N vísperas de la vuelta de la semifinal se esgrimían diversos argumentos para reforzar la candidatura del Athletic. Los empates a uno registrados en los dos precedentes de febrero con el Levante, que acudía a la cita decisiva con la ventaja que le otorgaba el gol logrado en la ida, difuminaban la percepción de que el Athletic había merecido más en ambos partidos. De algún modo, los resultados contradecían la convicción de que el Athletic es mejor que el Levante y que, por lo tanto, gozaba de un crédito superior. Para compensar el desasosiego -no exento de fundamento como reveló el desarrollo de la batalla librada en el Ciutat de Valencia-, el antídoto ideal se obtenía remitiéndose a la trayectoria rojiblanca en este tipo de compromisos.

Se aludió también a la experiencia como posible factor desequilibrante, al fin y al cabo los jugadores de Paco López no se habían visto en otra igual y cabía imaginar que la presión les acabaría afectando contra un enemigo que desde 2009 ha disputado tres finales de Copa, una de la Europa League y tres Supercopas. Claro que el influjo del palmarés, por reciente que sea, es relativo. Por algo suele afirmarse que en fútbol solo cuenta el presente, que el pasado, por mucha gloria que concentre, no es garantía de victoria. Bueno, pues dado por bueno este razonamiento, lo que no admitía discusión es el camino recorrido por el Athletic desde diciembre de 2019 hasta este jueves jugando bajo el sistema de eliminatorias, en citas simples o dobles, siempre a vida o muerte.

Con Gaizka Garitano o con Marcelino García, pero con el mismo grupo de jugadores, se contabilizaban hasta once éxitos consecutivos, que ya son doce. En el recuento entran dos ediciones completas de Copa, a falta de la disputa de las finales correspondientes, así como la Supercopa conquistada en enero. Una marca que ha de obedecer a la aptitud demostrada por el equipo para gestionar un modelo competitivo que penaliza como ningún otro los signos de debilidad. Cuando seguir adelante o marcharse para casa se decide en noventa minutos o en 180, o quizás en una prórroga, con la exigencia extra que conlleva, o en una tanda de penaltis, trámite donde se alcanza el culmen de la tensión, hablamos de afrontar un examen sin margen a la redención. Los errores, los lapsus de concentración, el más mínimo exceso de confianza o un mal día, de lo que nadie está a salvo, puede significar despedirse del torneo, sencillamente.

Enlazar rondas, una detrás de otra, ante adversarios de medio pelo, de nivel similar o que habitan en un peldaño por encima, en fechas encajadas a contrapelo, a veces en destinos poco amables, lograr esa regularidad, sin equivocarse jamás, resulta sintomático. Quien así funciona, transmite convicción, un poderío que le convierte en un enemigo indeseable porque en su vocabulario no figura la palabra rendición.

La sucesión de victorias genera una energía que le retroalimenta en el plano anímico y lo va plasmando en cada una de sus actuaciones. Si no fuera de esta manera, resultaría inexplicable el itinerario que arrancó con el Intercity y condujo a Las Llanas, dos cruces asequibles a los que siguió la visita al Elche, resuelta en una tanda de penaltis de infarto, siete necesitó para pasar; luego Tenerife, donde el anfitrión se adelantó en tres ocasiones y fue apeado en los penaltis; al Barcelona en San Mamés le ganó con un solitario tanto en el 93; y en semifinales, cierto que en la ida el Athletic debió lograr una ventaja más amplia, pero en Los Cármenes estuvo desbordado hasta que Yuri tiró de genio a nueve de la conclusión. Cronológicamente, tocaría ahora revisar la Supercopa, evento al que se acudió como víctima propiciatoria, Marcelino ni había deshecho la maleta. Después de sorprender al Madrid con nota, en la final con el Barcelona la suerte parecía echada hasta que Villalibre salió al rescate en el 90 para forzar la prórroga.

Y en la vigente edición copera, para abrir boca sendas remontadas contra Ibiza y Alcoyano, en el 92 y el 78. En los cuartos, en el Villamarín, gol para igualar en el 94 y posterior triunfo en los penaltis. Una impresionante carrera de obstáculos que de momento culmina en el duelo a doble partido con el Levante, resuelto en el global por un margen mínimo y habiendo cedido un empate con gol en campo propio en la ida. En fin, demasiadas emociones fuertes encadenadas y todas con el denominador común del desenlace feliz. Solo queda por comprobar si los efluvios del espíritu indomable que viene caracterizando al Athletic alcanzan para decantar las finales de abril.

La sucesión de victorias genera una energía que le retroalimenta en el plano anímico y lo va plasmando en cada actuación