Escribo a ese cielo donde esté Txomin porque es la forma en que una escritora y su editor, pueden entenderse. No sobran las palabras: nos faltó espacio para declamarlas en vida. El tiempo se nos desvanece entre los dedos como granos de arena en el presente y resulta largo en el pasado, pero infinito es en la eternidad donde ahora se aposenta el buen amigo.

Fue de las primeras personas del Partido Nacionalista Vasco en clandestinidad, que conocí en Bizkaia en 1972, cuando decidimos Pello Irujo y yo rehacer nuestra vida, con nuestros tres primeros hijos, en Euskadi. Dejábamos atrás una Venezuela soleada y dorada y tratábamos de integrarnos al sombrío panorama de un país donde prevalecía el dictador que destrozó la vida de nuestros padres, despojándolos de bienes y honor, condenados al exilio. Txomin nos valoró de forma positiva: necesitamos gente que hable del esplendor de la libertad, afirmó en aquellas reuniones que luego culminaron en una sucesión de actos extraordinarios como fueron el recibimiento de Manuel Irujo en Noain, la presentación del Partido Nacionalista en el Amaya de Iruñea, el de la conmemoración milenaria de la batalla de Orreaga. el Alderdi Eguna de Aralar... en contacto directo con Pello Irujo, ambos organizadores natos.

No nos asombrábamos del prodigio. Todo resultaba posible. Ver a la multitud presente y exaltada ante el reclamo público, cuando había permanecido cuarenta años silente, agobiada y doblegada, pensábamos, ellos y nosotros, que cobrábamos vida por el empuje vital de los nuevos tiempos y el encarnecido afán de resistencia. La horrible tempestad había pasado y celebrábamos el glorioso renacimiento.

Txomin estaba convencido de que Euskadi era la patria de los vascos, como dejó dicho el maestro Arana Goiri y, en ese sentido, trabajar hasta lograr resultados favorables le parecía no tan solo lo sensato sino lo oportuno. Muerto el dictador, se pusieron en marcha los mínimos canales democráticos, inéditos en el país, entre otros, la creación del Parlamento Vasco/Eusko Legebiltzarra. Y de una Universidad Vasca. Fueron años de esperanza, del inicio de una revisión de nuestra historia y actuación como pueblo. Alcanzar el infinito universo de nuestras querencias.

Como librero lo recuerdo entre las estanterías de su Librería Kirikiño, nombre de ese bello animal espinudo, tímido pero osado, desplegando ante mis ojos encandilados por los viejos libros, así como los de la Editorial EKIN, representación de la fuerza vasca por sobrevivir pese a la hecatombe: los libros vascos fueron incinerados por los militares sublevados en Tolosa, 1936, en plaza pública, negados durante cuarenta años, pero en la Liberaría Kirikiño, los volúmenes de EKIN, traídos de extraperlo de Buenos Aires, daban testimonio de la brillante personalidad vasca que nos quisieron usurpar los hombres de la oscuridad.

En ese umbral de cultura antigua pero vivificante, Txomin me urgió a publicar un libro, La Mujer Vasca, con los ojos avezados de librero puestos en el libro de Amezaga, mi ata, El Hombre Vasco, publicado por EKIN. Y allí le entregue, un año después, el original a máquina, como comandaban los tiempos, y desde su Editorial GEU lo lanzó a la imprenta y a la calle y a la Feria de Durango que impulsó y en la que actuó. Por muchos años, en la cita de Durango, nos saludábamos, gozosos de la recepción que la Feria mantenía. De que las nuevas generaciones accedieran a su pasado histórico en libertad.

Promocionó charlas como librero en Bilbao, en un ambiente cálido y cordial, aunque yo detectaba que bajo sus buenas maneras Txomin escondía un carácter inflexible, propio de un hombre que mantiene sus ideales pero que organizaba actos donde la gente se encuentra a sí misma y a los otros, en debate abierto y respetuoso. Fueron tiempos donde no se contaban los kilómetros sino que se hacían caminos de lauburu: cabezas en movimiento, pies andariegos, regocijo por sentirnos libres de marchar juntos.

Lloramos el día de la muerte de Joseba Goikoetxea, con un turbio dolor que azuzaba la injusticia de su sacrificio, si es que algún asesinato puede ser justo, pues lo habíamos conocido en el tiempo arduo de los primeros mítines, trabajador infatigable por la causa de Euskadi.

Lloramos también por la división que se produjo en aquel tiempo en el Partido Nacionalista, pero en ningún momento hubo reproche, ni tan siquiera advertencia. Solo nos cupo la amargura pero se reforzó el mantenimiento de nuestra amistad por encima de cualquier diferencia política. Por ese tiempo conocí a la leal, hermosa y valiosa Sorkunde, vi sus niños pequeños crecer y aunque la edad nos fue moderando los viajes, en ningún momento dejamos de estar en contacto. Los viejos amigos solidifican sus emociones, las cristalizan, las mantienen como el bien más valioso de los bienes.

Te has ido, amigo Txomin, a ese cielo pleno de libros como el de tu Kirikiño terrenal, pero sin partir del todo, que sigues aquí. Si algo sabemos los libreros, los archiveros, los historiadores, los bibliotecarios y los escritores es que hay eternidad en la palabra impresa. Que lo escrito permanece. Que el hilo generacional se mantiene. Que la memoria se hace carne. Cumpliste a cabalidad y eso te honra, el mandamiento del presidente Kennedy: preparaste tu mente y energía para la tarea inmediata, movilizaste tu voluntad con entusiasmo, concentrando tu esfuerzo para el mejoramiento de que tus hijos y los hijos de tus hijos, tengan una vida más rica, más libre, más feliz. Agur, adiskide maitia. Goian bego.