¿Empujará la pandemia a más personas a quitarse la vida? ¿Se han trasladado las agresiones sexuales de la calle al domicilio? ¿Con la salud y el bolsillo amenazados somos una bomba de relojería? César San Juan, profesor de Psicología Criminal de la UPV/EHU, despeja estas dudas y aprovecha para "denunciar la invisibilidad del maltrato infantil y el perpetrado contra las personas mayores".

Ahora que hasta los optimistas ven el panorama negro, ¿le consta que esté habiendo más suicidios?

—En este momento no es posible saber si la pandemia ha provocado un aumento en el número de suicidios. Todas las muertes que no tienen una evidente causa natural deben ser analizadas por los institutos de medicina legal, lo que conlleva una serie de trámites administrativos que provoca la demora en la publicación de estadísticas oficiales. De todas formas, es evidente que han aumentado algunos factores de riesgo de suicidio, como son el estrés económico o el aislamiento social, así que es probable que, efectivamente, aumenten los casos.

¿Ha variado el 'modus operandi' debido al confinamiento?

—Aún no lo sabemos. La mayor parte de los suicidios se producen de forma violenta: ahorcamientos, tirarse desde un lugar alto, por arma de fuego, arrojarse delante de un vehículo, etc. Estas formas son, globalmente, más frecuentes que, por ejemplo, el envenenamiento. No creo que el confinamiento provoque cambios significativos en estas maneras de acabar con tu propia vida.

La muerte de un ser querido en soledad, el cierre de un negocio€ ¿Pueden ser el empujón al vacío de personas que, en principio, parecen emocionalmente estables?

—Es evidente que sí. Pero hay que advertir que, en muchas ocasiones, las personas suicidas no han ofrecido señales de sus intenciones, ni tan siquiera a las personas más próximas de su entorno. Puede existir un trastorno psicológico que no necesariamente ha sido diagnosticado anclado en la esfera más íntima del sujeto o, por ejemplo, en el caso de los jóvenes, situaciones insoportables de acoso que, como estamos viendo, tiene en ocasiones consecuencias fatales.

Si uno siente que ya no tiene nada que perder, ¿es más probable que vea en el suicidio su única salida?

—A veces no es tanto percibir que no se tiene nada que perder, cuanto llegar a la conclusión de que los demás no ganan nada con tu existencia.

¿Es la pandemia un caldo de cultivo para las agresiones?

—La pandemia como tal no tiene por qué serlo. Son las situaciones de confinamiento en hogares previamente vulnerables, con pocos metros de habitabilidad, con problemas de consumo de alcohol u otros tóxicos, situación económica precaria, etc., donde pueden haber aumentado durante el confinamiento los episodios de violencia intrafamiliar.

Durante el confinamiento y, dada la ausencia de fiestas, ¿han disminuido las denuncias de agresiones sexuales en Euskadi? ¿Se han trasladado estas a los domicilios?

—No creo que haya habido una mera traslación del escenario por parte de los mismos agresores potenciales. Durante el confinamiento han descendido todos los delitos que se producen habitualmente en el espacio público, como las agresiones sexuales. Pero hay que tener en cuenta que antes, durante y después del confinamiento una proporción importante de este tipo de agresiones se producen en el domicilio de la víctima o en el del agresor. O en el mismo domicilio, si son convivientes. Y sí sabemos que es realmente alta la cifra oculta de agresiones sexuales en aquellos casos en que son perpetradas por un conocido de la víctima.

¿Han sufrido los menores más abusos sexuales durante la pandemia dado su aislamiento?

—Lamentablemente puede haber ocurrido así. No necesariamente abusos sexuales, sino situaciones de maltrato en general en un contexto de violencia intrafamiliar. Y lo mismo debemos intuir en el caso de personas ancianas. Hay un problema enorme de invisibilidad en lo que concierne a la violencia ejercida contra los menores y las personas mayores en los hogares. Sabemos que las peticiones de ayuda por violencia de género se dispararon durante el estado de alarma. Y es, sin duda, un problema que es urgente abordar, pero poco o nada se sabe de la suerte que han corrido los menores y los ancianos, sin apenas canales para demandar ayuda.

¿Cómo se podrían detectar estos casos de menores ahora que ya han regresado a las aulas?

—Un menor puede estar expuesto a situaciones de riesgo, incluso peligrosas, en el ámbito escolar como consecuencia del bullying. Pero también sus propios hogares pueden llegar a resultar un infierno. La presencia en los centros escolares de criminólogos especializados en la detección de este tipo de episodios puede ser un recurso interesante. Pensemos por un momento cómo murió la niña Naiara, el caso juzgado en la Audiencia de Huesca. Su asesinó la obligó a estudiar de rodillas sobre grava, le aplicó descargas eléctricas por todo el cuerpo, la ató de pies y manos por la espalda, le golpeó con el cinturón en la espalda y en las plantas de los pies, y le dio puñetazos y patadas con botas con puntera de acero. ¿Nadie vio nada raro con anterioridad?

¿Pueden las mascarillas dificultar, al ocultar la expresión facial, la detección de las víctimas?

—No lo había pensado, pero afortunadamente disponemos de más indicadores que la expresión facial para detectar situaciones de maltrato.

¿Ha disparado la pandemia la agresividad de los agresores? ¿Tiene constancia de delitos con mayor nivel de violencia o ensañamiento?

—Quizás se haya producido, pero no me consta ningún caso caracterizado por el ensañamiento, al menos, en el País Vasco. Todos tenemos un umbral a partir del cual podemos perder los estribos. Afortunadamente, la mayor parte de las personas, incluso la mayoría de los hombres, tenemos recursos suficientes para gestionar situaciones de estrés sin llegar a comportarnos de forma violenta. No obstante, si convergen situaciones especialmente complicadas de estrés, o incluso límite, en personas con menos recursos para gestionarlas, pueden explotar.

¿Ha detectado algún otro hecho destacable achacable a la pandemia?

—Podemos decir que se constata un descenso de los delitos cometidos en el espacio público y un aumento de los delitos informáticos y contextos digitales en general, además de aquellos perpetrados en la esfera familiar.

Con la salud y el bolsillo amenazados, en un escenario tan estresante y surrealista como el actual, ¿cualquiera podría convertirse en una 'bomba de relojería' como el protagonista de 'Un día de furia'?

—Lo más llamativo de la película Un día de furia no es la explosión depredadora del protagonista cuando le sobreviene un brote psicótico en pleno atasco. Lo inquietante es que se trata de un individuo que sale todas las mañanas supuestamente a trabajar, con su maletín vacío y los bolis en el bolsillo para dirigirse a ninguna parte. Todos necesitamos que el mundo sea previsible y esta pandemia nos ha enseñado lo difícil que se ha vuelto afrontar la incertidumbre.

"El asesino de Naiara le aplicó descargas, la ató, golpeó, le dio puñetazos y patadas. ¿Nadie vio nada raro antes?"