"En las redes veíamos que la gente lloraba y pedía a gritos desesperada la ayuda y nos vimos obligados a colaborar”. Iñigo Real de Asua, universitario de 19 años, lleva desde mediados de semana, junto con tres amigos, en Valencia sacando a la calle muebles destrozados, achicando agua y barro de garajes, vaciando negocios... Para que luego digan que la juventud no se mueve. “Por desgracia esta situación ha demostrado que no existe una generación de cristal. Los jóvenes hemos sido los primeros en movilizarnos”, dice Olga de Águeda, una psicóloga de 25 años que se ha desplazado este fin de semana con unas hidrolimpiadoras en el maletero y la voluntad de apoyar a los afectados por la dana en lo que necesiten. Con esa misma intención se echó a la carretera Maddalen Ortuzar, una bioquímica de 23 años que llevaba de todo para meterse en faena. “Es la primera vez que está en mi mano colaborar de forma directa. Si hacemos seis horas en coche para disfrutar de un viaje, ¿cómo no lo vamos a hacer para ayudar?”, dice.
Pedro Zubiaga e Iñigo Real de Asua, 19 años: “Verlo con tus propios ojos te impacta el triple”
Al bilbaino Pedro Zubiaga, estudiante de ADE con Finanzas en la Universidad de Deusto, y sus tres amigos les bastó que les quitaran una clase para lanzarse al voluntariado de cabeza. “Pensábamos ir a Valencia, pero no sabíamos cómo hacerlo. Solo teníamos una clase el miércoles, otra el jueves y dos el viernes y dijimos: Pues nos bajamos a ayudar en lo que se pueda”, cuenta. A sus padres les pareció bien, los profesores les dijeron “que mucho ánimo y que era una buena iniciativa” y el martes por la tarde ya estaban de camino casi con lo puesto. “Cogimos mascarillas, gel hidroalcohólico, guantes, monos de trabajo y botas. Hay que protegerse bien porque una chica nos ha dicho que en Massanassa están tan contaminados el fango y el agua que al limpiar te pican los ojos”, advierte.
Sobre el terreno no han podido ser mejor recibidos. “Los afectados nos agradecían emocionados que fuésemos a ayudarles porque estaban solos”, asegura Iñigo Real de Asua, otro miembro de la cuadrilla, que dice sentirse “como en casa”. “Todo el mundo te saluda, te ofrece su ducha o comida. Conozco la vida de mucha gente, pero de cinco minutos que te encuentras en la misma faena y juntáis los hombros para sacar el barro. Alguno está triste y se viene abajo, pero lucha con nosotros hasta que consigue sacar el lodo de su bajo, que igual llega hasta el tobillo o media espinilla”, explica.
“En las redes veíamos que la gente lloraba y pedía a gritos la ayuda y nos vimos obligados a colaborar”
Sedaví, Alfafar, Benetússer... Los cuatro amigos se han recorrido los municipios más castigados y han limpiado un colegio, ayudado a una señora a sacar los muebles de su casa, descargado un camión de medicamentos y otros artículos, retirado fango de un garaje subterráneo... “Estuvimos 25 vecinos y voluntarios dos horas y media quitando barro con palas y cubos de 50 litros y eso no acababa nunca”, reconoce Pedro, que dice estar “lleno de mierda hasta arriba”, mientras ve “a policías, bomberos o militares que parece que no están en la zona. Supongo que estarán haciendo cosas, pero yo no los veo sacando cubos”.
De aquí para allá, Iñigo ha conocido “a un policía jubilado de Valencia que se puso a llorar y a otro de Barcelona que cogió días libres para venir a ayudar”. También a un hombre que había perdido su quiosco. “Estaba con su hijo y su nieto y estar tirando a la basura todas las revistas, las chuches... también impresiona. El quiosco estaba destrozado”, relata este joven, para quien ver estas desgracias “con tus propios ojos te impacta el triple”. Eso mismo piensa Pedro, que recuerda a una persona que se había quedado sin casa y sin negocio y que les dijo: “He perdido el trabajo de una vida de un día para otro”. “En la tele te lo cuentan, pero si no ves a la persona diciéndotelo, no te llega igual”, señala.
Alojados unos días en casa de un amigo de un compañero y otros en un piso de la parroquia, confirman que muchos de los voluntarios que están a pie de calle son de su edad. “Un par de personas nos comentaron: Que no se diga que la juventud no hace nada porque aquí los que están dando la cara son ellos”.
Mientras Iñigo censura “la ineficiencia del Gobierno” y confiesa que con estas experiencias “aprendes a valorar las cosas que tienes”, Pedro alaba “el trabajo en equipo” e insta a no distraerse. “En este país estamos que si los extremos y no le damos importancia a lo importante: que estamos bien y vivimos muy bien, que las cosas se pueden perder en un segundo y que cuando queremos estamos unidos. Si se necesita, la gente está. Somos todos iguales y hay que dejarse de tonterías”, dice.
Olga de Águeda, 25 años: “Nunca se había visto a la población tan entregada”
A Olga de Águeda, una joven de Andoain, el desastre causado por la dana le “impactó de una forma catastrófica, como a todo el mundo”. La cifra de fallecidos, los destrozos... Todo superó lo previsible. “A nivel psicológico creo que nadie está preparado para enfrentarse a una cosa tan grave como a la que se han enfrentado las familias en Valencia”, señala esta veinteañera, que destaca que “la movilización que ha habido ha sido brutal”. “Nunca habíamos visto en España a una población tan entregada”, valora. En la otra cara de la moneda, critica “la desinformación por parte de los medios”, así como “la gestión que se ha hecho por parte de las diferentes figuras que se tenían que encargar”.
