El paulatino alargamiento del día, apenas unos minutitos más de claridad cada 24 horas que se agradecen mucho, es una realidad que no afecta al fútbol, que gasta otra velocidad. El calendario de competición es una aglomeración de fechas, a menudo metidas con calzador. Es lo que en el corto plazo le espera al Athletic, que todavía flota recién cerrado el gozoso paréntesis de la Supercopa, un apretado listado de compromisos que alterna dos frentes, tres en su caso. Al campeonato liguero y el torneo de Copa correspondientes a la campaña vigente, 2020-21, se le suma la final copera pendiente con la Real Sociedad que decidirá el campeón de la edición anterior, fijada para el 4 de abril.

Ahora, esa cita parece muy lejana, dos meses y pico es un mundo y sin embargo llegará casi sin que nos demos cuenta mientras se van sucediendo los partidos en un número que dependerá de la suerte que corra el equipo en la Copa a estrenar e jueves en Ibiza. Se diría que el Athletic avanza de copa en copa, acaba de despachar la Supercopa y se halla a cinco peldaños de acceder a la final de la de 2020-21: dieciseisavos, octavos, cuartos, rondas que se disputan al mejor en noventa minutos, y semifinal, que incluye ida y vuelta. Sin olvidar, claro está, el derbi de La Cartuja.

En la mejor de las hipótesis, los rojiblancos se plantarán en abril habiendo jugado un total de dieciséis encuentros, pero este tramo no lo recorrerá siguiendo la mecánica del juego de la oca, de copa a copa y tiro porque me toca, puesto que la mayoría de sus duelos en este tiempo serán de liga, un total de once. Lo cual significa que para cuando se celebren las dos finales, el campeonato principal habrá entrado en su fase decisiva, faltarán por disputarse unas diez jornadas del mismo.

Conviene detenerse en este repaso somero de lo que viene porque el título de la Supercopa ha dejado un regusto tan sabroso que existe el riesgo de perder la perspectiva, de ofuscarse embelesados por la gloria alcanzada y olvidar algo que seguro tiene bien presente Marcelino y, por extensión, la plantilla: los títulos regalan alegría, emoción y prestigio, pero el pan nuestro de cada lo reparte la liga. La competición de la regularidad, que tal es su apodo, es lo que en definitiva establece el auténtico nivel del equipo y sus derivadas, deportivas y económicas, son claves para la entidad.

Y sucede que de regularidad no es de lo que puede presumir el Athletic. Al menos hasta la fecha. Después de dieciocho jornadas, figura en tierra de nadie, duodécimo en la tabla, a una distancia importante de las plazas europeas, son nueve puntos de desventaja respecto al sexto, el Sevilla, y con un colchón de cinco puntos sobre la frontera que marca las posiciones de descenso. Casi lo habíamos olvidado, pero hace un par de semanas Gaizka Garitano fue destituido debido a que el equipo se mostraba incapaz de rendir con cierta coherencia, acumulaba tantas derrotas como la suma resultante de las victorias y los empates.

Sin entrar en más detalles, se procedió al cambio de entrenador para huir de una dinámica que empezaba a resultar peligrosa, no tanto en el plano clasificatorio como por el cansancio y el hastío que generaba la escasa fiabilidad del grupo, así como una imagen en absoluto atractiva. A Marcelino, su misión es devolver el equilibrio a la propuesta del Athleticy recuperar señas de identidad que le saquen de la montaña rusa en que se había convertido su comportamiento semana tras semana.

dos victorias

Luego, ha resultado que de la traumática decisión ha brotado una reacción inimaginable, una transformación que ha dejado asombrado al personal; muy contento, pero sin comprender del todo cómo es posible lo que acaba de pasar en cosa de tres días. Tres días en que el Athletic logra por vez primera en la presente campaña enlazar dos victorias, un objetivo largamente perseguido a fin de despegar en la liga; una meta que en sí misma no supone garantía de nada aunque a efectos prácticos equivale a avanzar un puñado de puestos y, quién sabe, hasta puede significar un antes y un después, ese punto de inflexión que hacía falta como el comer después de arrastrar demasiados meses dando tumbos.

La pequeña hazaña que se negaba a materializarse es ya un hecho que, en el colmo del surrealismo, se ha gestado en la Supercopa frente a enemigos habitualmente intratables y se traduce en un título. El trofeo se halla en Bilbao, no se sabe con certeza si en el domicilio de Muniain, en Ibaigane o en el Museo, lo que es irrelevante puesto que los profesionales y, detrás la afición, a poca distancia, se han de centrar ya en Ibiza, paraíso de la chufla donde el Athletic tiene prohibido gastar ni media broma. Evitar a toda costa que se le suban a las barbas, en suma dar el primer paso de lo que debe ser una andadura distinta, previsiblemente con varios retoques en la formación, coger carrerilla para el lunes plantarle cara al Getafe y para adelante, todo derecho. Marcelino será muy consciente.