En nueve días el Athletic ha jugado contra Mallorca, Valencia y Real Madrid. Hasta diez jugadores han sido titulares en los tres partidos. Después del último, Gaizka Garitano reconoció que el equipo había acusado el esfuerzo. Habló de que el Madrid obliga a un gasto físico mayúsculo, subrayó que jugar cada tres días se nota y que en la última media hora costó sostener el ritmo, que varios hombres estaban muy cansados y que todos acabaron exhaustos. No hay mucho más que añadir, su opinión recoge lo visto el domingo en San Mamés, un Athletic centrado en resistir el cero a cero en la segunda mitad e impotente para buscar el empate en el tramo final.
Ni las penalidades del equipo ni las valoraciones del entrenador constituyen una novedad, ya se han producido con anterioridad desde que la competición se reanudara el 14 de junio. En definitiva, llueve sobre mojado porque así lo dispone quien gestiona los recursos, la plantilla: los titulares son titularísimos y lógicamente son sometidos a un elevado desgaste. No es descartable que se reedite la misma historia en las cuatro fechas por disputarse, o sea, que sigan acaparando minutos los mismos y luego se asuma que van con el gancho.
Cuando se diseñó el calendario del posconfinamiento, el análisis versó sobre la terrible exigencia que soportarían los profesionales, sobre todo tras dos meses largos de inactividad culminados en una pretemporada sui géneris. El Athletic tuvo además el honor de estrenarse con cuatro jornadas embutidas en solo nueve días: Atlético de Madrid, Eibar, Betis y Barcelona. Una broma que luego se ha relajado levemente con la serie de tres encuentros recién acometida.
Está de más apuntar que, aparte del coste derivado de un arranque brutal, la sucesión de compromisos nos sitúa ante un examen desmedido. Según se van afrontando jornadas sin margen para la recuperación, el cuerpo se va resintiendo, aumenta el desgaste y desciende el rendimiento sobre el campo. Tampoco pasa desapercibido que el estilo del Athletic, su propuesta futbolística, conlleva un gran consumo energético.
Son argumentos de peso que invitan a calibrar con cuidado el reparto de minutos, pero se diría que no han influido demasiado en el criterio de Garitano. Mientras la plantilla se preparaba contrarreloj en Lezama para hincarle el diente al invento de Javier Tebas, se debatió en torno a la política que aplicaría el técnico. La opinión más extendida apuntaba a que revisaría la idea que había desarrollado hasta marzo, una firme apuesta por un bloque concreto. Sin embargo, ha permanecido fiel a sus convicciones, saltando limpiamente por encima de los cálculos que abogaban por una línea más prudente y una participación más dosificada de sus futbolistas.
el objetivo
Llegados a este punto, hay que admitir que la gestión de Garitano se ha traducido en unos resultados en absoluto desdeñables. Once puntos de veintiuno no es mala cifra, menos aún si se considera que por el camino se ha cruzado con el Barcelona y el Madrid. Otra cuestión a discutir sería si el botín almacenado es suficiente para lograr el objetivo de incrustarse en la zona europea. Con doce puntos en juego, todavía la séptima plaza es asequible y la verdad es que partía el equipo con un retraso en la clasificación que tampoco le obliga por narices a terminar entre los mejores.
Por supuesto, sí le emplazaba a apurar sus opciones y en ello está. Que se está exprimiendo es evidente y tiene pinta de que va a perseverar. No obstante, cabe dudar de que esté aprovechando su potencial de la mejor manera. A este respecto, conviene recordar lo sucedido con motivo de la visita al Camp Nou, donde el técnico construyó un once con seis caras poco habituales. Juntó a De Marcos, Núñez, Balenziaga, Vesga, Lekue y Sancet con los fijos Simón, Yeray, Unai López, Córdoba y Williams. Estos últimos habían jugado de salida con Capa, Iñigo, Yuri, Dani García, Muniain y Raúl García los tres partidos previos y Garitano pensó que ya no podía forzar más las cosas, que necesitaba dar descansos.
La circunstancial formación rojiblanca sorprendió a propios y extraños. El equipo B cayó con honor ante el vigente campeón, los suplentes demostraron que no son un bulto extraño, que saben competir. Garitano alabó su rendimiento, afirmó que cualquiera de ellos era merecedor de su confianza y los medios coincidieron en celebrar tamaño descubrimiento: había alternativas interesantes, era mentira que el Athletic no tuviese fondo de armario.
Quien más quien menos se frotó las manos. De repente, el porcentaje de probabilidades de colarse en Europa se multiplicaba a la vista de que era viable elevar la frescura del bloque intercalando más nombres en la pizarra. En el siguiente partido, contra el Mallorca, de los suplentes que intervinieron en el Camp Nou únicamente se mantuvo Sancet, rodeado de los de siempre y siendo Córdoba, qué raro, el sacrificado. Y frente al Valencia, repitieron todos los fijos, con Córdoba en el lugar de Sancet. Al Madrid se le recibió con los mismos once hombres que se gustaron en Mestalla.
El experimento de Barcelona no ha tenido recorrido alguno y cuesta creer que en adelante haya que desdecirse. Para el jueves en Sevilla, donde faltarán Yeray, con una lesión muscular que le aparta de la liga, y Raúl García, que cumplirá sanción a no ser que se recurra la tarjeta que vio ante el Madrid y el comité de turno tenga a bien aplicar el sentido común, puede que solo haya hueco para Núñez y Sancet. Es la tónica.