Andrés Torres, que recibió ayer miércoles el Basque Culinary World Prize, tiene un currículum poco convencional. Corresponsal de guerra y fundador de la ONG Global Humanitaria, que trabaja en favor de la seguridad alimentaria en diez países y que ha hecho llegar comida a zonas asoladas por la guerra o las catástrofes naturales, Torres regenta en el Penedés el restaurante Casa Nova, una experiencia gastronómica que apuesta por la cocina sostenible.
Un jurado formado por chefs de renombre mundial ha elegido a Torres para ser merecedor de una distinción que, según recordó el director del Basque Culinary Center, Joxe Mari Aizega, es ya conocida a nivel internacional como “el Premio Nobel de la gastronomía”.
La consejera de Alimentación, Desarrollo Rural, Agricultura y Pesca del Gobierno vasco, Amaia Barredo, incidió en esta idea destacando que en el caso de Andrés Torres se ha reconocido la labor de “un cocinero excelente y una persona generosa con una impresionante calidad humana”.
Torres, que en todo momento se mostró muy agradecido por el galardón, cuyo premio en metálico (100.000 euros) destinará en parte a sufragar las iniciativas que impulsa, quiso también tener palabras de agradecimiento “a todas las personas que forman parte de Global Humanitaria”.
El chef catalán se mostró gratamente sorprendido de que la repercusión internacional del galardón haya hecho que “muchos chefs jóvenes de todo el mundo” hayan manifestado su interés por contribuir a la mejora de sus comunidades desde la gastronomía. “Decenas de jóvenes cocineros se han puesto en contacto conmigo y les he dado las directrices”, manifestó con satisfacción.
Tras dedicar toda la mañana a atender a los medios de comunicación, pese a reconocer ser “más de acción que de hablar”, por la tarde protagonizó el acto protocolario al que acudió el lehendakari, Imanol Pradales, y el presidente del jurado del premio, Joan Roca, entre otros invitados.
Con cerca de dos centenares de comedores escolares y otras iniciativas solidarias en activo, Torres asegura que entró “en el mundo de la cocina por casualidad”. “Me gusta comer, en los mejores sitios y en los peores, donde hay mucha comida y donde hay poca, en los países donde hay necesidad y en los ricos”, afirmó el cocinero, que decidió montar su propio restaurante con un objetivo: “Trabajar en la sostenibilidad de verdad, y trabajar la solidaridad”.
“Me gusta llamarme alimentador de almas, en el mundo occidental y en los países donde hay mucha necesidad”, abundó Torres, que hace pocas semanas volvió de Líbano, hasta donde se desplazó para llevar comida “a familias que llegaban del sur y se habían quedado sin nada”.
Pero poco permaneció en Catalunya. “Enseguida recibí una llamada de los militares del Gobierno jordano diciendo que tenían preparado un avión para que me subiera. Después de muchas gestiones logramos lanzar 30 toneladas de ayuda humanitaria en Gaza en paracaídas”.
El chef, que también ha trabajado sobre el terreno en Ucrania, aseguró que “la sensación de saber qué es la palabra hambre la tenemos las personas que estamos allí directamente”.
Seguir adelante
En su restaurante, que cuenta con solo cinco mesas, para que el trato sea personalizado”, se “habla de lo que está ocurriendo, porque quiero que el comensal se involucre, que piense qué puede hacer”. “Parte de la cocina que hago tiene que ver con las tradiciones de las comunidades con las que trabajo hace casi 30 años. Y tenemos mucho que aprender”, explicó Torres, que se mostró convencido de que “con la alimentación se puede cambiar el mundo”.
Con el importe del premio quiere seguir trabajando en comedores escolares, como el que se pondrá en marcha en Perú de la mano de la comunidades indígenas quechuas y aymaras. También está valorando destinar otra parte del premio a “emergencias”, en concreto a las familias con más necesidad en Líbano, a donde volverá en breve.
Porque la lucha de Global Humanitaria, destacó, es “contra las desigualdades” y se planeta desde tres frentes: la educación, la salud y la alimentación. “Estamos en lugares de difícil accesibilidad, en todos los sitios donde podemos”, abundó Torres en conversación con este periódico.
¿Con qué objetivo? “Para que las zonas sean sostenibles a medio y largo plazo y para que las comunidades trabajen para un futuro en el que las organizaciones podamos desaparecer de allí”.
A la hora de decidir a qué zonas llegar, se toma en cuenta lo que se denomina “necesidades sentidas, lo que sienten las comunidades que necesitan de nosotros sin romper sus costumbres, su forma de vivir y su cultura”. “Llegamos a los países e identificamos las zonas de difícil accesibilidad y en las que hay pobreza extrema. Allí conversamos con las comunidades e intentamos llegar a un acuerdo entre lo que necesitan y lo que podemos aportar”, puntualizó Torres.
Además, la comida puede ser, reconoció, un “arma de guerra”, ya que “el hambre es el arma más mortífera, más que cualquier misil o cualquier bomba”. De ahí que acudan a estos países con alimentos no perecederos para que las familias puedan alimentarse durante cierto tiempo.
En su casa del Penedés busca que los comensales “además de comer bien se sensibilicen”. “Es un restaurante donde trabajamos la sostenibilidad al 100%. Tenemos una huerta grande, nuestras gallinas nos dan los huevos, los platos los hacemos nosotros con barro, tenemos deshidratadores en los que aplicamos el secado con el sol, etc.”, ilustró el chef nacido en Barcelona.
“Muchas de estas cosas y de las recetas las aprendemos de las comunidades indígenas con las que trabajamos y de las que tenemos mucho que aprender”, afirmó a continuación.
Para llevar a cabo todos los proyectos en marcha y todos los que tiene en cartera, Torres cuenta “con un gran equipo”, que le “acompaña y arropa” desde hace años y “que entiende lo que pasa y sabe lo que ocurre”.
Emoción y felicidad
Tras años de trabajo, el premio, que le fue comunicado por Joan Roca, lo recibió con “gran emoción y felicidad”. “Además, me parece muy importante que las instituciones, en este caso el Gobierno vasco, apoye reconocimientos como este que me permite seguir con todas las iniciativas que tenemos en marcha”, insistió.
Y es que, señala Torres, “hay tiempo para todo”, para trabajar en Casa Nova y muy lejos, siempre “con la ilusión intacta” para seguir “cubriendo las necesidades de alimentación en zonas en conflicto, reforzar los proyectos de comedores sociales y la parte educativa. Porque los niños son el futuro. Si ni comen ni estudian, poco va a haber de futuro”.
De momento, toca seguir en la brecha ya que este chef calcula que “todavía quedan muchos años para que las zonas donde trabajamos sean autosostenibles”.
Y mientras, puede comprobar con satisfacción que “muchos de los niños a los que hemos ayudado trabajan hoy en día en la organización y se han quedado con ese concepto de que antes me ayudasteis, ahora me toca ayudar”.