Una nueva adaptación cinematográfica ha vuelto a centrar la atención en Mujercitas, con la que Louisa May Alcott consiguió revolucionar las normas de conducta establecidas para las jóvenes en los Estados Unidos del siglo XIX. Su trayectoria no fue un camino de rosas, sino que en sus inicios tuvo que firmar como A. M. Barnard, un seudónimo con el que escondía su identidad femenina. Este fenómeno cultural de ocultación mediante el que las autoras han logrado vivir de la escritura, huir de las críticas misóginas o desarrollar una carrera literaria no se limita a la época en que las mujeres usaban enagua y miriñaque. Se ha dado en todas las literaturas y ha llegado a nuestros tiempos.

"Los roles de cuidado, los maridos celosos de su creatividad, las prohibiciones sociales... Las mujeres han tenido muchas trabas para crear literatura escrita. Pero incluso las que tenían capacidad y espacio se encontraban con el editor", explica Josune Muñoz, crítica literaria feminista y fundadora de Skolastika, quien menciona el pacto implícito entre los caballeros de la literatura para prolongar esta realidad. "Firmar con seudónimo masculino, con iniciales o de forma anónima era una estrategia para publicar de la que se deduce que eran subalternas en lo literario. Es una estrategia para jugar al juego de quien ostenta el poder. Habla de lo lúcidas que eran las mujeres que entraban a un sistema literario misógino", añade.

La crítica literaria menciona autoras como Jane Austen que no firmó jamás con su nombre, sino como By a Lady. En su última obra, Persuasión, publicada de forma póstuma, se añadió una nota biográfica de la autora en la que la describían como la misma que había escrito la aclamada Orgullo y prejuicio. Su epitafio no incluyó hasta 1872 -murió en 1817- su condición de literata. "Cuando alcanzan mucha fama o hay peligro de que otra persona se apropie de su obra es cuando la reivindican", indica Muñoz. Fue el caso de Currer, Ellis y Acton Bell, que fueron, en realidad, las célebres hermanas Charlotte, Emily y Anne Brontë. "Había mucha curiosidad sobre quiénes podrían ser. Cuando se supo que eran mujeres, la crítica dijo que eran unas obras demasiado violentas", expone Josune Muñoz.

La estrategia no solo pasa por escribir con nombre masculino, sino también con nombres neutros como Willa Carther o Vernon Lee, y también por firmar con las iniciales. Es el caso de autoras contemporáneas y exitosas como J. K. Rowling, creadora de la saga de Harry Potter, o E. L. James, la autora de Cincuenta sombras de Grey. Este último ejemplo muestra cómo hay mujeres que se esconden "por lo que tienen entre manos al saltarse las normas del sistema literario y social de lo que les está permitido hablar". Muñoz añade como ejemplo Nueve semanas y media, una autobiografía sobre maltrato escrita por Elizabeth McNeill -no es su nombre real- que fue llevada a la gran pantalla con una versión edulcorada que fue un bombazo en los 80.

Por otro lado, aquellas que firman como anónimo asumen "que el contenido no es femenino" por tener "un alto contenido sexual o de denuncia social". Sin embargo, Muñoz indica que la crítica hace tiempo acordó que cuando algo sea anónimo hay que sospechar que es de una mujer y si no hay que demostrar lo contrario. Es el caso de La pasión de Mademoiselle S. o Una mujer en Berlín.

La crítica Otro caballero de la literatura que provoca que las mujeres se abstengan de firmar con su nombre es el crítico literario, que "cuando se acerca a un libro firmado por una mujer pone en marcha todos sus prejuicios y mecanismos misóginos". Según Muñoz, niegan constantemente que las mujeres son sujetos creativos: "Hablan de ellas como seres emocionales, lo que las infantiliza y las reduce". Además, tienen el prejuicio de que las mujeres hablan de "cosas particulares que solo afectan a ellas, mientras los hombre hablan de cosas universales". Por último, dentro del sistema literario, quien perpetúa el fenómeno es el maestro, que obvia las firmas femeninas. "Las autoras se mueven entre el 2 y l7% de la literatura que se estudia", indica Muñoz.

Los lectores masculinos tampoco se abstraen del círculo vicioso. "No les gusta leer literatura escrita por mujeres porque tienen un prejuicio gigantesco que hace que lean condicionados. En dicha literatura los hombres no suelen salir bien parados, ni tienen ese efecto heroico y distorsionante de devoción entre ellos", considera. Y añade: "La literatura de las mujeres les obliga a replantearse un montón de cosas, pero eso nunca te lo van a confesar. Te van a decir que no es buena o que todo es lo mismo. A los hombres no les gusta que les recuerden que tienen el poder".

Muñoz defiende que este fenómeno, ampliamente estudiado por críticas feministas como ella, no es una invención suya. "Son las propias autoras las que lo describieron en los prólogos de sus libros", señala. Por ello, la creadora de Skolastika aboga por que las nuevas ediciones de las obras que responden a los patrones de esta realidad adjunten textos explicativos que analicen y reproduzcan las palabras con las que ellas se reivindicaron. "Esas ediciones son absolutamente necesarias", sostiene.

Las críticas feministas han analizado este fenómeno a través de los prólogos en los que las autoras detallaban los motivos para ocultarse

"Firmar con seudónimo es una estrategia para jugar al juego de quien ostenta el poder"

Josune Muñoz

Crítica literaria feminista