ENÍAMOS que tener un ojo en las familias y el otro, en el volcán. Cuando de repente se callaba, decías: Uf, a ver qué pasa ahora... y explosionaba o salía una lava enorme, brotaba otra vez”. Alain Bravo y Felipe Murillo, dos de los voluntarios de Cruz Roja que se han desplazado a La Palma para ayudar a los afectados, regresaron a Euskadi agotados tras una semana de trabajo intenso en todos los sentidos. “Era una incertidumbre. Estabas totalmente atento a la radio de comunicación por si el viento cambiaba y traía los gases. Generaba más estrés que una emergencia normal”, reconoce Alain, que notó “la bajada de adrenalina” la última jornada, cuando ya preparaban las maletas para la vuelta. “Hasta ese día lo dimos todo, pero en cuanto la mente y el cuerpo se relajaron, nos vino todo el cansancio encima”.

Alain Bravo

Elorrio, 40 años

“El estruendo es terrible y la gente tiene miedo”

Animado por su pareja, que también “forma parte de la emergencia”, Alain Bravo, que ya había bregado con ciclogénesis explosivas, inundaciones, nevadas y rescates en montaña, ha añadido a su historial de intervencionesla erupción de un volcán. “Es devastador, impresionante. Para ellos no es sencillo porque oyen un ruido estremecedor todos los días. Aunque estés en una zona segura, el estruendo es terrible y la gente tiene miedo de lo que pueda pasar”, explica este vecino de Elorrio, responsable del equipo de búsqueda y salvamento en medio terrestre de Cruz Roja Bizkaia.

El volcán no da tregua y ni los más optimistas bajan la guardia. “El problema es su evolución, que va afectando a diferentes poblaciones. Cuando brotó la primera manga en dirección al mar los de La Laguna no sospechaban que pudiera afectarles y ya ha llegado al centro del barrio. Al final de nuestra estancia ya les empezaron a desalojar. Fue como volver a empezar, pero en otra zona”, cuenta este voluntario, sorprendido por lo “solidarios” que son los palmeños. “Me llamó mucho la atención cómo, habiéndose quedado sin nada, colaboraban entre ellos. Podían estar llorando la pérdida de su casa y, sin embargo, estaban ayudando a su vecino”, les ensalza.

Si las coladas amenazaban con engullir un nuevo núcleo de forma inminente, los voluntarios ayudaban a las familias a recoger sus enseres. En las zonas supuestamente seguras, “donde la lava se ha parado”, hacían “labores de mantenimiento, sobre todo, quitar cantidades de ceniza de los tejados y azoteas para evitar que colapsaran. También les hemos acompañado a recoger plantaciones, regar, dar de comer a los animales...”, enumera Alain.

Sea cual fuere su labor, tenían claro que no podían “ser una traba” porque el tiempo del que disponen las personas para hacer el atillo es limitado y no es cuestión de estorbar. “No les hemos dificultado en nada. Muchas veces llegaban al hogar y se bloqueaban. Nosotros les orientábamos sobre qué deberían recoger, como mínimo, en una primera instancia”, señala este voluntario. La lista de sugerencias incluía “la documentación, los recuerdos importantes en papel, el tema médico, cosas de valor material portables, ropa de primera necesidad, mantas... Cambiaba mucho si era una segunda vivienda o la principal, el tema de dejar o no los muebles... Analizabas a la familia. Si tenían un bebé, coger sus cosas. Si había una persona mayor, la medicación”, comenta.

Hacer la operación con cronómetro no tenía otra explicación que la de “ser más solidario y poder ayudar a otras familias”. Pero había segundas oportunidades. E incluso terceras. “A no ser que la colada le fuera a alcanzar inminentemente, al día siguiente podían volver a recoger más cosas. En la zonas donde la lava está más fría la gente suele ir a regar o a ver cómo está el tejado”, detalla.

Una vez realizados los acompañamientos, los afectados les daban las gracias, aunque no supieran muy bien a quién se dirigían. “Como íbamos con el casco, las gafas y la mascarilla, no se nos identificaba y para nosotros es una ventaja. Muchas personas decían: Cuando vuelvas por aquí tienes una semana pagada porque igual eran alojamientos hoteleros u hostales y yo les decía que no. Nosotros si volvemos allí, será para dejar dinero como un turista más. No necesitamos nada a cambio”.

Tras mes y medio de erupción y subiendo, el mensaje que se le transmite a la población es más realista que alentador. “No hay un periodo establecido de cuándo va a finalizar. Entonces, lo que los organismos de emergencia y públicos les están indicando es que hay que convivir con ello. No hay más truco”, reconoce. Algo “muy difícil si vives cerca porque no deja de sonar y no pueden descansar ni a las noches”.

De vuelta a casa, Alain consiguió reponer fuerzas manteniéndose unos días al margen. “Evité leer noticias para desconectar un poco del volcán, estar con mi familia y volver a las rutinas diarias”, afirma y destaca, antes de despedirse, que su compañero y él son tan solo dos de los muchos voluntarios de Cruz Roja que están trabajando en el operativo desplegado en La Palma.

