Bilbao. Quien primero apreció la profesionalidad de Carlos Meléndez (Areeta, 1957) fue Javier Clemente, su entrenador en el Arenas y el Basconia, luego en el Athletic campeón y también en el Espanyol. Asegura que aprendió a vivir con su circunstancia y que nunca se sintió inferior a ninguno de sus colegas.
Podemos empezar por donde prefiera, por la etapa de formación o la de profesional.
Bueno, pues como la profesionalidad no es algo espontáneo, siempre hay un trabajo previo, vamos al principio. En mi época había menos etapas que ahora en el fútbol base. Empecé en el Zugazarte, el segundo infantil del Arenas, que era un equipo que jugaba en inferioridad con el resto en relación a la edad. En esas categorías la diferencia de uno o dos años se nota mucho, sobre todo si jugabas contra gente como la del Arbuyo, donde estaban Andoni Goikoetxea y su hermano, que te metían con todo en la portería, en los córners eran imparables, porque eran mucho más grandes, estaban más hechos físicamente.
Y el portero era quien más sufría esos desequilibrios.
Te venían en oleadas. En el descanso nos cambiábamos las camisetas para hacer más cambios de los que permitía el reglamento, algo que de alguna manera nos consentían, pero ni así. A partir de ahí empezaron las cribas. Yo la verdad es que fui a toda velocidad. Pasé a juveniles y ni toqué el segundo equipo del Arenas, con 16 años ya estaba en el primero e incluso participé en una promoción de ascenso a Tercera. Había lesionados y fui a varios partidos, por ejemplo estuve en Miranda, en el banquillo, claro, con gente de 30 años, el Txo Goienetxea, el eterno Rogero…
Gente que le doblaba en años.
Te cogían, te llevaban, te traían, era un chavalín, pero es que siempre fui adelantado. Fuimos campeones en la Copa de Bizkaia de juveniles, con Félix Abad de entrenador. Jugamos la final en San Mamés y le ganamos 2-1 al Barakaldo. Entonces había mucha rivalidad con el Athletic, donde estaban Liceranzu, Noriega o Gabiola. El Arenas era fuerte. Otro potente era el Salesianos de Deusto.
El pique Arenas-Athletic venía de lejos, era histórico.
De toda la vida, desde que el Arenas fue equipo de Primera División. Con la primera profesionalización del fútbol ganó el Athletic y salió perdiendo el Arenas, que sufrió las consecuencias. Ahora ahí andan el Arenas y el Getxo con el Ayuntamiento en un proyecto, a ver si sale un equipo fuerte de la localidad, es una pena la situación actual.
Siendo juvenil ya estaba enfilado para dar el salto.
Siendo juvenil juego en Preferente, que era la antesala de Tercera, que equivalía a la actual Segunda B porque en nuestro grupo había clubes castellanos y gallegos. Ascendimos con Javier Clemente de entrenador. Recuerdo que los viajes eran eternos y te pasaba de todo. Una vez se nos estropeó el autobús yendo a Ferrol y tardamos doce horas. Ir a Gijón ya era una aventura, no era como hoy que todo es autovía.
Coincidió con Clemente desde muy joven.
Nos empezó a entrenar sentado en una silla porque andaba con muletas después de una de las operaciones que le hicieron por la lesión que le obligó a dejar el fútbol. Era el primer equipo que cogía. El presidente del Arenas, Fernando Uribe, era también joven y conectaron enseguida. Uribe conocía muy bien esas categorías y Clemente tenía mucha hambre. En el equipo, la base era muy joven, pero se conjugó con varios veteranos importantes como Lalo, un extremo muy habilidoso del Barakaldo, Zarzosa, luego estaban Loizaga, Mozas, Iriarte, de la cantera. Pero estando en Tercera, el presi lo dejó por cuestiones laborales y Clemente fichó por el Basconia. Se reestructuró la Tercera, se creó la Segunda B.
Clemente y usted se separan.
Existía la retención de dos años obligatoria en el club de formación y cuando pasó ese tiempo firmé por el Basconia. De allí entramos juntos en el Athletic, él llevando el Juvenil y yo al Bilbao Athletic, con Iñaki Sáez al frente. En el filial me encontré con gente que conocía de años anteriores, de la etapa de juveniles. Jugué de titular la primera temporada y en la siguiente, en la 1979-80, Santi Urkiaga y yo ya estábamos en el primer equipo.