El abandono en el que se vieron sumidos los habitantes de los municipios inundados hizo de revulsivo y quien más quien menos sintió que debía colaborar. “Una variable ha sido ver que no había nadie que se estuviese encargando de ello y otra, ese punto de humanidad, ver el sufrimiento de esas personas, ver que han perdido todo y que te podía haber ocurrido a ti e intentar ayudar sin recibir nada a cambio”, expone Olga, que no conoce a “ninguna persona que no se haya movilizado por la causa”. Y ella no iba a ser menos. “De primeras te sale hacer donaciones, pero cuando ves cómo está todo, que hay pueblos, como Catarroja, adonde no han llegado recursos, que las calles están destrozadas, en ese momento dices: Si yo puedo aportar mi granito de arena e ir, una mano más siempre va a ser bienvenida, sobre todo, por cómo lo están agradeciendo”, comenta.
“No existe una generación de cristal. Los jóvenes hemos sido los primeros en movilizarnos”
Informada por las redes sociales, que “están ayudando a que la gente vea de primera mano lo que se está viviendo allí”, esta psicóloga emprendió rumbo a Valencia la madrugada de ayer junto con una compañera “para ayudar de una forma u otra dependiendo de la accesibilidad que tengamos a los pueblos porque hay controles y llegar está siendo muy complicado”. Lo sabe porque su pareja lleva colaborando como voluntario sobre el terreno desde el pasado martes. “Los medios de comunicación no nos enseñan ni la mitad de lo que hay, supongo que por protegernos. Me ha dicho que le ha impactado mucho ver cómo muchas familias se han quedado sin nada, que es catastrófico, que están las calles llenas de muebles, que hay tres metros de barro donde no puedes andar. Con todo eso te quedas impactadísimo”, explica Olga, que este sábado ya estaba retirando barro con su escoba de un garaje anegado.
Convencida de que “hasta dentro de cuatro años no se va a conseguir recuperar la normalidad”, Olga dará lo mejor de sí este fin de semana para paliar los efectos de “una catástrofe que nadie se hubiese imaginado vivir en el siglo en el que estamos y en el país en el que vivimos”.
Maddalen Ortuzar, 23 años: “Ha sido la gente joven la que ha dado la cara”
A sus 23 años, Maddalen Ortuzar vivió los primeros momentos de la tragedia pegada a la tele y “enganchada” al móvil. “A todos nos impacta ver algo así y que no se haya actuado a tiempo”, resume esta joven, que ha estado en contacto estas semanas con sus amigos de Valencia. “Por suerte a ellos no les ha afectado, pero a sus familiares sí. Han ido a Paiporta desde el primer día como voluntarios y me han dicho que han sido los vecinos, la gente joven la que ha dado la cara, que los primeros días no había nada de ayuda”, denuncia esta joven de Abanto Zierbena, que partió el viernes rumbo hacia la zona cero junto a su compañera Louise Huwart. “Hay personas que están trabajando y no pueden ir, pero todo el mundo aporta como puede. No pensaba que la gente se iba a mover tanto”, dice. Entre ellos, jóvenes que “han hecho la carrera en Valencia y han hecho amistades”.
Al principio esta bioquímica se planteó enviar material para los afectados, pero después decidió ir un paso más allá. “Ahora estoy en busca de empleo y no tengo una responsabilidad de tener que estar aquí. Así que dije: Pues compramos cosas y las llevamos”. Escobas, palas, petos de protección, botas, guantes, mascarillas, gel hidroalcohólico... A lo largo de la semana han ido llenando el coche hasta con comida para perros. Dado que en los refugios a los que han llamado “se esperaban muchos voluntarios”, se debatían entre alquilar “algo barato en Valencia centro para poder ir andando” a los municipios afectados o alojarse en Alzira y desplazarse desde allí a “pueblos como Algemesí, adonde, por lo que nos han contado, no ha llegado todavía mucha ayuda”.
“Desde luego que me ha afectado, a todos nos impacta ver algo así y que no se haya actuado a tiempo”
A Maddalen siempre le decían de pequeña que tenía que estudiar Educación social e irse de voluntariado. “La vida me ha llevado al mundo de la ciencia y, entre los cuatro años de carrera, la pandemia y que he estado fuera de Erasmus, no me ha dado tiempo, pero es algo que siempre he querido hacer. Ahora que puedo, voy a darlo todo en Valencia”, asegura.
A falta de un organismo que coordine a los voluntarios, consultará las aplicaciones a través de las cuales los afectados piden ayuda. “Escriben lo que necesitan y vas al momento. Los que están allí nos dicen que hace falta gente que distribuya los alimentos y la ropa, porque se están acumulando y debe ser un caos. Hay que llevarlos puerta por puerta”, cuenta. También sabe que hay autobuses destinados a los voluntarios en función de las tareas. “Hay unos de limpieza, de organizar lo almacenado en los pabellones, de dar comida...”, detalla, dispuesta a adaptarse “a lo que más se necesite cada día”.
A su regreso, traerá el maletero vacío y su corazón repleto de historias como las que ha visto en la tele o las redes. “He visto testimonios de señores que no tienen tanta movilidad. Uno había perdido a su mujer porque él pudo actuar rápido y ella no. También personas diciendo que les han dejado morir o niños que se han quedado sin nada y están repartiendo comida o jugando entre el barro”. Imágenes, dice, que evocan a otras de países en guerra.