Cuando el Athletic perdía porque lo merecía, el análisis salía solo, bastaba con repasar la lista de deficiencias de su juego (fragilidad defensiva, descoordinación sin pelota, escasa creatividad, errores de bulto en cualquier zona de terreno, falta de profundidad,…) y acordarse de los ausentes, de quienes o no estaban en las alineaciones por cuestiones físicas (Amorebieta, Aurtenetxe, Herrera,…) o de otra índole (Javi Martínez o Llorente) o a causa de su bajo estado de forma (Iraola, Muniain,…). Este cúmulo de asuntos objetivos, barajado hasta la saciedad durante agosto y septiembre, iba aderezado además con el inevitable reconocimiento de lo que se dio en denominar factores extradeportivos que no hace falta enumerar.
En un contexto atípico y con graves limitaciones en la disponibilidad de hombres, era mucho pretender que el equipo funcionase a satisfacción pese a contar con bases sólidas, a saber: el hecho de que el grupo apenas registrase novedades en su nómina respecto a la campaña anterior, que el técnico fuese el mismo y que, por lo tanto, el estilo de juego estuviese definido y suficientemente interiorizado y contrastado en competición. Precisamente, la existencia de estos argumentos unida a la recuperación de jugadores, así como a la paulatina normalización del ambiente en el seno del club, invitaba a confiar en un golpe de timón en la trayectoria deportiva.
Pasan las semanas, pasan los partidos, pero el Athletic no termina de plasmar en sus actuaciones y, sobre todo, en sus resultados, las expectativas optimistas. Es innegable que ha elevado el nivel de su rendimiento en bastantes enteros, lo cual de momento no ha servido para dejar atrás los sinsabores, que ahora adquieren otra forma. Ya no es un equipo que hace aguas porque entra dubitativo a los partidos, sus prestaciones le permiten tutear a los rivales, ponerles en aprietos y discutir legítimamente el resultado, aunque en cada actuación algo sucede que impide plasmar el innegable propósito de enmienda de los futbolistas.
El equipo se encuentra en una fase distinta, ha crecido respecto a lo que fue en el comienzo de la temporada, de hecho se parece bastante más al del año pasado, durante amplias fases de cada cita demuestra que en Lezama se trabaja a fondo a fin de dar su auténtico potencial. Incluso ha ganado en regularidad y, por ejemplo, en San Mamés se muestra más fiable, que no quita para que haya intercalado algún tropiezo (el imperdonable 1-1 con el Hapoel Kiryat), pero ganó bien al Valladolid y a Osasuna y plantó cara a un Málaga intratable.
Fuera de casa el balance continúa siendo desolador. En Praga apuntó algo, pero le condenaron unos goles de risa, el primero imputable al portero y el segundo fruto de un desafortunado rebote. Viajó a Valencia y a lo largo de una hora fue ganando merecidamente, pero se quedó con diez y se deshizo como un azucarillo, encajando dos goles muy cerca de la conclusión. En Lyon volvió a tomar las riendas, se hizo acreedor a un marcador que necesitaba como el aire, pero de nuevo salió perdedor en el tramo final.
Si antes resultaba sencillo explicar el porqué de los reveses, ahora ya no lo es tanto, puesto que el desarrollo de estos últimos compromisos dice que el Athletic compite y logra imponerse a sus parciales, al menos parcialmente. Es obvio que ha ido afinando su puesta a punto, que es capaz de gestionar muchos minutos de cada contienda con serias opciones de triunfo ante equipos de entidad como el Valencia o el Olympique, pero no es menos obvio que todavía le falta, no redondea, no machaca, no amarra unos partidos que van engordando peligrosamente el pesimismo.
Aparte de las consecuencias directas, probablemente irreversibles, que se derivarían de este déficit de victorias o empates en la Europa League, en principio asistimos a una tendencia al alza a la que hay que aferrarse. Todavía es posible jugar más, acertar más, errar menos, hay que pensar que el margen de mejora en absoluto se ha agotado, que no se ha tocado techo. A esta creencia contribuye la imagen de solvencia transmitida en el ejercicio precedente, así como que no tiene sentido dudar de que los profesionales son quienes más interesados están en retirarse con una sonrisa a la ducha en vez de hacerlo cabizbajos.
Si como parece, la plantilla confía en su propuesta futbolística y persevera en el esfuerzo, será muy difícil que no se produzca la reacción, aunque empieza a ser urgente hallar un refrendo en los resultados. Siempre que estos faltan se insiste en dotar a la victoria de un valor fundamental, por lo que entraña de afianzamiento anímico. Tampoco Bielsa tiene pinta de rendirse así como así: antes de acudir a Lyon apelaba a la rebeldía y tomaba la derrota de Mestalla como acicate. Llegados a este punto, ya no se trataría de redimirse del pasado más reciente, pues existen razones de calado para materializar la reacción de una santa vez. El Athletic es un rebelde con causa por lo que representa, por la afición y por prestigio.