OMOS una sociedad de poteo, pintxo-pote, tertulias en la barra de un bar... que de la noche a la mañana hemos tenido que cambiar hábitos por fuerza mayor: la salud de toda la sociedad. Pero, en este recogimiento colectivo, unos se han sentido más agraviados que otros por el virus y sus consecuencias y, a los hosteleros les ha tocado llevarse la peor parte. Se sienten el problema cuando antes eran el motor de la sociedad. Han pasado de acoger las celebraciones de amigos y presenciar los abrazos y encuentros a luchar con la distancia social. En estos diez meses de pandemia los hosteleros han demostrado que su actividad es esencial en nuestra sociedad, pero aún así languidecen poco a poco. Las ayudas del Gobierno vasco así como de los ayuntamientos no son suficientes para remendar un agujero que la pandemia cada día hace mayor. Con ingenio, han sabido vender magdalenas con cafés de regalo y han acomodado mesitas a las barras. Pusieron de moda el café para llevar y se han reinventado con todo tipo de variantes del negocio, buscando que las persianas de sus bares, restaurantes y cafeterías no cierren de manera definitiva. El músculo que demostraron en esos primeros meses también adelgaza a medida que avanza el año y se complica su situación, con lo que los ánimos también decaen. En este maremágnum de incertidumbre se han ganado la empatía de la sociedad que les reclama y les echa de menos. Por ello, han cosechado gestos de cariño entre clientes que les dan un soplo de respiro en esta encrucijada. Hoy, que los hosteleros tendrían sus cámaras llenas para celebrar la noche más larga y brindar por 2021, cuatro profesionales de Bilbao trasladan cómo ha sido su travesía por la pandemia. Susana, del Bar Lasa en la calle Diputación, se siente cabreada; Boni, del Café Lago en el Casco Viejo, mira el futuro con tristeza; Enrique Thate, del Ein Prosit en el Ensanche, espera un poco más de flexibilidad el próximo año, y Mónica, de El Globo en la calle Diputación, espera salir adelante después de haber tirado de sus ahorros para afrontar estos meses.

Susana (Lasa)

"No somos solo ocio, también relaciones"

"Este ha sido un año duro como persona y sociedad. Nadie nos lo esperábamos", Susana está enfadada con la situación y no lo disimula. Motivos le sobran. "Nos sentimos cabreados, perseguidos. Entendemos la emergencia sanitaria e intentamos cumplir con todas las medidas, pero el compromiso con nosotros no es recíproco". Se queja de los "mil papeles" que le piden para solicitar las ayudas y confiesa que "de momento lo único que hemos hecho es pedir préstamos". De sus quince empleados solo dos están a jornada completa y aún no se han incorporando todos tras el primer confinamiento. Susana reivindica el papel que siempre ha cumplido la hostelería. Sinónimo de ocio y de diversión pero también de relaciones sociales. "Hay gente que viene de viaje y en estos momentos ni siquiera tiene ni dónde comer o ni siquiera puede usar un servicio. Para muchos somos esenciales". Por eso, reclama que les dejen trabajar y que se respeten las normas también en los bares. "Aceptamos las normas del médico, del profesor... pero a la gente en hostelería le cuesta cumplirlas porque ahora además estamos muy alterados". Susana también pone el punto positivo de este año en los detalles bonitos de los clientes. "El día de Navidad una clienta me mando un audio de WhatsApp dándome las gracias por haberse sentido tan bien acogida durante este tiempo". O esas personas que acostumbradas a ir a comer al Lasa todos los días han seguido frecuentando el bar y se han llevado la comida a sus casas cuando no se podía consumir porque el local estaba cerrado. El año que empieza no sabe cómo va a ser. Para empezar, el Lasa abrirá el día de Reyes, algo que no suele hacer habitualmente los festivos, pero que en esta ocasión será excepcional. Susana solo espera que 2021 "nos dejen trabajar un poco más".

Enrique Thate (Ein Prosit)

"El confinamiento nos mata"