Tiene razón, vaya marcha que llevaba, sin pausa.
Santi jugó varios partidos y yo estaba en el banquillo porque Iribar andaba con problemas de espalda y empezó a jugar Agirreoa. Coincidí con la última época del equipo legendario que había jugado las finales de UEFA y de Copa con el Betis. Eras un chaval y estabas en un rincón, escuchando todo. Hablar, solo si te preguntaban. Todavía funcionaba lo de la jerarquía, que era algo que no te imponían, sino que tú mismo asumías. Son valores que luego se han ido perdiendo.
No es el primero de aquel tiempo que saca este tema a colación, en tono nostálgico además.
Esa jerarquía era una manera de situarte y de valorar tu papel y tus circunstancias en el equipo. Nada más llegar fui a donde Perdiguero a decirle que no tenía botas y me respondió: 'tranquilo, ya tendrás cuando seas del primer equipo', y me dio unas usadas, claro. Son detalles, vivencias que te van marcando el camino. Los galones son algo que en una caseta deben existir.
O sea, que llega cuando Iribar todavía está en activo.
También estaba Juanan Zaldua, que tiene la mala suerte de caer lesionado. Había una competencia tremenda, en el Bilbao Athletic llegamos a juntarnos hasta siete porteros, entre ellos Andoni Cedrún. Yo subí al primer equipo porque jugué ese año. Vaya pelea. Había abundancia y alguno salió cedido.
¿Cómo se fue despejando el camino en el Athletic?
Empecé la pretemporada con Senekowitsch, que suplía a Koldo Agirre. Iribar seguía y yo no entré hasta que definitivamente lo dejó, no sé, llegaría un momento en el que no se sentía en condiciones de seguir y el que jugaba entonces era Agirreoa. Hasta que llegó el famoso partido del Bernabéu, donde nos golearon. El míster ya quiso sacarme en el descanso, pero Urkiaga se había lesionado nada más empezar y Dani tenía molestias en el descanso y poco después le quitaron. Solo había dos cambios entonces. Esa misma semana, contra el Castro en Copa jugué yo. Todavía se mantenía Senekowitsch, pero para el siguiente de Liga le pusieron a Sáez.
Bonito momento para entrar en el once titular.
Nunca lo tuve fácil cuando me tocó jugar, esa es la verdad. Sáez habló conmigo, me conocía bien del filial, pero la presión que había sobre el equipo era muy fuerte, por parte de los medios y del público. Tremenda. Los resultados no estaban siendo malos para nada. En Murcia sí perdimos 5-4, pero íbamos 5-1. Y el siguiente partido, en San Mamés contra el Espanyol, perdimos 1-2 y yo fallé en un gol. En la jornada siguiente ya no participé, me quedé fuera de la convocatoria.
Agirreoa fue la primera víctima de aquella crisis y usted, la segunda.
Ha pasado mucho tiempo y no quiero ahondar en el asunto. Tengo mi versión de lo que pasó y creo que es válida, pero no voy a hablar porque saldrían nombres y no viene a cuento ya. Bueno, comenzó una nueva etapa, Cedrún jugaba mientras que Agirreoa y yo nos alternábamos en la suplencia.
Pero la historia no quedó así.
No. Al año siguiente, subió Clemente a hacerse cargo del equipo y como había estado en el filial con Zubizarreta, pues apostó por él desde el primer día y punto. Clemente era así, si creía en alguien… Los demás quedamos todos en segundo plano. Y claro, de Zubi qué vas decir, hizo la carrera que hizo y como encima no cogía ni resfriados, pues el resto a verlas venir. Agirreoa salió y entre Cedrún y yo nos repartíamos las convocatorias. Luego Cedrún se marchó cedido al Cádiz en la temporada del doblete y de allí al Zaragoza. Yo me quedé. Hasta que en el 86 salimos al mismo tiempo del club Zubi y yo, casualmente los dos a la misma ciudad, uno al Barcelona y el otro al Espanyol, donde estaba Clemente, que fue quien me llamó.
