Bilbao - “Las causas por las que las mujeres emigran son las mismas que hace treinta años, como puede ser el matrimonio forzado, la violencia dentro de la casa o que eres pobre y que necesitas dar de comer a tus hijos e hijas. Lo que sucede ahora es que el nivel de violencia en tránsito se hace casi insoportable”, explica Liliana Suárez, profesora titular de Antropología en la Universidad Autónoma de Madrid e investigadora en migraciones internacionales, ponente en las jornadas Vidas que cruzan fronteras, una mirada feminista sobre la Frontera Sur.

El congreso, que se clausura hoy, se enmarca en un proyecto en desarrollo y que culminará con la publicación de un informe a principios del próximo año para documentar, visibilizar e incidir sobre las violencias de género que sufren las mujeres refugiadas en la Frontera Sur. “Decidimos centrarnos en la situación de las mujeres subsaharianas en la frontera entre el Estado español y Marruecos porque cada vez llegaban más a nuestras oficinas. A través de sus testimonios hemos constatado cómo las políticas migratorias entre ambos países impactan en sus cuerpos y en sus vidas”, destaca Beatriz de Lucas, miembro del equipo de Incidencia y Participación Social de CEAR-Euskadi y coordinadora del proyecto.

Además de las violencias que viven en origen y por las que se ven obligadas a huir, el hecho de ser mujeres las sitúa en una situación de mayor vulnerabilidad, impactando la violencia vivida en origen, tránsito y destino de forma diferenciada. “El proceso de investigación atiende fundamentalmente tres ejes: la violencia sexual, la violencia reproductiva y la falta de acceso a la protección internacional”, explica, por su parte, Ana Ferri, también de CEAR-Euskadi.

Suárez enumera algunas de las violencias a las que se enfrentan estas mujeres en tránsito: “El uso de la sexualidad y el cuerpo de las mujeres como arma de enfrentamiento entre distintos grupos, el uso de la sexualidad como moneda de cambio para ir pasando las fronteras, el uso de los embarazos para que el paso sea más tranquilo, para que los policías y las personas que están involucradas les traten un poco mejor, es decir, la mujer como un cuerpo cosificado por todos los agentes, policía, políticas migratorias o los propios africanos que están en tránsito”.

“Para nosotras es muy importante destacar a estas mujeres como supervivientes y no caer en un discurso victimizador ni revictimizador, sino que se las destaque con esa agencia que tienen y con todas las estrategias que tienen que desarrollar para avanzar”, apunta Ferri. Sin embargo, es común que sean tratadas como víctimas. “Si tú consideras a alguien que es una víctima, no le hablas en términos de derechos, sino de compasión. Y la compasión lo que hace es que no veas a toda la persona, sino aquellas carencias en las que tú puedes ayudar. Por lo tanto, se reproduce una relación que no es recomendable. Es una actitud caritativa”, critica la profesora de Antropología.

“En definitiva, es una visión simplista de buenos y malos, y la realidad no es así, porque de pronto tienes a la policía involucrada, a un montón de agentes sociales que no son mafiosos como los de las películas”, ahonda. “Y no hay que olvidar que el cierre de fronteras, la externalización y la militarización aboca a las personas a utilizar vías informales que en este caso tienen este efecto sobre las mujeres”, apunta también Ferri, quien destaca el hecho de que “tú tengas que pasar por esas circunstancias de vulneración y de violencia tan graves, no significa necesariamente que seas una mujer sumisa”.

Es común hablar de trata con fines de explotación sexual cuando se aborda la migración femenina en la Frontera Sur, sin embargo, existe un amplio debate sobre la dimensión real de esta realidad. “El tema de la trata es complejo, no hay un consenso en si de verdad el número es tan elevado o no”, reconocen y lamentan que la trata con fines de explotación laboral sea “la gran ausente”. “En todos los países el énfasis y la visibilidad de la trata con fines de explotación laboral ha crecido enormemente. Sabemos que en el ámbito rural del sur sí se han identificado elementos de posible trata laboral, de establecimiento de unas condiciones abusivas, de retención de documentación”, explica Liliana Suárez. “La trata con fines de explotación sexual es terrible y queremos que acabe, pero queremos que no se sexualice a todas las mujeres y que se entienda la necesidad laboral que tienen, porque al final es lo que quieren: trabajar”, acaba.