Mungos mungo

Esa ajustada sincronía parece eliminar las claves de la maternidad, los elementos que permiten identificar a las crías propias. Durante el primer mes de vida de las recién nacidas, las madres amamantan a unas y otras con independencia de si son suyas o no; es más, las crías maman de diferentes madres. Ahora bien, en las raras ocasiones en que sí hay claves de maternidad, como cuando no se sincroniza la reproducción de todo el grupo de madres, o cuando a las de más edad se les suministran anticonceptivos, unas hembras matan a las crías de las otras en vez de cuidar de ellas. Esto sugiere que esas claves no existen en las camadas comunales sincrónicas propias de condiciones normales.

Transcurrido el periodo en que las crías son amamantadas, salen de la hura y se asocian de forma biunívoca con adultos, sus escoltas, que pueden ser cualquier macho o hembra del grupo, con independencia del grado de parentesco que haya entre ellos. Cada escolta se ocupa de su cachorro, lo alimenta y protege hasta que, con unos noventa días de edad, es capaz de mantenerse por sí mismo. Tanto los escoltas como las crías contribuyen a mantener el vínculo entre ambos. El escolta reconoce de forma individual y responde preferentemente a las llamadas del cachorro al que cuida, y lo busca activamente si se separa o se pierde. Lo alimenta casi de manera exclusiva; el cachorro recibe casi todo el alimento de su escolta y le pide comida de forma continua.

Salvo en los insectos sociales, en las especies en que hay cuidado parental, los progenitores cuidan de sus propios descendientes. De esa manera son ellos y, con ellos, sus propios genes, los que tienen mayor probabilidad de perpetuar su linaje. En Mungos mungo no ocurre tal cosa.

En un experimento reciente con mangostas rayadas en que se suministró mas alimento a un grupo de madres que a otras, se observó que las que contaban con más recursos alimentaban preferentemente a las crías de menor tamaño. Crecían de esa forma más que las otras y acababan teniendo todas similar peso. Así pues, en esta especie las madres invierten los recursos para la crianza de manera que minimizan el riesgo de que su propia progenie se encuentre en posición de desventaja, en vez de hacerlo de manera que la privilegien. Y es la ignorancia acerca de la relación de parentesco la que permite que se produzca la redistribución de recursos que reduce las posibles desigualdades.

Hasta ahora, solo en nuestra especie sabíamos de la disposición a pagar un precio por atenuar desigualdades, aunque tales desigualdades pudieran favorecer a los individuos que lo pagan. Se favorece así la cooperación, porque cuando hay incertidumbre con respecto al retorno esperable del desempeño de diferentes roles sociales, el compartir de forma igualitaria los recursos asegura a quienes interaccionan frente al riesgo de encontrarse en posición de desventaja. Las mangostas se comportan de acuerdo con la lógica del velo de la ignorancia de John Rawls: al ignorar quiénes son sus crías, el trato que les dan tiende a eliminar las desigualdades entre ellas.