Celebradas las dos primeras jornadas de las once pendientes, el Athletic. Las distancias respecto a las posiciones continentales más próximas no han variado. Es lo que tiene encadenar empates. Sumar dos puntos sobre seis posibles complica la aspiración de ascender en la clasificación. Descartada la discrepancia en el plano matemático, ahora también el funcionamiento del equipo contribuye a pensar que Europa es una pretensión vana. Si en este contexto firmar tablas con el Atlético de Madrid resultó asumible, por la entidad del rival y el rendimiento propio, repetir con el Eibar rebaja considerablemente las expectativas por los mismos motivos: el armero es un oponente abordable y el nivel ofrecido en Ipurua osciló entre el mínimo exigible y lo decepcionante.

Los palos han llovido en todas las direcciones. Casi nadie se salva de la quema, siendo el entrenador la diana predilecta del reproche extensivo a los actores. La acusación más grave se refiere a la actitud reservona, especuladora, de los rojiblancos ante un enemigo que, a falta de inspiración, vendió carísima su piel, con el ímpetu de quien pone en juego la continuidad en la categoría. Que el Eibar se exprimiese era tan previsible como que insistiera en conducir el duelo al terreno que le conviene. Juego directo y tesón, poco más está en condiciones de desplegar la limitada plantilla que le han endosado este curso a José Luis Mendilibar, sobre todo si compite con el agua a la altura del cuello.

Al Athletic no se le reclama un fútbol florido, su perfil se corresponde al de un grupo muy físico e implicado, características en teoría idóneas para gestionar encuentros de este corte. Sin embargo, el miércoles consumió amplias fases a merced del empuje local. El influjo del marcador en su comportamiento fue prácticamente nulo. Ganando, empatando y perdiendo, su imagen permaneció inamovible. Bueno, perdiendo solo estuvo unos segundos porque un chispazo reestableció de inmediato la igualada que sería definitiva y al Eibar ya no le quedó ni oxígeno ni moral. Los diez minutos finales y los diez del inicio fueron los únicos en que el Athletic no se sintió acosado. El resto fue un ejercicio de mera supervivencia y es lo que genera el mosqueo del aficionado, que espera una disposición más ambiciosa, más valiente.

Descendiendo al detalle, hay que empezar por la alineación. Garitano no se anduvo en chiquitas: repitieron nueve titulares del domingo. Lo justificó la víspera diciendo que el de Ipurua era solo el segundo partido de la serie. Es cierto, aunque omitió otra verdad: el segundo en cuatro días después de tres meses sin competir. La presencia de Vesga tampoco extrañó, revelaba el tipo de derbi que preveía y deseaba. Por idéntica razón seguramente concedió un respiro a Williams y eligió a Larra, cuya bisoñez aconsejó su relevo por Lekue a la hora. De la fulminante sustitución de Córdoba al descanso, qué decir, otro clásico, como que en según que citas no hay hueco para Unai López.

La gran novedad no fue retirar de golpe a Muniain y Raúl García, fundidos ambos, para otorgar minutos a Ibai y Villalibre, y acabar el derbi con el frente ofensivo transformado por completo. No, lo llamativo de este movimiento fue que tuvo lugar segundos antes de que Orellana lanzase el penalti. De lo que se deduce que a Garitano le daba lo mismo que el Eibar se adelantase o no, cuando se trata de escenarios bien diferentes. Por descontado que quienes salieron del campo lo estaban pidiendo a gritos, pero es discutible que los recambios elegidos fuesen los adecuados en la hipótesis de que el chileno hubiera errado desde los once metros.

Con toda la perplejidad que pudo generar, esa decisión sí cabe interpretarse como un gesto ambicioso: dos delanteros frescos para remontar o para aguantar el empate. El destino quiso que la aportación del recién ingresado Villalibre fuera determinante y reforzó el criterio de Garitano, que luego se quejó de que sus hombres se mostraron muy remisos en el envío de centros al área. Y tanto: pusieron dos aprovechables, uno fue a la cazuela y el otro lo sacó Dmitrovic en la parada de la tarde. Este dato revela un elevadísimo índice de eficacia en ataque. Hubo además dos disparos, el primero valió un penalti y el segundo, de Williams, un susto para el portero.

Extraer dos goles de una producción ofensiva tan escueta es para felicitarse, todo lo contrario que el bajo número de llegadas profundas. Sin probar suerte es normal que el gol se resista y para sumar de tres en tres, única fórmula que permite mejorar en la tabla, convendría mantener la mirada fija en el área contraria. Si realmente el equipo cree asequible la séptima plaza, quizá haya llegado el momento de encarar el calendario restante con un talante más alegre. A estas alturas no hay ya gran cosa que perder y con actitudes como la de Ipurua, Europa se antoja una quimera.