Prohibido ahogarse en la orilla (I)
Llegados hasta aquí, cuando estiramos los dedillos y casi hacemos pie, está prohibido ahogarse. Es una obviedad que suena a tontería, pero es que los periodistas, y más los deportivos, somos proclives a escribir muchas sinsorgadas. Por ejemplo, es muy frecuente leer: "fulano ha tenido una lesión inoportuna", natural que sea inoportuna, pues ¿acaso se produce alguna lesión oportuna?
Y nos quedamos tan panchos. Pero no crea. Si usted viaja a Estados Unidos se puede encontrar a los polizontes de Aduanas sometiendo al viajero ocasional a un test con apariencia simplona, aunque de profundo calado y a la caza de algún mensaje subliminar. En una de las preguntas se inquiere: ¿Es usted un terrorista?
Creo que ya la han descatalogado. Ahora, si igual te daba por tener un día cachondo o hacer el gracioso...
Pero detrás de la ridícula pregunta seguro que hay mucha ciencia, y además estaba la CIA, con lo que saben allí del asunto (aunque luego no se enteraron cuando secuestraron a unos aviones y... pero esa es otra historia). Así que lo de ahogarse en la orilla también tiene su hondura, precisamente por eso; pues se atisba el final, se toca la tierra, el descanso, la salvación, la gloria, ¡el éxtasis!
Porque si el Athletic se hubiera ahogado donde todo el mundo daba por hecho que se iba a ahogar, en las procelosas aguas de Old Trafford, la hinchada rojiblanca seguro que habría estado someramente satisfecha a poco que los muchachos de Marcelo Bielsa hubieran guardado el decoro y las formas. Después de haber ofrecido bizarra resistencia, combatido con orgullo y ley y perdido por lógica, es decir, ante un rival de rancio abolengo internacional y sobre el papel netamente superior como era el Manchester United, vigente subcampeón de la Liga de Campeones.
Bien al contrario, el Athletic le atizó a su ilustre contrincante una paliza de aúpa, y en mismísimo Teatro de los Sueños, y encima ofreció otra lección futbolística en el partido de vuelta, en San Mamés, dejando pasmado a todo el orbe balompédico, comenzando por los propios parroquianos, que no daba crédito a lo que veían sus ojos. Y por si fuera poco, pasó el siguiente, y el siguiente era otro ilustrísimo, aunque sin tanto pedigrí, el Schalke 04 de Raúl, Klaas Jan Huntelaar, semifinalista de la Champions la temporada anterior, y otra vez el Athletic ganó divirtiendo y extrapolando las sugerentes formas de su juego por toda la tierra.
A fuerza de insistir, no hubo otro remedio que creérnoslo, porque no es posible tanta casualidad, y, como Santo Tomás, sucumbir a la evidencia: Y la evidencia es que el Athletic ha construido un equipo que juega muy bien al fútbol. Sabe competir y no se rinde tan fácilmente.
En consecuencia, la moral y un grado de ilusión inusitada creció en el cuerpo serrano de sus seguidores, que vieron con espanto cómo el mismo elenco estelar de futbolistas que provocó tan excelentes sensaciones fueron presos del pánico en el José Alvalade de Lisboa. Donde se vislumbraba el paraíso, los muchachos de Bielsa vieron un abismo. Y les entró el vértigo, y un ligero mareo, y más de uno gritó ¡ama!, abrumado por un oleaje bravo e imprevisto.
Sabido que no es tan fiero el león (portugués) como le pintan y que si el Sporting se impuso al Athletic fue porque le echó más arrojo y entusiasmo, volvamos al principio:
Está prohibido ahogarse junto a la orilla, justo cuando se acaricia la suave ribera y se ven cercanas las luces que alumbran Bucarest, la ciudad que albergará el próximo 9 de mayo la final de la Europa League.
¿Se acuerdan ahora con qué formas comenzó la aventura? Disputando aquella ronda previa ante el Trabzonspor. Entonces todo eran interrogantes con Marcelo Bielsa. El mes de agosto enfilaba su semana final y el Athletic no pasó del 0-0 ante el equipo turco, pese a que se quedó con un jugador menos a los siete minutos. A lomos de aquel inquietante 0-0 los leones fueron a Estambul y sin embargo se clasificaron sin bajar del autobús, literalmente, pues la UEFA expulsó al Fenerbahce de la Champions, entregó esa plaza al Trabzonspor y suspendió el encuentro de vuelta, lo cual calificaba automáticamente al equipo rojiblanco para la fase de grupos sin llevarse ningún sofocón: Slovan de Bratislava, Salzburgo y PSG le aguardaban a la vuelta de la esquina.
El objetivo se había cumplido. San Mamés tenía la posibilidad de disfrutar durante unos meses con el sabor de un torneo europeo. La siguiente meta debía ser la calificación para las eliminatorias, los dieciseisavos de final, como segundo de grupo claro, porque entonces se daba por descontado que el PSG, comprado por el jeque catarí Sheikh Hamad Al Thani y reforzado por brillantes talentos, pasaba de calle.
El PSG llegó a La Catedral con el Athletic en pleno desconcierto. Aún no conocía la victoria en la Liga después de cinco encuentros. El equipo parisino sucumbió (2-0) en toda regla y tres días después los bilbainos rompían su maleficio liguero en Anoeta (1-2). De repente, las aguas se serenaron y el nadador recobró el brío.