Siendo adolescente, Natalia Millán vio un musical que la dejó fascinada. Desde entonces, esa fascinación no ha hecho más que crecer. “Me gustaría que en la vida nos pusiéramos a cantar y a bailar de la nada, como en los musicales”, asevera.

Van a estar casi un mes con ‘Los chicos del coro’ en Bilbao, ¿consiguen aislarse del bullicio que se vive en la ciudad estos días? 

—La fiesta entra por todos los camerinos. Es muy alegre, a mí me encanta la Semana Grande. Pero una vez que empieza la función, en nuestro templo del Arriaga, nos metemos en nuestro mundo y nos aislamos. 

¿Es diferente actuar para un público que está en fiestas? 

—El público que está en fiestas está más por la labor de pasarlo bien, pero es verdad que esta función, que tiene un tinte muy emocional, a priori, no parecía la más adecuada para fiestas. Sin embargo, está resultando un éxito y estamos viendo que el público se pone en pie y se emociona, algo que ya veíamos en Madrid. 

La del actor musical debe de ser una vida muy monacal. ¿Cómo lo hacen para cuidarse en estas fechas en las que todo le lleva a los excesos?

—Tampoco hay que darle la espalda a la fiesta, pero sabes que tiene que ser con medida. Hay que dormir, cuidar la voz... En la fiesta, si estás, más bien calladito. 

Este musical nace como consecuencia de la versión audiovisual. Las comparaciones son odiosas pero, ¿qué ofrece de adicional?

—Es distinto. Muchas veces ocurre que de un musical de teatro se hace una película, pero ahora también ocurre al revés. Esto no era un musical, sino que era un drama. Se convirtió en musical por el propio creador de la película en Francia. Aquí se ha adaptado y se han incluido canciones y personajes femeninos, enriqueciendo el musical.

Y haciéndolo más plural.

—Es una obra que abarca un público muy amplio. Puede ir la familia entera: desde el niño, el padre, el abuelo o el hermano. Todo el mundo va a encontrar una lectura de la obra.

¿Cómo está siendo el trabajo con niños? ¿Se turnan, verdad?

—Sí, porque los niños no pueden trabajar a diario. Me encanta trabajar con niños, son artistas en estado puro.

Y muy espontáneos.

—Lógicamente. Ellos juegan en el teatro como juegan con sus amigos, aunque sea una forma más organizada. Entienden perfectamente que la disciplina es necesaria en el teatro.

¿Por qué destacan tanto el aspecto emotivo de este musical?

—Es una obra que no está basada en un gran montaje, ni en grandes efectos especiales, ni en grandes coreografías u orquestación. Es una historia muy emotiva y honesta.

El aspecto musical, en este caso, es intrínseco a la obra.

—Es muy fluido y está muy justificado precisamente porque tiene un coro, aunque a veces los mayores nos ponemos a cantar de la nada, cosa que en la película no ocurría. Como gran amante de los musicales, me gustaría que la vida fuera así: que de repente nos pusiéramos a cantar y a bailar de la nada, eso que a algunas personas no les gusta de los musicales.

Lo veo complicado, sin que le tachen a uno de loco.

—¡Qué lastima! No entendemos nada. Por eso la Semana Grande está muy bien, porque podemos cantar y bailar como en los musicales.

¿Cómo consigue una actriz muy tímida pisar los escenarios con seguridad?

—O parecerlo. Somos legión los actores que somos tímidos. Unos son muy desinhibidos y eso les lleva a encarnar personajes de una forma muy espontánea, pero muchos somos tímidos y hemos buscado nuestra forma de expresión con la interpretación.

Siempre ha manifestado su inclinación por los musicales. ¿De dónde viene este vínculo?

—Es por los musicales por lo que me dedico a la interpretación. De adolescente vi una película, All that jazz, un musical duro, de Bob Fosse. Me fascinó. Salí diciendo: yo quiero aprender a comunicarme así. 

La mayoría de los actores destacan el teatro por encima de la televisión y el cine. ¿Qué tiene que les resulte más atractivo?

—Hay compañeros que prefieren el audiovisual, pero yo estoy en el otro grupo, que es el mayoritario. El teatro es la madre y el alma de la interpretación. Y por eso es el territorio natural del actor. El audiovisual es más del director.

No conviene decir ‘de esta agua no beberé’, pero ¿hay un momento en la carrera de una actriz en la que se puedan poner líneas rojas?

—Es una profesión y la necesitas para vivir. Habría que ver si se puede vivir de las rentas. Yo, desde luego, no; tengo que seguir trabajando. Hay líneas rojas infranqueables pero si hay que dar de comer a la familia...

No tiene presencia en redes sociales. ¿Cree que eso le ha cerrado puertas o ha hecho que no se abran?

—Sí, indudablemente. Ahora se tiene muy en cuenta a los seguidores, aunque en las artes escénicas muchas veces no cuenta tanto, porque que te sigan no significa que vayan a ir al teatro. Soy consciente de que estoy limitándome a mí misma. Tengo una cuenta en Twitter que uso muy poco y hay una en Instagram que no soy yo.

Hace años que se reivindica la escasez de papeles para las mujeres a partir de cierta edad. ¿Debemos los periodistas seguir preguntando por ello a las actrices?

—No lo sé... Es verdad que es un asunto muy recurrente. Supuestamente debería estar ya sabido, pero a lo mejor hay que seguir insistiendo. Mira lo que ocurre con la homofobia. Sin embargo, tengo la confianza de que vamos por buen camino, aunque sea despacio.