¿La pandemia ha vuelto a la gente más solidaria?

—La pandemia ha hecho calar una serie de valores más solidarios. Y a diferencia de la anterior crisis, la población no identifica la actual con la inmigración. La anterior estaba relacionada con la falta de empleo, la austeridad, y la gente decía; primero los de aquí y luego los extranjeros.

No todos los colectivos son vistos con los mismos ojos.

—Hay un menor grado de simpatía sobre todo hacia los colectivos pakistaní, rumano y magrebí. También hay mayor desconfianza hacia el Islam, por ejemplo.

Pero la aceptación ha subido diez puntos de 2007 a 2021.

—La aceptación de la inmigración está muy condicionada a la situación económica. Cuando la economía y el empleo van bien, la gente ve bien la inmigración y cuando llegan mal dadas, la tolerancia se resiente. Además, la inmigración lleva veinte años entre nosotros y poco a poco se acepta que vivimos en una sociedad diversa y multicultural.

Igual somos un pelín hipócritas, decimos que les aceptamos, pero les relegamos a los extrarradios.

—Está claro que las mayores concentraciones de gente inmigrante se dan en los barrios más desfavorecidos porque viven en las zonas más económicas. Sin embargo, el modelo de convivencia de la sociedad vasca que denota el barómetro es que estamos dispuestos a hacer un esfuerzo para integrarnos y para que esa integración sea bidireccional, aunque siempre les pedimos a ellos más esfuerzo.

¿Se ve con buenos ojos las indumentarias tradicionales?

—Hay dos vestimentas que la población vasca no acepta, el burka y el hiyab porque se considera que van contra nuestros valores. Pero cuando preguntas por el velo o la chilaba, a la gente, le parece adecuado.