Madrid - La hermana Paciencia Melgar, que tras sobrevivir al ébola hace un año donó suero de su sangre para salvar la vida de Teresa Romero, dice que seguirá ayudando a los demás en el futuro próximo porque “la vida no es para guardarla, sino para darla”.
Tras permanecer varios meses en España, participando en ensayos clínicos para buscar un tratamiento contra el ébola, enfermedad que acabó con la vida de casi todos sus compañeros en el hospital donde trabajaba en Liberia, Paciencia Melgar se incorporó en mayo a una misión de las hermanas de la Inmaculada Concepción en Guinea Ecuatorial.
“Todo este tiempo para mí ha sido como un sueño, y ahora siento como si nada hubiera pasado; durante un tiempo, he sentido que todas las personas con las que durante muchos años he compartido lucha ayudando a los demás y ya no están, estaban de vacaciones”, lamenta Melgar.
Pero tras un año de ensoñación, ha despertado y, según dice, eso le produce “una enorme tristeza”. “Yo hice lo que debía hacer, ayudar a los demás y, si eso ha ayudado, estoy muy contenta, pero lo estaré más si pronto hay una vacuna para luchar contra esa enfermedad mortal”, explica la religiosa.
Tras su estancia en España, ha regresado a Guinea, el país en el que empezó su labor solidaria hace 25 años. En concreto, los próximos años trabajará en Bata, la segunda ciudad más importante del país. La religiosa, que no fue repatriada junto a sus compañeros Miguel Pajares y Juliana Bonoha -de origen guineano pero pasaporte español-, superó el ébola en Monrovia y viajó a España para donar su suero, que se utilizó para tratar a la auxiliar de enfermería Teresa Romero, la primera contagiada de ébola fuera de África. Según cuenta, al final no pudo conocer a la mujer a la que salvó la vida. “No se produjo ese encuentro, pero tal algún día tengamos la ocasión”.
A pesar de haber trabajado activamente para combatir el ébola, la religiosa advierte que hay otras enfermedades que no hay que olvidar y que provocan muchas muertes fuera de Europa. “Son muertes que podrían evitarse, como las que provoca el hambre y la desnutrición, o la de las madres que mueren en los partos”, dice Paciencia, quien también reclama más medios para abordar la malaria.
en pro de la mujer Paciencia, de 47 años, continuará trabajando en primera línea de la ayuda humanitaria, pero “de forma discreta”, dedicada al ámbito de la enseñanza, la sanidad y la formación, principalmente de mujeres. “Debemos estar siempre disponibles y ayudar a nuestros hermanos, estar atentos para descubrir las necesidades de los demás y no hacer oídos sordos. Si cada uno intentamos hacer lo mismo, el mundo podrá ir cambiando poco a poco”, reflexiona, al tiempo que reconoce que teme por el futuro cuando ve a gente que vive con indiferencia los problemas de los demás.
La religiosa rememora que desde muy joven “siempre llevó algo dentro” que le impulsaba a ayudar a los demás, hasta que un día se topó con dos sacerdotes españoles que daban clase en su país, en Guinea y, siguiendo su ejemplo, decidió dar su vida a los demás.