bilbao - El histórico éxito frente al Nápoles se recordará como una bella noche de verano. Lo que se intuía entonces como una bonita historia en la fase de grupos de la Champions se ha tornado en una novela casi de terror. Desde aquel 27 de agosto, el Athletic se ha despreciado en la máxima competición, sobre todo cuando las expectativas, tras un sorteo benévolo para los intereses rojiblancos, apuntaban a sensaciones bien opuestas a las que se han vivido y que han desencadenado en el fracaso que supone quedarse sin opciones de clasificación transcurridas solo cuatro jornadas, con un solo punto sumado y con la etiqueta de ser el segundo peor equipo de los 32 que compiten, únicamente por encima del Galatasaray.
La Champions ha retratado al conjunto de Ernesto Valverde, que se ha metido en una espiral de experimentos que han tenido un impacto fatal. El técnico no ha dado con la tecla idónea después de renunciar al plan que aplicó en el doble enfrentamiento ante el cuadro de Rafa Benítez, que asomaba como el coco a evitar, choques en los que repitió el once inicial, fruto de una idea que le dio el rédito buscado.
El estreno de la liguilla ante el Shakthar Donetsk en San Mamés supuso el principio del fin. El conjunto rojiblanco se contentó con el empate sin goles frente a los ucranianos, sin apenas tirar entre los tres palos y con la novedad de Ibai como titular, junto a varios retoques tácticos.
Valverde volvió a probar en la visita al BATE Borisov, que se entendía como el rival más asequible y ante el que solo valía ganar sí o sí. Los leones se presentaron en Bielorrusia deprimidos por su trayectoria en Liga -derrotas ante Granada y Rayo, y un empate frente al Eibar en Bilbao-, crisis que prolongaron en su segundo duelo de Champions, ya que, inesperadamente, sufrieron un revés difícil de encajar con un juego ridículo. El técnico tocó el sistema defensivo -dio entrada a Iraola y a San José- y tuvo que rectificar en el descanso, con un doble cambio -De Marcos y Susaeta por Mikel Rico e Ibai- que tampoco dieron fruto.
la puntilla El Athletic tocó fondo. Entonces, emergió un discurso conservador y esquivo. La Champions se escapaba de la mano, por lo que la Liga se convertía en la prioridad del colectivo, dañado en su credibilidad. La solvencia para competir al máximo nivel en Europa se ponía en duda y se acentuó el debate sobre el marrón de exprimirse en una competición tan exigente. O sea, un aviso para navegantes.
Valverde siguió con su hoja de ruta. El doble compromiso ante el Oporto marcaría el futuro en la Champions. Todo pasaba por un regreso a la mejor versión. La goleada encajada en el Bernabéu y un nuevo empate en San Mamés frente al Celta no enfriaron, sin embargo, a la afición rojiblanca, a la que sí seduce la Champions y que se desplazó en masa a la ciudad portuguesa. El Txingurri sorprendió con un once extraño, con la titularidad de Etxeita, la presencia de San José en la medular y Guillermo en el costado derecho. Un experimento que hizo aguas. Valverde, al igual que en Borisov, recurrió a una doble sustitución a vuelta de vestuarios. El nuevo plan aseó la imagen e incluso el Athletic acarició un punto que se escurrió tras un error de Iraizoz. El miércoles la propuesta también falló. La Champions ha sido un caramelo envenenado.