La residencia Andra Mari, de Getxo, es un auténtico oasis en este tsunami que azota a las residencias de mayores. Un geriátrico con 66 usuarios que mantiene el coronavirus a raya. Sus auxiliares y cuidadoras, más de una treintena, son esas heroínas sin capa, de las que tan pocas veces se habla. "Cuando se cita a los héroes del covid-19 salen los sanitarios, que lo son, sin duda alguna. Salen los bomberos, lógicamente también, las cajeras, por supuesto, los transportistas... y ¿dónde están las compañeras, las auxiliares, las gerocultoras que trabajan con un nerviosismo y un estrés impresionante?", se pregunta Gorka Yáñez, director de Andra Mari. "Porque desde el día 14 de marzo que cerramos la residencia a las visitas, los únicos que podemos meter el virus dentro somos nosotros. Produce mucho respeto y mucho desasosiego que tú puedas ser responsable de contagiar a todo el mundo. ¿Dónde está ese aplauso al trabajo que ellas están haciendo? Y no solo porque se puedan contagiar, que es un riesgo real, sino por la carga emocional que llevan encima", las defiende Yáñez con uñas y dientes.

Él alude a estas mujeres, en su mayoría, que sufren como nadie por no poder abrazar y tener contacto físico con sus abuelitos, una distancia social que les rompe el alma. De hecho, a Marisol García -doce años de servicio en este centro- cada día la suya se le rompe un poquito cuando llega a la resi y tiene que evitar a algunos de sus chicos y chicas, que estaban acostumbrados a recibirla con un abrazo. Pero ahora es el peor momento para los mimos. "Se lo tienes que decir todo con palabras, con la sonrisa, haciéndoles bromas. Ven aquí, te dicen. Anda ya, con el catarrazo que tengo, si te lo voy a pegar. ¿Cómo le voy a decir que no le puedo besar? Porque hay algunos que no lo entienden y te lo siguen pidiendo igual". "Con los guantes, sí, claro. Al final les estoy tocando porque les tengo que cambiar, ¿cómo no les voy a hacer unos cariños? Pero es triste porque ellos demandan siempre una cercanía extra", afirma.

Al igual que ella, toda la plantilla -cocineras, encargadas de limpieza, terapeutas, enfermera, médico, supervisora...- lo están dando todo estos días. Porque lo que hacen no es un trabajo, sino un acto de amor. "Si no tienes amor para dar y recibir, si no te gustan los mayores, dedícate a otra cosa", dicen casi al unísono. "Nos llaman valientes, pero realmente hacemos nuestro trabajo, que es ayudar y atender a nuestros abuelos", y asumen los riesgos que conlleva su profesión "muy vocacional".

Marisol García lleva en este mundo casi toda una vida y nunca se imaginó que le tocaría vivir una situación tan grave. Para sus compañeras, la experiencia también está siendo durísima. Porque ellas no solo se dedican a cuidarles, asearles o darles de comer. No. Hacen mucho más. La relación auxiliar-residente es muy estrecha. Y eso pasa una gran factura a la hora de poderles contagiar.

En Andra Mari, todos y cada uno de sus 58 trabajadores, una treintena de ellos auxiliares, pasaron el test de covid-19 y dieron negativo. Sin embargo, Yáñez es consciente de que no se puede cantar victoria. "A día de hoy no hay ningún caso, pero no se sabe si puede ocurrir porque nadie está libre y todos podemos ser portadores y podemos contagiar sin darnos cuenta. Tuvimos bastante suerte al principio, antes de que se cerrase la residencia a las visitas, y luego gracias a los EPI, la exhaustiva limpieza que hacemos... O ha habido suerte o lo hemos hecho bien. O quizá las dos cosas". Por eso, Yáñez no comparte que las residencias hayan sido en esta crisis sanitaria una trampa para los más vulnerables. "Las noticias que se difunden son bastante alarmistas", señala. Y vuelve a resaltar la labor de sus trabajadores y trabajadoras para tranquilizar a los parientes que ya saben que sus seres queridos están, además de bien atendidos, bien protegidos.

"Tenemos que llevar dos mascarillas, la blanca, con filtro, y encima, la quirúrgica. Luego tenemos pantallas, gorros, batas, manguitos... Es muy incómodo pero no hay más remedio que ponérselo". "Hace unos días dos residentes tenían décimas de fiebre y tuvimos que aislarlos -aunque luego dieron negativo- y entrar a atenderles era una auténtica odisea, forradas de arriba abajo", afirman.

Con la desinfección son también estrictas y meticulosas. "Nosotras limpiamos todo aquello que manipulamos con nuestros productos. Y luego están las chicas de la limpieza que están todo el día saneándolo todo. También han venido dos veces los bomberos a hacer una desinfección más profunda, de sillas de ruedas y de distinto material", indica García.

En más de 22 años de oficio, Yáñez nunca había visto algo tan grave que diera la vuelta como un calcetín a las residencias. "Cada año nos afecta muchísimo la gripe, pero es algo que ya lo tenemos todos interiorizado. La gripe complica la situación basal de los mayores y pueden llegar a fallecer. Pero una cosa como esta, jamás. No hay que olvidar que son muy frágiles y vulnerables. No solo tienen muchos años, es que si están aquí es porque sufren patologías muy importantes. Hay muchos que son muy dependientes y otros están cogidos con pinzas porque están muy delicados", explica.

El tiempo que ya dura esta crisis sanitaria es también un gran reto. "Es una carga emocional muy difícil de gestionar durante tantas semanas porque, aunque se produzca el desconfinamiento en la calle, las residencias van a seguir manteniendo muchas medidas de control. Yo lo noto cuando llego a casa que me cuesta relajarme y desconectar un poco, y a las auxiliares y cuidadoras les pasa exactamente igual".

García, con seis años largos en el turno de noche, asegura que algunos de sus mayores son plenamente conscientes de lo que significa esta pandemia, aunque hay otros que no llegan a percatarse. "Algunos, de buenas a primeras, no entienden por qué vamos todas tapadas. Los que tienen la cabeza bien han preguntado qué pasaba y se les ha explicado y lo llevan bastante bien. Pero a muchos ya se les está haciendo esto muy largo y te dicen: Estoy ya del bicho hasta aquí, tocándose la cabeza". Mientras pasa esta gran tormenta, ella llegará con sus ojos fruncidos por la sonrisa y les seguirá haciendo a todos bromas y mimos, esperando que el virus siga pasando de largo.