Por la mañana se dedica a hacer los deberes con su hijo, Jon, y por la tarde se conecta al ordenador para dar clases on line a sus alumnas. Los días de confinamiento se le pasan sin apenas tiempo para descansar: “Hacer ejercicios en la madera me machaca el cuerpo”, confiesa Teresa.

¿Cómo le pillo?

—Comiendo una oncita de chocolate.

¡Golosaaa!

—Hija, un pequeño placer en esta fase de confinamiento.

Buenooo. ¿Cómo lo lleva?

—Mejor de lo que pensaba, la verdad. No tengo un minuto libre al día. Llega la noche y aprovecho para tumbarme en el sofá y descansar.

¿Qué es lo que peor lleva?

Lo que más me cuesta es ver a mi vecina, con la que tengo una relación muy buena, y no poder darle un abrazo de cariño.

Ay, qué será de los abrazos....

—Soy muy besucona y me encanta achuchar a la gente.

¿Piensa en el día que pueda regresar al estudio?

—Sí, claro, y no sé cómo será, ni cuándo ni de qué manera. Lo que les he dicho a mis alumnas es que la primera clase que demos será únicamente de abrazos.

Sentimientos a flor de piel.

—¡Uf! Es que lo que nos está pasando a todos, cada uno desde su particular confinamiento, está siendo muy duro. La falta de libertad, las relaciones sociales... De la noche a la mañana todo se ha parado en seco.

Y con todo somos unos privilegiados.

—Por supuesto. Tenemos salud, un techo donde resguardarnos y comida. Mis padres están muy bien y eso para mí es muy importante.

¿Cómo lleva lo de hacer los ejercicios en casa?

—Regular. En casa no hay espacio. No es lo mismo estar en el suelo del estudio, que tiene amortiguación, que en el casa, de madera y debajo con cemento. El cuerpo lo está notando mucho, pero no me queda otra. Me he traído una barra del estudio y las clases las doy desde el salón.

¿Cuando cocina hace algún ejercicio?

—Ja, ja. A ver en mi casa la cocina es sagrada. Cocino con mucho amor y me concentro mucho. Tuvimos una bisabuela cocinera, pero si se me cae la servilleta al suelo, la recojo subiendo la piernita.

Con estilo.

—(Risas). Contra pecho; bajo mano, subo pierna.

¿A las 20.00 horas aplaude?

—Sí. Entre clase y clase tenemos diez minutos de descanso y ahí me uno a los aplausos.

Quién iba a pesar que un virus pararía el mundo, ¿eh?

—Hace dos meses nos cuentan esto y pensamos que es broma.

Teresa.

—Dime.

Me apunto a la clase de abrazos.

—Encantada de que vengas.