La jornada inaugural de Aste Nagusia permitió a Iñaki Uranga volver a cumplir su sueño musical, el de recuperar las canciones aprendidas en su niñez y adolescencia de su aita con el espectáculo Tengo un sueño, centrado en el jazz, las baladas y el swing estadounidense del siglo XX. A su manera, con una voz maleable y efectiva, con el apoyo sinfónico de la BOS, una Big Band y un cuarteto liderado por el piano de J. L. Canal, se vistió de crooner y desgranó himnos como My Way, Something Stupid, Cheek to Cheek o el mambo Sway, rodeado de su hermana Estibaliz y sus sobrinas, con guiños a Mocedades y hasta a las bilbainadas.

Tengo un sueño es un proyecto musical larvado en el interior de Iñaki (61 años) durante décadas que, finalmente, pudo estrenar en la Navidad de 2019, en Euskalduna Jauregia. El sábado, en Abandoibarra, ese deseo volvió a materializarse como homenaje a su aita y ama. Especialmente al primero, que pasó largas temporadas en Estados Unidos –20 años en Connecticcut– y de allí trajo múltiples discos, pasajes musicales imborrables y cosidos a fuego en los oídos, la voz y el corazón del niño Iñaki.

“Voy a reflejar y cantar la música oída en mi niñez con mis padres, a la que se unían mis hermanos. Aquello me caló muy hondo”, explicó Uranga después de salir cantando, entre bambalinas, el clásico I´ve Got You Under My Skin, rodeado por una Big Band, un cuarteto de piano, contrabajo, guitarra y batería, y los maestros de la BOS, que respondieron en tromba al solo de trombón del tema inicial.

Muy dentro, tatuado a fuego bajo la piel, tiene Uranga un repertorio que desgranó durante hora y media en Abandoibarra, en el lateral del Guggenheim, ante un público maduro y con tantas muescas musicales como él mismo, muchas compartidas con Mocedades y El Consorcio. Y aunque aquello iba de rendir tributo a los grandes del jazz y el swing –de Sinatra a Bing Crosby o el último mohicano, Tony Bennett, que no ha soltado el micrófono hasta hace unas semanas–, también hubo espacio para las sorpresas, como pronto evidenció Nere herria, que sonó en clave más folk que sinfónica.

Tras la concesión en euskera al legado de Mocedades y a Euskadi –“mi pueblo, levantado por tantas generaciones y con la mirada tendida al mar”–, Uranga, agazapado en sus formaciones familiares y corales, sorprendió a muchos por su voz maleable y efectiva en varios registros, como demostró con el rescate de Tómame o déjame, en clave de jazz sedoso y con protagonismo de la guitarra, antes de liderar un espectáculo de repertorio, filosofía y estética estadounidense en el que alternó emoción –a pecho descubierto, sin pie de micrófono, cerrando los ojos y mano al corazón– con cierto nerviosismo e improvisación en la entrada de invitados y presentación de canciones.

La “pena” de Amaia

Invitados, sí. Además del protagonismo constante del piano melódico y señorial de Canal, los metales de la Big Band y las cuerdas de la BOS, templada y siempre al quite, la velada fue un homenaje a los conciertos de mesa camilla de la familia Uranga. Y a quienes ya no están, a su hermano Javier, su aita y ama, a quienes se recordó en la pantalla de video cantando y en imágenes juveniles, respectivamente, con las canciones Mornin´, Blue Heaven y Mona Lisa, y los que aún pueden acompañarle en el escenario, a excepción de Amaia, quien sufrió “mareo” en bambalinas y no pudo interpretar con él el mítico Blue Moon.

La ocasión merecía la etiqueta. Iñaki, de traje oscuro, cuya chaqueta fue sustituida por otra de lamé plateado, muy Las Vegas, sí gozó y compartió canciones con Estibaliz, con quien bordó Something Stupid, evocando a Sinatra y su hija Nancy, y sus sobrinas María, vocalista de Mäbu, de timbre cálido y dulce en Lady is a Tramp, y su hermana Allende, de voz torrencial en Cheek to Cheek, con quien bailó de la cintura, no mejilla contra mejilla.

Iñaki, que con la ayuda de los metales y los maestros de la BOS dirigidos por Alain Sancho, puso al público en pie con el mambo Sway –“¿quién será la que me quiera a mí?”–, lo emocionó con su recuerdo a su cuñado Sergio al recuperar su primera maqueta compartida con un Just the Way you Are, de Billy Joel, donde la guitarra ganó protagonismo al teclado original, y preñó de nostalgia Abandoibarra con himnos como Feeling Good, de Nina Simone, con los metales disparados, el melódico Don´t Let the Sun Go Down on Me, de Elton John, con una sorprendente guitarra eléctrica, o el inevitable My Way, recibido entre aplausos.

A su manera, sí, el crooner Iñaki volvió a reagrupar a la familia –Las Divas, las llamó– en el bis, que se abrió con Cry Me a River, algo desangelada pero de intro épica, y la bilbainada San Pedro Olea, dedicada al cineasta vizcaino, entre goras a Marijaia, saltos, irrintzis, pañuelos festivos al cuello y guiños a barrios de la capital vizcaina. Ahí sí, el público optó por abandonar el mutismo reverencial previo y cantó, bailó y aplaudió sin reservas en el agur, tras un espectáculo que logró conectar Jolibú con el botxo: el jazz, los estándares y el swing de USA con la música más propia y local en tributo a los Uranga fallecidos y a un legado musical imborrable.