ESTE chileno con alma vasca, afincado en Euskadi desde hace veinte años años, contrajo el VIH en el 95, a los 32 años. Sobrevivió a muchos compañeros que se quedaron en el camino, ya que en Latinoamérica los antirretrovirales entraron en el sistema de salud a principios del 2000. Se siente afortunado por haber logrado controlar el virus y poder convivir con él teniendo una buena calidad de vida. Con motivo del Día Mundial del sida que se conmemora hoy, Marco Imbert reconoce no haberse sentido discriminado, “porque esto va con la persona, con la autoestima de cada uno y con el negarse a la autodiscriminación”, pero es consciente de que el estigma de las personas diagnosticadas por VIH continúa latente en la sociedad. Por ello, considera que para terminar con el VIH también hay que acabar con la serofobia”, relata a DEIA este veterano militante activista.

Han pasado 38 años desde que vieran la luz entre nosotros los primeros casos de sida. Desde entonces se ha recorrido un largo camino de indudables avances en la respuesta frente a la infección por VIH. Sin embargo, han sido casi cuatro décadas llenas de luces y de sombras que han costado la vida a cerca de 35 millones de personas en el mundo y que han puesto en evidencia las terribles desigualdades.

Marco Imbert, como portador del virus del sida y desde la asociación T-4 comprometido en la lucha contra la erradicación del estigma y discriminación por VIH, alerta de la necesidad de apostar por las campañas de prevención y el diagnóstico precoz de la enfermedad, como la que llevan acabo desde la asociación: Indetectable=Intransmisible, que apuesta por la erradicación de la serofobia y el conocimiento público de que una persona con VIH en tratamiento y con carga viral indetectable no transmite el virus a ninguna otra.

“El diagnóstico y tratamiento son herramientas eficaces para evitar la expansión, porque cuando el virus es indetectable en sangre tenemos la certeza científica de que es intransmisible. Por ello seguimos abogando por promover el diagnóstico en la atención primaria y también en la especializada, impulsando también el programas de la prueba que desarrollan las organizaciones que trabajan sobre el VIH”.

Relaciones sexuales

Considera que el concepto indetectable versus intransmisible es un elemento nuevo que elimina mucho estigma y discriminación en la parte humana del individuo infectado. “Trasmite una tranquilidad a la hora de poder vivir sus relaciones afectivo sexuales mucho más relajadas sin el problema ni el agobio de sentir siempre esa constante sombra o duda de que puedes transmitir el virus, por lo que tu vida sexual-afectiva se ve muy afectada. Toda esta información abre una puerta de esperanza a las personas seropositivas para llevar una vida con mejor calidad de vida”, añade. “Una tranquilidad incluso para ser madre/padre de forma natural, pues ya no necesitan ninguna asistencia tecnológica para ser progenitores”.

Imbert insiste en el concepto indetectable=intransmisible porque aún es muy nuevo y genera muchas dudas y miedos entre los portadores del VIH. “Somos conscientes de que sigue siendo difícil cambiar el mensaje del contagio, del riesgo. Sin embargo, hay personas que viven con VIH aunque tienen una carga viral indetectable”, explica con detalle. “Porque toda persona diagnosticada y que recibe un tratamiento a los tres o cuatro meses tiene una carga viral indetectable, con lo cual desaparece el riesgo de transmisión del virus”, subraya.

Este es uno de los objetivos de la estrategia 90-90-90 de Onusida que se refiere a la necesidad de que los países dispongan de políticas y programas de diagnóstico precoz para que la gente adquiera el hábito rutinario de hacerse la prueba del VIH, “porque cuando antes sepa que está infectada, antes va a acceder al tratamiento, seguimiento y control de la infección. Y una vez que se accede al mismo en cuatro meses esa persona deja de transmitir el virus. A nivel preventivo y epidemiológico obviamente es una herramienta que ayudará a reducir los casos de nuevas infecciones”, insiste en señalar Marco Imbert.

En Euskadi los nuevos diagnosticados en el último año ascendieron a 169, una cifra notablemente superior a los de años anteriores que oscilaron entre los 145 y 150 casos. El promedio de edad de los nuevos infectados oscila entre los 20 y 40 años. “Básicamente el problema de la infección más que la práctica de riesgo son las conductas de riesgo”, revelan. En 2018, el 56% de las infecciones se dieron en hombres que tienen sexo con hombres y el 32,6% correspondieron a heterosexuales.

A la profesora donostiarra Miren G., a pocos años de cumplir los 60, le diagnosticaron de sida cuando acudió al hospital para tratarse de otra enfermedad. Ni se la había pasado por la cabeza que ella podría tener el VIH. Cuando la médica le comunicó el diagnostico, el mundo se le cayó encima. Más que en morirse, en lo que pensaba era en cómo se lo iba a explicar a su entorno, cómo cambiaría su vida laboral, social, familiar. No sabía si decir lo que le había ocurrido o callárselo para ella. “Hasta que entré en contacto con una Asociación y vi un poco de esperanza; te das cuenta de que no estás sola, que hay muchas otras personas en tu situación. Yo me contagié por prácticas sexuales de riesgo y me sentía culpable por lo que me había pasado. En la organización no solo me ayudaron sociológicamente, sino también me explicaron cono tenía que autogestionar la enfermedad para llevar una vida lo más normal posible. Pero mi preocupación máxima era el estigma que iba a caer sobre mi”, subraya a DEIA.

Baja autoestima

Las consecuencias del estigma que sufren quienes son portadores del VIH da lugar, según Cesida, por un lado, a una baja participación en el asesoramiento y las pruebas del VIH y la falta de interés por saber si se tiene el virus en personas que desconocen su estado serológico y, por otro, a aislamiento social, soledad, baja autoestima, crisis de identidad o depresión en aquellas personas diagnosticadas con el VIH.

Miren G. reconoce que la serofobia lastra la respuesta ante el VIH y que ella solo contó su dolencia a un entorno muy reducido, “porque estoy convencida de que si lo hubiera dicho en el centro educativo donde trabajaba en Gipuzkoa me hubieran mirado como un bicho raro. Aunque el estigma continúa, la situación se ha normalizado bastante y los nuevos infectados cuentan con más apoyos que, sobre todo, las mujeres teníamos en los primeros años de la epidemia”, recuerda como si fuera hoy.

En el Estado español, entre las mujeres, la transmisión heterosexual constituye la gran mayoría, con un 85% de los nuevos diagnósticos; cada vez se detectan a una edad mayor y en una situación inmunológica peor que los hombres. “Actualmente, a diferencia de los años en que aparecieron los primeros casos, más de la mitad de las infectadas son mujeres inmigrantes”, apunta la donostiarra Miren, quien ha rehecho su vida sentimental y sigue a rajatabla el tratamiento de su especialista, lo que le permite tener una esperanza de vida similar a la de una persona libre de infección.

Desde T-4, Imbert insiste en que los portadores del VIH deben de saber que la condición de indetectable está sujeta a una adherencia al tratamiento, al control y seguimiento de las pautas médicas.