bilbao

Si todo hubiera transcurrido según los planes establecidos en 2006 por Juan Soler, entonces presidente del Valencia CF, el equipo levantino estaría jugando en el flamante Nuevo Mestalla, a más tardar, por estas fechas. Un año después, en agosto de 2007, se iniciaron las obras del recinto deportivo y dos después, en 2009, las mismas se paralizaron por completo.

Cumplidos los plazos previstos por aquel presidente con fama de caprichoso y megalómano, que forma parte de la historia más negra del club, el Nuevo Mestalla descuella en la avenida de las Cortes Valencianas como un enorme esqueleto, con sus grúas inermes, convertido en un monumental homenaje a la especulación urbanística y sus consecuencias, mayormente el estallido de la burbuja inmobiliaria, que estalló en pleno rostro a los dirigentes del club ché.

Con una deuda reconocida de 400 millones, el Valencia no tiene un euro para reactivar la construcción del estadio, un cinco estrellas con capacidad para 75.000 espectadores y presupuestado en 350 millones (San Mames Barria, con 55.000 localidades, sale a 155 millones). Por eso la gerencia del club, con Manuel Llorente al frente, espera que los pupilos de Unai Emery venzan dentro de diez días al Schalke, en el partido de vuelta de octavos de final de la Liga de Campeones (1-1 en la ida). Además del lustre deportivo que conlleva pasar a cuartos de final de la Champions, el Valencia se embolsaría los 800.000 euros por la victoria, más 3,3 millones de propina sólo por pasar a la siguiente ronda.

Dinero suficiente para reactivar las obras del deslumbrante estadio, o al menos poner algún parche que otro.

Lo cierto es que cuando se concibió el Nuevo Mestalla no hubo recato alguno, ni reparo en los gastos, como admite la nueva dirección del club, que ya ha desembolsado 150 millones y espera terminarlo con una inversión de otros 150, es decir, recortando 50 millones en elementos suntuarios y prescindibles.

El proyecto del futuro campo de Mestalla se dio a conocer el 10 de noviembre de 2006 por Juan Soler, que contó con el respaldo institucional y político. Se levanta sobre un solar de 90.000 metros cuadrados junto a la Avenida de las Cortes Valencianas, en la salida noroeste de la ciudad, al que el club accedió tras un acuerdo con las autoridades valencianas para una permuta de terrenos que el ayuntamiento de la ciudad aprobó a finales de 2005.

La aprobación de estas permutas provocó controversia y acciones legales por parte de la oposición municipal y asociaciones vecinales, que catalogaron la operación de pelotazo urbanístico. Pero los recursos fueron desestimados por los tribunales.

En 2006 el proyecto parecía financieramente factible. Tenía buena pinta. Cientos de millones de euros en perspectiva. En el viejo Mestalla está prevista la construcción de seis torres de 16 alturas cada una. Con una edificabilidad total de 88.000 metros cuadrados, 73.000 de los cuales están destinados a viviendas y comercios y 15.000 a usos públicos.

En plena eclosión inmobiliaria, el Valencia esperaba vender esos terrenos, situados en una de las zonas más golosas de la ciudad, y con el dinero ingresado por las operaciones financiar el nuevo Mestalla. Y en esas estalló la crisis del ladrillo. Y las parcelas no se venden, y si no se venden, tampoco hay recursos para las obras.

El Valencia, además, arrastra otro poderoso lastre: El agujero financiero que dejó el mandato de Juan Soler, caracterizado por el despilfarro. Según denunció Manuel Llorente tras la reunión del consejo de administración del club que aprobó las cuentas de la anterior campaña, las pérdidas en el Valencia entre 2005 y 2009 ascendieron a 213 millones de euros, que elevaron la deuda de la entidad a los 550 millones. Gran parte de la solución a semejante quebranto económico estaba depositada en el nuevo Mestalla, con el aumento de ingresos por nuevos abonados y superficie de explotación. El Valencia, sin embargo, no tuvo más remedio que vender a sus estrellas, Villa (al Barça por 40 millones) y Silva (al Manchester City 33 millones) para, a duras penas, ir tirando.