—Padre -te pregunté- si Jesús era tan guapo, ¿cómo podía pasar desapercibido por algunos judíos de Israel?

—¿Por qué dices que era guapo?

—No puedo imaginarlo feo.

—Pues hay quien cuenta que€

Y no seguiste, para no desilusionarme o que entrara alguna duda en mi simpleza. Me hablaste de la otra belleza que conquistaba a quienes le miraban a los ojos.

Desde aquella tarde otoñal nos escribimos con frecuencia. Me hablabas de excavaciones, de tus libros, y yo te contaba mi tiempo de universidad, mi noviazgo y mi boda, dónde te tuve tan cerca. Volviste a estar cerca en las bodas de mis hermanos y, de nuevo, en las de mis hijos. Casaste a mi hija Miriam en la Universidad de Deusto. La conocías desde que nació. Es imposible separar mi familia de ti porque siempre hemos estados muy unidos. En la alegría y en la tristeza te hemos tenido a nuestro lado; especialmente en las partidas al más allá de José Mari, mis padres y mis dos hermanos.

Ahora, en este ahora luminoso de tus cien años, sigo viéndote con tus ojos sagaces que ríen solos, sin necesidad que los labios se muevan.

Me imagino que la Universidad esté hoy medio loca, todo le parecerá poco para agasajarte. Eres un símbolo de Deusto. Cuando los Scheifler erais un brillante de sotanas negras que prestigiaba de sabiduría la orden, se decía que, entre todos los hermanos, os llevabais la compañía de Jesús.

Él sigue contigo iniciando juntos el camino de un siglo.

Para mí, Jesús sigue siendo como lo imaginaba y, quizás, tenga, igual que tú, la sonrisa en la mirada.

Felicidades, Padre.