La música es omnipresente en Aste Nagusia. No hay rincón de la zona cero de las fiestas donde no se dejé oír. Allá donde no llega la explosión de decibelios de los conciertos multitudinarios y del bullicio txosnero, allá donde la itinerante jarana de fanfarrias y txistularis da una tregua al personal, siempre aparecerá un músico callejero para deleitar al transeúnte a un volumen menos lesivo y sin agobios. Artistas anónimos, muy diferentes entre sí y que, a la sombra de los nombres estelares que copan los grandes escenarios, marcan el ritmo festivo a pie de calle en todo momento y lugar.
Gran parte de ellos se concentran en el Casco Viejo, donde ayer unos cuantos curiosos asistieron en la calle La Cruz al debut como músico ambulante de un emocionado Iñaki Galarza. “He tocado en grupos y también en solitario en bares, pero nunca en la calle y tenía muchas ganas de hacerlo”, confiesa este bilbaino de 54 años, que tras 30 años trabajando como óptico optometrista se ha tomado un tiempo para dar rienda suelta a la que es su pasión desde chaval: “De momento se trata de un hobby, pero espero que vaya a más. Ahora tengo un lapso en el cual puedo dedicarme a esto, pero no sé lo que va a durar porque el colchón aguanta poco”. Iñaki se ha puesto como plazo hasta diciembre para ver si la aventura tiene futuro: “Y si no, me pondré a trabajar de nuevo como óptico, que también me gusta”.
Pese a estar acostumbrado a actuar delante del público, confesaba sentirse nervioso con su estreno en este formato: “Así como domino otros escenarios, este no. Tocar en la calle es muy difícil. Debes manejar los tiempos, el lugar, las sombras... El público cambia a cada momento. Siempre he tenido el máximo respeto por la gente que toca en la calle, pero ahora que estoy en el ajo, aún más”.
Con una guitarra acústica, una armónica al cuello y marcando el ritmo con una pandereta que hace sonar con el pie, Iñaki se desataba con clásicos del rock en castellano, como El ritmo del garaje, de Loquillo y Trogloditas; Hay poco rock & roll, de Platero y Tú y Hormigón, mujeres y alcohol, de Ramoncín, para bajar las pulsaciones con el Lau Teilatu de Itoiz. “También meto temas en inglés… Es un show para mayores de 45 años, los del baby boom”, dice con guasa, decidido a repetir la experiencia.
En cambio, para Alec Bedrod, situado a pocos metros de Galarza, lo de tocar en la calle no es nada nuevo. “Es mi herramienta principal para poder subsistir, me dedico al 100% a esto”, declara este guitarrista peruano de 35 años, afincado desde hace casi seis en Santutxu y que lleva la música en el ADN: “Sigo la tradición de mis abuelos y mis tíos, músicos que han cultivado el folklore de mi país”. Esa influencia se percibe en su variado repertorio: “Lo llamo un crisol de géneros. Abarco desde bossa nova, rock, metal, funky, blues... Incluso tengo una sesión de cumbias peruanas”.
Estas son fechas importantes para Alec. Además de admitir que “monetariamente me va bien”, ha visto materializado su objetivo de consolidarse como miembro de la banda MR JL, que el pasado sábado tocó en Gogorregi. Pero Alec, que también ha puesto su guitarra para grabaciones de estilos como el rap y el reguetón, no dejará por ello de recorrerse la península tocando en cualquier acera: “La calle es mi gimnasio, mi entrenamiento para esos otros momentos”.
Y a unos pasos, en la calle Banco de España, montaban sus tambores las chicas de Cocotú, una escuela de batucada de Alboraia (Valencia). Han venido a Bilbao para pasarlo bien y, de paso, practicar. Al frente del grupo está la profesora, Lydia Vállez, que repite tras conocer Aste Nagusia el año pasado. “Enamorada me tiene la ciudad. La gente es encantadora. Te ayuda y no hay que pedírselo. En Valencia son menos empáticos”, asegura. Ella es la única que se dedica de lleno a la música, por lo que lo recaudado es para cubrir gastos del viaje. Hoy regresan a casa encantadas. “Veremos si el año que viene alargamos la gira a las fiestas de otras capitales vascas”, remataba Ángela Nicolás, una de las alumnas.