Felipe Murillo

Colombia, 25 años

“Es como un sueño ver cómo ilumina el cielo”

A sus 25 años, el socorrista Felipe Murillo ha vivido una experiencia “única e indescriptible” a los pies del volcán, al que ha sacado un montón de fotografías y vídeos. “De día no impresiona tanto, pero de noche apenas hay barrios con luces y llama mucho la atención. Es como un sueño ver cómo ilumina el cielo”, dice este colombiano, vecino de Bilbao, que se ha formado en deporte de montaña y escalada, emergencias y protección civil.

Pese a que “el volcán tiene una actividad muy peligrosa”, Felipe no ha sentido miedo durante su intervención. “Estaba en una zona en la que si el volcán quería, acababa con todo, pero bajo un protocolo y con unas personas al mando que, a la mínima inseguridad que hubiese, nos iban a sacar de allí. El riesgo estaba, pero muy controlado. Nosotros estábamos constantemente comunicados y no perdíamos ojo ni oído a la actividad del volcán”, explica.

De hecho, el primer recuerdo que tiene de aquel gigante curiosamente es sonoro. “Llevaba diez minutos en una fachada paleando, sacando ceniza, y el volcán se silenció. Dos o tres segundos después hizo ruido con mucha más fuerza. Ese sonido se va manteniendo luego como si fuesen las olas del mar y lo que impacta es que cese. Cuando se calla es cuando te giras para ver qué intenciones tiene”, relata.

Felipe, que también intervino en las inundaciones de Lorca, asegura que en este tipo de emergencias “no se necesita solo gente que trabaje y que ayude muy bien, sino que sepa dónde está y que controle los riesgos que puede conllevar la situación, así como las vías de evacuación”. La preparación psicológica, apunta, también es fundamental para ser útil en estas catástrofes. “Ahí hace falta gente que esté muy bien de cabeza y que pueda descansar bien. Hay que aprovechar las horas de sueño porque al día siguiente toca seguir ayudando ocho o nueve horas y no puedes andar dándole vueltas a cosas innecesarias”, señala. Por suerte, ellos se alojaron “cerca de Santa Cruz de La Palma, lejos del volcán”, y pudieron dormir sin ruido de fondo.

En los acompañamientos a las familias, recuerda, había de todo. “Algunos no querían que les ayudásemos porque solo iban a recoger unos papeles y tratábamos de apartarnos. Si está un poco nervioso, no nos vamos a meter en su casa simplemente a verle dar vueltas. Había gente que se había llevado todos los muebles y solo le quedaban cuatro cajas y otros que no querían coger ni la tele, gente más positiva que pensaba que su casa no iba a sufrir daños”, cuenta.

Tras destacar la atención sanitaria que Cruz Roja puede prestar en las zonas inaccesibles para las ambulancias, “donde hay gente trabajando sobre tejados muy inestables y si les dejas, se pasan cuatro horas a 30 grados”, Felipe dice que no descarta regresar. “En el viaje de vuelta los dos teníamos ganas de descansar, pero seguimos teniendo noticias de La Palma y ahora ya tenemos ganas de volver para seguir colaborando con nuestros compañeros”.

2.600 personas. Desde que comenzara la erupción del volcán en La Palma, Cruz Roja ha atendido a más de 2.600 personas afectadas por la catástrofe.

Ayudas económicas. La organización ha repartido 820 ayudas, de las cuales 331 son económicas y 489, entregas de productos de primera necesidad.

Tarjetas monedero. Cruz Roja ha repartido tarjetas de compra para consumir en supermercados, tarjetas monedero para necesidades específicas, vales para material escolar y ayudas para el alquiler de viviendas.

Alimentación e higiene. Asimismo está entregando productos de higiene, limpieza, ropa y enseres para el hogar, incluidos, entre otros, electrodomésticos.

Cruz Roja Juventud ha habilitado para los menores y jóvenes de las zonas afectadas un espacio con actividades de ocio, que se complementan con excursiones, cine o salidas programadas.

La entidad mantiene sus equipos de atención psicosocial en el hotel donde se encuentran las personas evacuadas, habiendo realizado más de 435 atenciones. Además, ha puesto en marcha un teléfono de apoyo psicológico.

Además del centro logístico habilitado para almacenar las donaciones y productos adquiridos, prevén acondicionar un espacio para guardar enseres y mobiliario de las personas damnificadas.

3, 3

Cruz Roja ya está repartiendo los más de 3.350.000 euros, donados por particulares, entidades y empresas, entre las personas damnificadas por el volcán, prestando especial atención a aquellos núcleos familiares entre los que se encuentran menores, personas mayores o dependientes.

“Podían estar llorando la pérdida de su casa y, sin embargo, estaban ayudando a su vecino”

Voluntario de Cruz Roja

“Cuando el volcán se calla es cuando te giras para ver qué intenciones tiene”

Voluntario de Cruz Roja

“Muchas veces llegaban al hogar y se bloqueaban y les orientábamos sobre qué deberían recoger”

Voluntario de Cruz Roja

“No se necesita gente que trabaje muy bien, sino que sepa dónde está y controle los riesgos”

Voluntario de Cruz Roja