"El año apuntaba muy bien para la hostelería. Pensábamos en la Eurocopa, una posible final del Athletic ,y además había un repunte de negocio". Enrique Thate inició 2020 con positividad, pero la realidad se impuso y apenas tres meses después de las campanadas llegó la pandemia y con ello sus consecuencias. "El confinamiento mata a la hostelería", se lamenta. Y con la tasca cerrada relata que "hemos tenido que seguir pagando el IVA, los alquileres, los impuestos... Y quita y no pon, se acaba el montón". Todo esto sin que llegarán las anunciadas ayudas, pero "sí en cambio los créditos que, aun a bajo interés, hay que hacer frente también al pago". Thate dice que así pasaron los primeros meses del año, "hasta que con la primavera empezamos a ver un poco la luz y nos animamos para el verano". La gente tiene tanta ganas de salir como los hosteleros de trabajar y eso hizo que en los meses estivales aún con las restricciones pudieran defenderse. "Pero llegó septiembre y volvió otro confinamiento, otra vez reducción de aforo y otra vez el problema". Solo que ahora llovía sobre mojado con lo que llevar la situación se antojó mucho más complicada. "Si por lo menos hubiéramos podido servir cenas de 20.00 a 22.00 horas, habríamos equilibrado algo la balanza, pero en estas circunstancias es muy complicado asomar la cabeza". Además, discrepa sobre los contagios porque "muchos no son de la hostelería". En esta tesitura, el bar alemán por excelencia de Bilbao tuvo que reinventarse, quién se lo hubiera dicho a su abuelo el fundador, y Enrique Thate ha dado más cafés que cervezas y más tortillas que salchichas. "Tampoco hay mucha costumbre de consumir en casa, pero al menos nos ha permitido tener abierto el establecimiento y no dejar que se muera". La clientela vuelve a ser el punto positivo de este desierto que sufren los hosteleros. "Lo han entendido perfectamente". Enrique Thate como sus compañeros de barra afronta 2021 con incertidumbre. "Al final todos tendremos que hacer cuentas y ver si podemos seguir o bajar la persiana".

Mónica (El Globo)

"Estamos soportando algo insólito"

Afronta el año "muy duramente". Para Mónica, de El Globo, ser optimista es abrir la persiana porque "estamos soportando algo insólito. La gente no sabe valorar la situación por la que estamos pasando, sobre todo los que tenemos los locales alquilados. Estamos pagando un montón de dinero como si no hubiera pasado nada y mientras tanto la ley no acaba de salir. Pagas dobles, IVA... como si no pasara nada", se queja Mónica. Ella y su marido han tratado de proteger los puestos de trabajo de sus 17 empleados. Pero, "la economía tiene un límite". Lo dice porque en su caso, como en el de otros tantos hosteleros, "nos estamos gastando el colchón que teníamos". Y "en cuanto se acabe el colchón de los 23 años de trabajo, se acabó", dice con pesar. No solo Mónica, nadie ve la luz a esta situación y admite que "no me gustaría estar en el papel de los que toman decisiones". Pero, sí apela a que les den más apoyos. "Nos quedaríamos en nuestras casas porque el tema de la salud es muy importante, pero si hicieran como en Alemania que compensan a los hosteleros sus gastos". Y luego pasa, como en botica, que hay quien respeta y quien se comporta sin tener en cuenta la situación. Y Mónica relata el incidente vivido una mañana reciente con dos chicas que después de llevar media mañana con un café, cuando se iban a ir pretendían pasar la mesa a dos amigas que acababan de llegar, sin comprender que había cola de gente para comer. "Y nos cansamos de decir que no se puede fumar en la terraza, pero hay gente que está esperando a que se vaya el camarero o camarera para fumar". Así es muy difícil trabajar explica. El Globo tiene trece trabajadores para seis mesitas porque limpiar, desinfectar, adecuar a la gente... necesita personal. Con esta situación Mónica solo ve el día a día. "Esto es peor que ir a Las Vegas y jugártelo todo. Solo espero para 2021 que podamos salir adelante".

Boni (Café Lago)

"Hemos pasado de motor social a problema"

"Ha sido un martirio día y noche. Buscamos trabajar. Nuestra profesión es de sacrificio". Boni resume los últimos meses de la siguiente manera: "Estamos mucho con la sociedad y nos hemos sentido parte de los buenos momentos, celebraciones, de los abrazos, palmadas en la espalda... Eso se ha convertido después en sentirnos el problema". Así lo siente: de motor de la sociedad a problema. Por eso no oculta la tristeza que a él como al resto de sus compañeros le produce todo esto. Y eso que aún es capaz de rescatar de esta situación de pandemia los momentos emocionantes que ha podido presenciar. "Los reencuentros con los clientes y los empleados han sido muy emotivos. Todos hemos echado alguna lagrimilla". Porque Boni dice que "hasta el Capitán Trueno hubiera llorado".

Aunque reivindica la necesidad de recuperar "ese papel de generadores de alegría" de momento no puede evitar ver el futuro con tristeza porque la situación económica es muy dura. "Hemos gastado lo que teníamos, hemos aplazado pagos y debemos dinero a todo el mundo, incluidos los proveedores. "No hay ingresos que soporten esta situación durante tanto tiempo". Porque al fin y al cabo, el de Boni como el del resto es un negocio de puertas abiertas.