ECÍAMOS en la previa de la final del pasado día 3 que "la Copa le debe una al Athletic", y lo decíamos por aquello de las anteriores y repetidas finales perdidas, donde el athleticzale se quedó con las ganas de revivir viejos alirones. No pretendíamos significar con ello que los triunfos lleguen por reiteración o a golpe de palmarés, sin demostrar en el campo en cada ocasión actitud, aptitud y acierto. En realidad, el fútbol nunca debe nada a nadie, quizás deberíamos haber dicho que quien debe ya "la 25" es el Athletic a su propia afición, que se entrega, ilusiona y apoya como ninguna (o como la que más) a un equipo que no ha sabido competir en sucesivas finales coperas, y menos aún en la última.

Después del despropósito vivido en La Cartuja quince días atrás esa deuda ha aumentado exponencialmente, y la tienen los jugadores, estos jugadores, con todos los aficionados y aficionadas que vieron una caricatura de equipo ante una Real Sociedad que ganó echando mano del oficio que a su rival se le suponía. La manera de perder no resulta aceptable para un cuadro rojiblanco que se jugaba lo que se jugaba, porque la presión (para todos) se presupone en estas grandes citas, y la responsabilidad del momento y de las expectativas generadas ha de transformarse para los profesionales de un club como el Athletic en motivación añadida.

Se presenta ya, de esta forma extraordinaria, una segunda final de Copa del Rey en este 2021, la vigente, que además de la gloria del esperado título otorga (a diferencia de la anterior) pasaporte para jugar en Europa la próxima temporada. Y el rival, de nuevo, es el todopoderoso Barcelona de Messi, en una sobre el papel difícil misión, pero también singular chance para aprobar la asignatura pendiente que arrastra el plantel bilbaino para con los suyos. Puede incluso decirse que los jugadores tienen la suerte de poder resarcirse de un gran fiasco casi con la inmediatez y la magnitud proporcionales para enjugar tamaño desencanto. Es una ocasión complicada sin duda, pero próxima y quizás única. Una verdadera segunda oportunidad.

Y ojo que no hablamos solo de lavar la imagen, aunque la que se exhibiera ante la Real Sociedad fuera paupérrima, porque hechura y competitividad se le suponen a un equipo que ha conseguido, con la dificultad que ello conlleva, presentarse en dos finales de Copa consecutivas, y que fue capaz de ofrecer no hace tanto grandes partidos ante rivales como el mismo Barcelona y el Real Madrid ganando brillantemente la Supercopa. Nos referimos a "saber jugar" y a "disputar" una final de principio a fin, a dar la talla y a tener opciones reales de triunfo, aunque sea ante un conjunto como el blaugrana que pese a su temible potencial se ha demostrado falible y precisamente también ante un Athletic en su mejor versión.

No creo que la solución sea desprender las banderas de los balcones, o que nuestros txikis no se enfunden la zurigorri en las ikastolas, para liberar de responsabilidad a la plantilla. La presión y la responsabilidad se superan con la energía extra que debe dar al equipo semejante e incondicional apoyo, que ni siquiera puede ser presencial en la ciudad y en el estadio sevillano.

El Athletic no está en su mejor momento futbolístico, eso es claro vista la anterior final y los dos últimos derbis ligueros, con una prestación reciente de algunos puntales del equipo que deja bastante que desear, pero una final no conoce de reservas ni de acogotamientos. Toca competir y rugir de nuevo. Hay una deuda histórica que los leones pueden saldar este 17 de abril con su afición. Como decía el inolvidable Jose Iragorri: "Ahí te quiero ver, Athletic!".