L episodio vivido la pasada semana para la elección de presidente del Eurogrupo con revolcón final para la candidata española Nadia Calviño, no es más que un capítulo más del enfrentamiento de dos visiones del proyecto de Unión Europea entre dos bloques de Estados miembro. De un lado los llamados frugales, autodenominados Nueva Liga Hanseática y enfrente los constituidos como Amigos de la Cohesión. Seiscientos años después, los partidarios del comercio y la austeridad, se oponen a los intereses de aquellos que, como España, defienden la solidaridad interterritorial en Europa y la mutualización de la deuda como fórmulas de salida de la crisis del covid-19. En medio de los dos bandos, el eje franco-alemán, con su carga de historia fundadora del proyecto común europeo y con la fortaleza de la suma de una cuarta parte de la población y del PIB de la UE. De su capacidad de mediación, negociación y de alcanzar el consenso depende en estos momentos críticos que vivimos, el futuro de Europa.

La Nueva Liga Hanseática o Hanse nació en febrero de 2018 con la firma simbólica de los ministros de finanzas de Estonia, Finlandia, Irlanda, Letonia, Lituania, Holanda y Suecia de un documento o carta de dos páginas que exponía los puntos de vista y valores compartidos de los países sobre la arquitectura de la Unión Económica y Monetaria de la UE. A ellos se une como frugal Austria. Buscan la cooperación de estos Estados que por sí solos tienen poco peso, pero que entre todos acumulan un PIB que supera los 2 billones de euros, casi dos Españas. Aunque se declaran europeístas, están frontalmente en contra de las ideas integradoras que defienden presidentes como el francés Macron. Son fiscalmente conservadores y defienden la consecución de superávits fiscales durante los ciclos expansivos, a la vez que apuestan por las reformas estructurales más que por las ayudas directas entre países. También pretenden un mercado único europeo más desarrollado, particularmente en el sector de los servicios, la llamada Unión de los Mercados de Capitales y la creación de un fondo monetario europeo que pueda ofrecer ayuda financiera a los países que lo necesiten, pero siempre en forma de préstamos.

En el otro bando están los autoproclamados Amigos de la Cohesión. Además de España, forman parte Bulgaria, República Checa, Chipre, Estonia, Grecia, Hungría, Letonia, Lituania, Malta, Polonia, Portugal, Rumanía, Esovaquia y Eslovenia. Un grupo al que tras la pandemia se ha unido Italia. Estos quince países tienen en común que son beneficiarios netos de los fondos europeos. Todos ellos reclaman preservar las ayudas de la PAC y de los fondos estructurales y abogan por aumentar la cuantía del presupuesto plurianual de la UE. También amenazan con bloquear cualquier intento de recorte. Su principal aliado es la mayoría del Parlamento Europeo que debe aprobar el presupuesto y que defiende un marco financiero equivalente al 1,3% del PIB de la UE. Respecto al nuevo Fondo de Reconstrucción son partidarios de ayudas directas sin condiciones y deuda mutualizada. El argumento central: la construcción europea no puede establecer diferencias y debe basar en la solidaridad el motor de crecimiento que elimine las brechas de desigualdad entre los distintos Estados miembro.

Analizadas los argumentos de unos y otros, podemos encontrar razones a ambos lados para defender de manera tan enconada sus legítimos intereses. No debemos minimizar el problema maniqueamente como si se tratara de una película Norte-Sur, de buenos y malos, de tacaños o despilfarradores. La cultura diversa de Europa nos hace ricos en diferencias, que cuando no encuentran vías de colaboración devienen en guerras fratricidas. La propia Liga Hanseática medieval sucumbió en la Guerra de los Treinta años hace cuatro siglos, un conflicto que devastó Europa. A su fin, un nuevo mundo había emergido: el poderío español decaía y Francia tomaba el relevo. Todos perdemos cuando no sacamos el máximo partido de nuestra Unión. Ni los Nuevos hanseáticos pueden olvidar que el covid-19 ha destrozado el crecimiento económico de algunos Estados como España o Italia y, por tanto, se requieren ayudas y presupuestos más cuantiosos para su recuperación, ni los Amigos de la Cohesión pueden pretender que dicho esfuerzo común se lleve a cabo sin condición alguna. Qué menos que unos presupuestos ordenados y un programa de reformas estructurales y fiscales. El vértigo de la ruptura y sus graves consecuencias es el mejor seguro para que en el último minuto se alcance un acuerdo y que una vez más en la UE amanezca, que no es poco.