El sacerdote y exvicario general de Bilbao Ángel María Unzueta falleció ayer en Bilbao a los 67 años de edad. El funeral por el teólogo vizcaino se oficiará el lunes a las 17.00 horas en Durango.

Unzueta, una persona muy querida y respetada dentro y fuera de la Iglesia vizcaina, fue hallado muerto en la casa cural de Begoña, donde residía.

Natural de Durango, donde nació el 4 de diciembre de 1952, fue ordenado sacerdote en 1979. El presbítero vizcaino era licenciado en Historia y Geografía y Teología por la Universidad de Deusto. También realizó estudios eclesiásticos en la Universidad Gregoriana de Roma. Según la Enciclopedia Auñamendi, tras su ordenación se doctoró en Teología en la Facultad de Teología Católica de la Universidad de Ruhir, en Bochum (Alemania, 1993).

En la diócesis vizcaina ha sido coadjutor de la parroquia de Ermua, delegado de Pastoral Vocacional , formador del Seminario, Vicario Episcopal Territorial de la Zona Uribe-Costa. Ya en 2006 fue designado vicario general de Bizkaia, donde dejó una gran impronta por su gestión pastoral y especialmente por su personalidad humanista, abierta y dialogante.

Euskaldun y euskaltzale, Unzueta era colaborador del Instituto Diocesano de Teología y Pastoral y autor, en colaboración con Mikel Zarate, Ander Manterola y Jesús María Agirre, de Euskal deklinabidea, Hariketak (Bilbao, 1980).

Además de su labor pastoral y teológica, Ángel María Unzueta destacó también en su labor como vicario por sus mensajes claros y contundentes ante la violencia de ETA, en respecto a la que mantuvo siempre una posición de condena rotunda y de apoyo a las víctimas.

Tras dedicar toda su vida a la Iglesia -ingresó en el seminario con solo once años-, Unzueta estaba especialmente esperanzado con el mensaje del papa Francisco, cuyo pontificado responde a gran parte de sus inquietudes, tanto respecto a la dimensión social del Evangelio como su especial atención a los pobres, una de sus grandes preocupaciones.

En una de sus últimas entrevistas consideró que el Papa Francisco y su mensaje renovador dentro de la Iglesia católica era "como aire fresco después del bochorno".