El flautista de ‘Pangea’, de la tierra y los océanos
El multi instrumentista gallego Abraham Cupeiro llevó de emocionante y exótica singladura por diferentes continentes a Plaza Nueva
Entre el didactismo, la emoción, el descubrimiento y la utopía. Así discurrió el concierto que el luthier, multiinstrumentista y compositor gallego Abraham Cupeiro ofreció en el arranque de la programación, siempre arriesgada, de Plaza Nueva. El lucense está en la agenda de directores como Steven Spielberg y Riddley Scott, y sus instrumentos ancestrales de viento, de caracolas a cuernos y flautas de formas, tamaños y colores diversos, nos trasportaron al pasado con el efectivo apoyo de la Banda de Música de Bilbao, a esa Pangea añorada donde todas las tierras y continentes éramos una unidad.
Cupeiro, de 45 años y nacido en Sarria, ciudad de “ricos chorizos”, como reivindicó en Bilbao, es un músico más conocido en otros continentes que en Europa debido a sus colaboraciones en grandes producciones cinematográficas como Gladiator II, documentales producidos por Spielberg y colaboraciones con el oscarizado Hans Zimmer.
Loco de la recuperación y reconstrucción de instrumentos de la antigüedad, mitad hippie y mitad luthier, nadie le llamaría iluso aunque, sí, tenga una ilusión, que cantaría La Cabra Mecánica. Su música suena mística, ancestral y telúrica, pegada a las raíces del mundo, de la tierra y los océanos. Así lo demostró su espectáculo Pangea, disponible en un recomendable disco grabado junto a la Royal Philarmonic Orchestra.
No hay mal que por bien no venga. Teníamos previsto acudir a Abandoibarra, pero la suspensión del concierto de Kai Nakai, Maren y Olatz Salvador nos obligó a pelear por una de las sillas de una plaza a rebosar frente a Cupeiro. Y realmente lo disfrutamos. Su Pangea, compartida con la Banda de Música, se reveló como un canto a la diversidad cultural, un intento de unir pueblos y músicas, de hacer llegar al ser humano el mensaje de una Tierra que vislumbra asustada un futuro incierto.
Músico y mago
No subimos a la singladura de Cupeiro, totalmente instrumental, arropados por el leve arrullo del mar, a bordo de la caracola ancestral que sopló al zarpar su recorrido por diferentes tierras, continentes y océanos. Contenida y en progresión orquestal, a modo de mantra minimalista, sonó Oceanía, con Cupeiro revelándose como un cruce entre un Flautista de Hamelín ecologista y un mago étnico que miraba extasiado una mesa en la que se desparramaban decenas de instrumentos de origen, forma, sonoridad y tamaños.
A ritmo de world music y con más protagonismo de la banda, a la que tildó de “barco que nos permite surcar las aguas del planeta”, en China nos trasladó a una cultura milenaria, con armonías características del país expresadas de forma sutil aunque en crescendo en melodía y metales épicos, y con protagonismo absoluto de una flauta de metal y calabaza llamada hulusi que es “símbolo del amor eterno” para los chinos.
La primera gran conexión con el público, que empezó como si estuviera en una clase magistral, se produjo con América, una visita “al continente más largo”, que, con el soplo de la flauta hopi y la percusión, que remitió a los tam tam de los indios norteamericanos, conectó Estados Unidos, la Amazonia y el folk de los Andes, entre el baile ya no tan tímido y el cálido aplauso, especialmente en su final, donde resaltaron el fulgor de los metales y algunos ecos ligados al jazz.
La conexión, la riqueza armónica y el ritmo se mantuvieron también con África, unida históricamente a América en tiempos de Pangea. Y el río Níger, una flauta hecha de juncos por el pueblo fulani, “el más nómada del mundo”, y los tambores como contrapunto, dieron paso, sin disminuir conexión ni entramado rítmico, a Arabia, con Cupeiro soplando un corno de forma alambicada y sonido similar a la trompeta que acabó resultando un tributo al “mar de arena” del Sáhara.
Tras la ensoñación de caravanas de tuaregs, danzas de los siete velos y serpientes elevándose al son del pungi, nos trasladó a Armenia, allí donde “Noé posó su arca”. Cruce entre Europa y Asia, con la orquesta aportando sensualidad y sutilidad, la singladura nos condujo a Bulgaria, con el gallego y su gaida, que no gaita, lo que, en sus palabras, demuestra que “la música carece de fronteras” y nos conecta.
Roma y Euskal Herria
La recta final de viaje, ya con artista y público interactuando sin reservas, arrancó conCosta Atlántica, y conectó Galizia con Irlanda y Escocia a ritmo de una gaita que estaba amarrada a su cintura y una flauta de casi dos metros de altura que nos trasladó al circo cuando Cupeiro hacía equilibrios con ella en el aire. No menos imponente sonó Lamento, quedo y dulce en su inicio, recio y marcial en su final con el carnyx celta, con cabeza creada por él mismo.
Y tras ese guiño cinematográfico a La Edad del Hierro y la época con gladiadores en la que los celtas luchaban contra Julio César, llegó el guiño del gallego a la cultura euskaldun con Urkiola, a ritmo de una doble alboka, compartida con el bilbaino Iván Txistuman entre vítores, palmas, irrintzis, goras a Euskadi y hasta bailes, con un público en pie que disfrutó tanto como aprendió de Cupeiro. En el aire quedó flotando el deseo del gallego de “la necesidad de salvar nuestro planeta, de cuidar de nuestra casa”.