Bilbao - Simone de Beauvoir, Amelia Valcárcel o Marcela Lagarde son algunas de las referentes feministas junto a las que Tamara Clavería querría ver nombres de gitanas como María José Jiménez Cortiñas o Sofia Kovalévskaya. “El feminismo gitano nace con la idea de romper el único modelo de ser mujer”, reivindica la vicepresidenta de la Asociación De Mujeres Gitanas de Euskadi, Amuge, quien defiende la importancia de construir modelos a seguir, tanto para las gitanas como para las payas, que vayan más a allá de la hegemonía patente incluso en la lucha por la igualdad. Con ese propósito, la asociación, con la colaboración de Emakunde, presenta hoy la publicación Romani Hadin. Tras las huellas de las mujeres gitanas en Euskadi durante una jornada que tendrá lugar en Bilborock. El libro, realizado con el apoyo de la investigadora y politóloga Tania Martínez, recoge las historias de vida de once mujeres gitanas vascas de diferentes generaciones y trayectorias.
La búsqueda de referentes comenzó para Tamara Clavería cuando se percató de que no encajaba en el feminismo predominante, donde “hay una tipología de mujer que es blanca, de clase media, con recursos económicos y con estudios”. Durante su formación, la vicepresidenta de Amuge acudió a charlas y preguntó: “Ha habido una invisibilización por parte de la academia y las instituciones, por este sistema heteropatriarcal machistas, racista y antigitano. Nadie sabía nombrarme a una sola mujer gitana que hubiera luchado por los derechos de las mujeres. ¿Si llevamos aquí más de 600 años cómo es posible que ni una sola mujer gitana haya hecho absolutamente nada?”. Todo cambió para ella cuando acudió a una charla de Gitanas Feministas por la Diversidad. “Ahí empecé a ver que era necesario que hubiera cosas escritas por mujeres feministas gitanas”, declara Clavería, gitana por los cuatro costados, quien señala, por experiencia, que la “gitanizan para lo malo y la desgitanizan para lo bueno”.
Una de las principales razones por las que el feminismo gitano se diferencia del hegemónico es que su visión de la igualdad es mucho más amplia. “A mí me oprimen los dos sistemas, pero primero se me oprime por ser gitana”, explica Tamara Clavería. “Somos la etnia peor valorada y reconocida socialmente, incluso las mujeres racializadas tienen privilegios sobre nosotras”, indica la vicepresidenta de Amuge, quien considera que antes de luchar por la igualdad salarial o por la conciliación tienen otros obstáculos que superar. “No tenemos derecho a una vivienda porque no nos las alquilan. Somos ciudadanas de segunda”, denuncia. “Cuando estemos en igualdad de oportunidades reales podremos salir a defender mil historias del feminismo hegemónico”, indica Clavería, quien revela que dos de cada tres familias gitanas no tienen cubiertas sus necesidades básicas, tienen veinte años menos de esperanza de vida que el resto y tan solo el 0,21% del alumnado gitano accede a etapas superiores.
Historia de vida En ese contexto nace la publicación que se presentará hoy dentro de una jornada enmarcada en los actos del Día del Pueblo Gitano Vasco que se celebrará el próximo sábado. “Es un acto de justicia social para alcanzar la igualdad entre el pueblo gitano y no gitano”, describe Clavería, quien indica que aún continúan apoyándose “en personas no gitanas para que nos faciliten los procesos, porque en el País Vasco no hay ninguna mujer que sea investigadora o socióloga”. A su lado, Tania Martínez señala que la idea de la publicación era “crear referentes desde la comunidad, que las diferentes generaciones de mujeres gitanas se pudieran ver reflejadas”. El trabajo ha sido realizado con el apoyo de Martínez a través de una técnica de investigación conocida como “historia de vida”, con el objetivo de “poner en primer plano las voces de mujeres gitanas”. Posteriormente, las once mujeres que han participado en el proyecto han validado cada una de las palabras que figuran en la publicación.
La línea del tiempo en la que se divide el libro parte desde principios de los 60, cuando se instalan en la ciudad los primeros asentamientos del pueblo gitano y la mujer comienza a dedicarse a la venta ambulante para formar parte de la economía. El segundo bloque está consagrado a las mujeres que a principios de los 90, cuando la corriente evangélica se instaló en el pueblo gitano, crearon sus propias asociaciones. A partir de esa fecha es cuando las primeras mujeres gitanas comienzan a formarse y a identificarse como feministas antes de liderar organizaciones de mujeres. El último bloque lo conforman las nuevas generaciones de gitanas que han conseguido tener estudios superiores e incorporarse en el mundo laboral payo.
“Una de las cosas que más pondría en valor del feminismo gitano es esa capacidad que tienen de crear un diálogo intergeneracional, de reconocerse entre ellas, de aprender... Es uno de los aspectos que desde esa mirada de fuera más me ha emocionado”, indica la investigadora, quien destaca una consideración de Carmen Cortés, una de las protagonistas mayores, sobre el concepto de integración del que tanto se habla cuando se menta al pueblo gitano: “¿Quién integra a quién en esa sociedad? La integración encierra una relación de poder”. En esa línea, rescata una reflexión de Naiara Borja, una de las gitanas de bandera más jóvenes: “Avanzar no significa ir de acorde con la sociedad dominante, significa no quedarse estancada”. Es en este tipo de observaciones en las que Tania Martínez se fundamenta para destacar “la necesidad de crear un camino propio” que observa en el feminismo gitano.
Tamara Clavería, que figura también como una de las protagonistas del libro, subraya las aportaciones de las gitanas mayores. “Nos decían Nosotras hemos llegado hasta aquí, vosotras tenéis que llegar más lejos. Puri -en referencia a Purificación Jiménez-, por ejemplo, ha luchado para que sus hijos y nietos estudien. La tía Carmina -por Carmina Borja- comentaba que su máxima ilusión era coger una mochila. Su padre vendió lo poco que tenía para comprarle una. Rescataría esa parte de su lucha”, expone la vicepresidenta de Amuge, quien además, destaca que la sororidad y la conciliación de la que se habla en el feminismo hegemónico se aplica entre las mujeres gitanas desde siempre.
Es así porque, según Clavería, “en el feminismo gitano prima la colectividad sobre el individualismo”. Tania Martínez pone un ejemplo: “Cuando vemos que hay un gitano en el hospital y toda su familia está alrededor, solo vemos la parte molesta, ¡pero fíjate que cosa más hermosa!”. Clavería asiente a su lado diciendo que se hacen turnos, día y noche: “A mí me duele ver a las personas mayores en residencias. No puedo con ello”. Martínez insiste en que “es algo que marcaban mucho las tías: no vas a ver a una gitana en un asilo, porque todas tienen a su familia”. De hecho, la vicepresidenta de Amuge recalca que una de las reivindicaciones del último 8 de marzo está interiorizada por el pueblo gitano. “Ponemos en el centro el cuidado y las familias”, defiende Clavería.
¿Y qué hay del estereotipo que defiende que los gitanos son machistas? “Viene del discurso hegemónico y colonial. Se acaba diciendo que las mujeres gitanas somos víctimas de nuestra propia cultura opresora para que vengan las mujeres blancas a apropiarse de nuestro discurso y romper nuestras cadenas. Como si a las payas no les afectara el patriarcado”, sentencia Clavería. Martínez vuelve a parafrasear a Naiara Borja, quien dice: “Creo que el pueblo gitano es machista, lo positivo es que lo reconocemos. Y para acabar con un problema ese es el primer paso. Lo somos pero como el 90% de la sociedad”.