Desde la óptica del Athletic, el único consuelo posible tras el insustancial empate de San Mamés haría hincapié en el hecho de que presentó un once con muchas novedades y sin varias de sus piezas más fiables en ataque, mientras que el Valencia alineó su once de gala o casi. Pero una vez admitido dicho atenuante teórico, cabría asimismo lamentar la oportunidad desperdiciada porque si ninguno mereció más premio que ese puntito que nada les resuelve, se debe subrayar la pobreza de recursos del visitante. El problema de los rojiblancos fue que se dejaron contagiar por los temores, las inseguridades y la vulgaridad del rival, de forma que acabaron pareciendo almas gemelas. Las buenas intenciones exhibidas en el inicio de cada tiempo carecieron de continuidad y entre todos devaluaron un espectáculo apenas sostenido por la incertidumbre de un marcador muy ajustado.

En medio de la comprensible expectación que suscita la Copa, el equipo decepcionó en su cita liguera. Marcelino no se anduvo con chiquitas y refrescó a fondo todas las líneas. Al fuerte desgaste del jueves en el Villamarín se añadían las bajas por lesión de Muniain y Villalibre y de Raúl García, por sanción. En absoluto desfiguró la formación, tanto la zaga como la pareja de medios eran perfectamente reconocibles. Cambiaban básicamente las posiciones ofensivas, pues junto a Williams se ubicaban Sancet, Berenguer y Morcillo. No resulta sencillo detectar el origen de las múltiples dificultades del conjunto para desplegar un fútbol de fuste, aunque el desacierto de los cuatro citados en último lugar fue manifiesto. Tampoco ayudó a enderezar el rumbo el exasperante despiste en que se sumió Vencedor, de quien se espera que ordene e impulse al resto.

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Las imágenes del Athletic-Valencia

Demasiada gente señalada para aspirar a un final feliz. Y sin embargo, la aplicación de todos sin balón, en amplias fases mordiendo muy arriba, le permitió al Athletic eludir mayores complicaciones y a ratos gobernar el duelo. Claro que si no se da una a derechas en el último tercio del terreno, el objetivo de la victoria se convierte en una utopía, salvo que suene la flauta. Que es precisamente lo que ocurrió cerquita del descanso, cuando en una acción que no es nueva, Simón con la mano lanzó la carrera de Morcillo, libre de marca. El extremo corrió como un poseso por su costado y a la altura de la frontal trazó a media altura un centro tenso, venenoso. Jaume en su salida se lo comió y Guillamón no pudo evitar despejar a la red, con Williams presionando a su espalda.Era un milagro que el Athletic tomase ventaja después de consumir 43 minutos sin dirigir un balón entre los tres palos, pero estar de dulce suele deparar imprevistos agradables. Lo era sin duda ese gol porque suponía desatascar un panorama, más que inquietante, desalentador. La falta de soltura o de inspiración en el bando local estaba alimentando las opciones de un Valencia que, de lo justo que va, no estaba dispuesto a arriesgar lo más mínimo. Así que la parte más difícil estaba hecha y el segundo acto se presumía propicio para rematar el asunto, en previsión de que Gracia estaba forzado a mandar a su tropa hacia adelante.

Curiosamente, a la vuelta de vestuarios, fue el Athletic quien apostó por el vértigo. Una gran noticia. Se fue decidido a por el segundo y pilló desprevenido al adversario. En cinco minutos le hizo tres boquetes: primero Williams con un chut raro que se tradujo en un córner, luego Vencedor cabeceando fuera sin oposición y en tercer lugar, el que debía haber sentenciado, a cargo de Sancet, quien recibió solo en el área de Williams y fue incapaz de batir a Jaume, cuyo instinto frustró un gol más que cantado. Hasta ahí alcanzó la esperanzadora alegría del anfitrión. Poco a poco el Valencia se rehizo y volvieron a aflorar los síntomas de flojera, la inconsistencia. El catálogo de errores y concesiones alcanzó cotas preocupantes. Controles horribles y pases fáciles al contrario, un esperpento que pedía a gritos que Marcelino agitase el banquillo.

los cAMBIOS

No le dio tiempo o, mejor dicho, anduvo tarde. A la salida de un córner, Paulista escapó de la vigilancia de Dani García y picó su cabezazo junto a un poste. En los ocho minutos siguientes, el Athletic agotó las sustituciones. Fueron desfilando Sancet, Morcillo y Vencedor. Al de poco, sin repuestos para la delantera, el técnico refrescó las bandas con Lekue y Yuri. Había que reactivar el ataque. El Valencia reculó para proteger su punto y el Athletic pasó a dominar bajo la batuta de un Vesga clarividente.

Las llegadas se sucedieron, atropelladas en general, hasta que la zaga levantina se vio sorprendida, a contrapié en plena salida. Le cayó un despeje a Iñigo, que había subido al remate, sirvió al lado opuesto del área donde se hallaba Williams, más solo que la una, pero su penoso control lo cazó Jaume, quien quiso emular a su colega con un saque rápido. La contra desembocó en un regalo de Gómez al debutante Cutrone, que empalmó con los ojos cerrados, fuera del marco. No se encendieron más alarmas. Algún disparo lejano y para de contar. El partido fue muriendo por inanición, el personal no estaba para alardes. Amagó el Athletic impulsado por el amor propio, pero sin la convicción y precisión necesarias; a esas alturas de la película, el Valencia estaba loco por escuchar el pitido final del árbitro.

Se oyó y sonó aliviador. No fue una tarde simpática para el Athletic, que continúa sin resolver su incómoda situación en la tabla. Demasiados futbolistas por debajo del nivel que se les supone como para que no repercuta en el comportamiento del bloque. Unos considerados titulares, casos de Capa, Williams o Vencedor; otros que están a medio camino entre la pizarra y el banquillo, como Berenguer; y meritorios que hacen una lectura errónea del juego, como Morcillo o Sancet. Normal que la suma de tanta aportación deficiente impida ganar un encuentro que viene para enfriar el ambiente.