con desfigurar el conjunto. La fórmula de meter seis cambios de golpe, reclutados todos del banquillo, constituye una temeridad. Precedentes sobran, con este técnico y con otros, para saber a qué se expone al equipo con esta clase de experimentos y, por si cupiese alguna duda, ya tenemos una prueba más.

Casi nadie compartió el criterio de Marcelino en este asunto, pero tras el disgusto él lo defendió, impertérrito. Se atrevió a asegurar que la derrota no obedeció al once escogido, sino al mal día del colectivo. Y se defendió aludiendo a que los titulares del martes lo habían hecho muy bien entrando en las segundas partes, así como en el día a día en Lezama. O sea, negó la mayor, que no es sino arriesgarse a sacar un once que jamás ha jugado de inicio una cita oficial y pretender que responda como si fuese algo normal.

Rotar es hacer dos o tres retoques y repetir en el siguiente partido. Empezar en el Metropolitano y seguir en San Mamés, a fin de asimilar el calendario. Lo otro es meter un marrón a quienes nunca se les encuentra un sitio en la pizarra. Si no valen para mezclarse con los fijos, ¿cómo van a ganar a nadie todos juntos?

Lesión en el bíceps femoral

Villalibre, otra baja en ataque

No estará ante el Valencia y el Alavés. Malas noticias para Asier Villalibre. Después de retirarse lesionado el martes ante el Rayo tras sufrir un pinchazo, las pruebas médicas a las que fue sometido ayer el gernikarra muestran una afección muscular de carácter moderado en el bíceps femoral de su muslo izquierdo. A la espera de su evolución, el delantero rojiblanco causará baja al menos los dos próximos partidos, el sábado ante el Valencia, y la semana que viene, en el derbi frente al Alavés. Se da la circunstancia de que Villalibre disfrutó contra el conjunto de Vallecas de su primera titularidad del curso. Marcelino tampoco puede contar en ataque con Oihan Sancet, que sigue en proceso de recuperación.