¿Prefirió salir cuando se iba quien le impedía acceder a la titularidad?
Es que en realidad me abrieron la puerta, igual que a mí a más gente. Estamos en el año siguiente al follón que terminó con la destitución de Clemente y el club quiso también renovar la plantilla.
En el Espanyol, además, tampoco lo tuvo sencillo.
Para más inri, empecé con mal pie porque no pude hacer la pretemporada. Resulta que ese verano estuve en el Mundial de México, gracias a que nos fue bien en un negocio que tenía con Noriega, Argote y Mikel Eiguren. Fuimos allí con las mujeres y volví con una hepatitis. Hasta septiembre no conocí a los nuevos compañeros. En el Espanyol había una especie de psicosis, se pensaba que si no estaba N'Kono era imposible ganar. Bueno, pues jugué contra el Mallorca de Serra Ferrer y ganamos. A raíz de eso empecé a tener el respeto de la gente. Esa etapa acabó muy bien, en el curso 1992-93, durante el Ciudad de Barcelona fui homenajeado y me dieron la insignia de oro y brillantes.
Sin embargo, al igual que en el Athletic, apenas tuvo ocasión de jugar.
Bueno, ese ha sido el punto negro de mi carrera, pero allí también tuve la confianza de todos los entrenadores, incluido Luis Aragonés, lo cual quiere decir que he sido un profesional, alguien que ha estado dispuesto y disponible todos los días del año y todos los años. Es algo que allí supieron apreciar. Por ejemplo el año que N'Kono se fue a la Copa de África y estábamos buscando el ascenso pude contribuir con bastante acierto y el colofón fue la promoción con el Málaga. En la tanda de penaltis paré uno y nos clasificamos. Fue un partido que además jugué infiltrado porque tenía una fisura en una costilla. Son vivencias que hacen que la gente tenga un concepto positivo de uno. Mi problema radicó en que no tuve la continuidad necesaria para demostrar el nivel que di en las contadas ocasiones que me dieron.
Y eso es algo que se queda dentro.
Para toda la vida. No me sentí inferior a ninguno de los compañeros de demarcación que tuve y no hablo del Txopo, que eso son palabras mayores. Las circunstancias en cada caso no fueron las más oportunas, pero mi nivel fue correcto y respondí cuando me necesitaron. En el año de la UEFA en el Espanyol viajamos a Chequia y a última hora N'Kono fue baja y ¿quién estaba allí? Mantuve la puerta a cero y luego tampoco lo hice mal contra el Brujas. Esto no deja de ser una profesión que te encanta, vives de ella y si quieres mantenerte, tienes que estar preparado para lo que surja. Es posible que me faltase el apoyo que otros tuvieron y te queda la sensación de que podía haber llegado más lejos, pero… Hay que saber asumir lo que te toca, si estás amargado es imposible desarrollar tu trabajo y tu obligación es trabajar a tope por si hay que salir, porque si te llega el día y no estás bien, la has cagado.
La calidad del suplente sí es apreciada en el equipo, pero quizás no en la calle.
La faceta externa es la que menos me afecta. En cambio, el tema del vestuario es básico, no sentirte un paquete sino alguien en quien los compañeros tienen una confianza absoluta. Esto es algo que se percibe. De todas formas, me he sentido muy querido en Barcelona, el trato siempre fue muy bueno. También te puedo decir que en la final de Mestalla de hace tres años fue increíble la cantidad de gente que quería sacarse la foto conmigo, gente mucho más joven pero que te reconoce, no sé si de verte en los pósters de los títulos o de qué. Fue muy bonito.
Lo cierto es que entre pitos y flautas hizo una carrera muy larga en la élite. Eso algo querrá decir.
Fueron catorce años. Por eso he recalcado lo de la profesionalidad. Si no transmites confianza y seguridad, duras dos días porque para tenerle de suplente siempre puedes recurrir a un chaval. Pero no, cuidado, se quiere alguien con experiencia. Me quedo con esa reflexión, catorce años y cuando te vas a retirar todavía te proponen renovar el contrato. Físicamente estaba bien, pero ya tenía 36 años, estaba pensando en otras cosas y me vine para casa. Esa es mi historia, sencillamente.